EL PAíS › DILMA Y CRISTINA Y SUS ASOMBROSOS MENSAJES EN NACIONES UNIDAS

En buena compañía

Los mensajes de Dilma y Cristina en Naciones Unidas, la suspensión sin fecha de la visita de Estado a la que Obama había invitado a la presidente de Brasil señalan un nuevo carácter en las relaciones de Estados Unidos con el bloque regional del sur. La Argentina está hoy mejor acompañada que en 2011 cuando el incidente con el avión estadounidense. Hasta economistas ortodoxos valoran la renegociación argentina. El Estado pagará la fiesta campestre del Grupo Clarín y La Nación.

 Por Horacio Verbitsky

A diferencia de la Argentina, que mantuvo la neutralidad hasta el penúltimo año de la Segunda Guerra Mundial, Brasil fue un decidido partidario de los aliados e incluso envió 25.000 soldados a luchar en Europa. Esa Fuerza Expedicionaria, de la que Clarice Lispector formó parte como enfermera, participó a órdenes de los Estados Unidos en la liberación de Italia. Esto tuvo consecuencias de distinto tipo en las relaciones posteriores. Mientras la Argentina padeció un bloqueo comercial que restringió la importación de los bienes de capital necesarios para la industria y un embargo de suministros bélicos, Brasil se benefició de la asistencia militar, el comercio y las inversiones estadounidenses, incluso para el desarrollo de su industria pesada. Ya avanzada la Guerra Fría, Brasil fue ungido como apoderado estadounidense en la región, lo cual se reflejó en el distinto trato que tuvieron las respectivas dictaduras. También hubo efectos protocolares que simbolizaron esa relación, desde que el ex canciller brasileño Oswaldo Aranha fue designado para inaugurar la primera sesión de la Asamblea General de la flamante Organización de los Naciones Unidas en 1948. Esto originó una tradición que se mantiene hasta el presente. Fue el presidente Richard Nixon quien dos décadas después dijo que hacia donde se inclinara Brasil iría América Latina, una boutade que, para bien o para mal, se demostraría de una absoluta exactitud. Esa prehistoria de la relación hace imposible exagerar la importancia de la presentación en el podio de las Naciones Unidas de la presidente Dilma Rousseff, con un discurso de una intensidad crítica hacia Estados Unidos de la que no hay precedentes ni siquiera en los primeros años del Estado Novo de Getulio Vargas, cuando Brasil privilegiaba los lazos con la Alemania nazi. También delinea el contexto imprescindible para analizar la situación argentina en el mismo escenario, cosa que no sucede en el vacío de la abstracción por el que divagan los analistas locales.

Explicaciones y disculpas

Por cierto, el marco ha cambiado por completo. Hoy Brasil emerge como una potencia media con un rol significativo en los esquemas de poder mundial, por lo que hay cosas que ya no está dispuesto a tolerar. Luego de una consulta con Lula, Dilma anunció que suspendería la visita de Estado a Washington, donde la esperaba Barack Obama. No es una decisión menor. Aunque parezcan sutilezas diplomáticas, se trataba de la única visita de Estado que Obama tenía prevista en todo el año y la primera de un presidente brasileño en dos décadas, lo cual pondera la gravedad de su postergación sin fecha. La presidente brasileña ni siquiera asistió a la recepción ofrecida por Obama a todos los jefes de Estado asistentes a la Asamblea de la ONU, cosa que tampoco hizo Cristina. Desde su refugio en la embajada ecuatoriana en Londres, Julian Assange criticó a Dilma por rehusar la concesión de asilo a Edward Snowden, el analista de Inteligencia que hizo público el sistema global de espionaje estadounidense, lo cual alude también a su propia situación de paria enclaustrado. Cierto, no es simpático que estos hombres, igual que Bradley/Chelsea Manning, sean perseguidos por su contribución a la transparencia y a un mejor conocimiento de los métodos que la hiperpotencia aplica para sostener su hegemonía global. Si no fuera por este componente personal de la cuestión, Assange comprendería que al rechazar por insuficientes las explicaciones de Obama y clavar su protesta en el corazón de la gran manzana, Dilma ha rendido el mejor homenaje posible a Snowden, a diferencia de las reacciones europeas, que se agotan en un afectado cacareo de disgusto, para volver a consentir más temprano que tarde las prácticas objetadas.

Brasil sigue reclamando explicaciones y disculpas por parte de Estados Unidos y no se conforma con la promesa de Obama de que practicará una completa revisión de los métodos que se emplean para recolectar información. Las palabras de la presidente Rou-sseff en las Naciones Unidas no dejan lugar a equívocos. Estados Unidos violó la soberanía de Brasil, transgredió el derecho internacional e hizo algo inadmisible entre países amigos. Angela Merkel dijo en Berlín que la tarea de inteligencia es vital para la seguridad de los ciudadanos (acaso porque el espionaje estadounidense sobre los alemanes se realiza con la cooperación de los servicios de ese país), aunque no explicó cómo explicaría esto la colocación de micrófonos en las oficinas de la Unión Europea en Nueva York, Bruselas y Wa-shington. En cambio, Dilma rechazó que la intercepción de comunicaciones pudiera justificarse por la denominada guerra contra el terrorismo, que se concentró en las oficinas del gobierno de Brasil y en las de la empresa petrolera Petrobrás, cuyas reservas de crudo y de gas estaban en el centro de la atención de los espías. Llegó a decir que al afectar el derecho a la privacidad, Estados Unidos había menoscabado las libertades de expresión y de opinión, sin las cuales “no hay democracia”. No es común que alguien denuncie a Estados Unidos en estos términos jurídicos y no ideológicos, de violar los derechos humanos y las libertades civiles. Nunca un líder internacional aliado de Estados Unidos había desnudado en forma tan contundente los usos espurios de las políticas de seguridad justificadas en los atentados de septiembre de 2001. Para encontrar al menos un tono semejante hay que remontarse a los tiempos de Charles De Gaulle en Francia. Antes de que Dilma y Cristina volaran a Nueva York, sus respectivos ministros de Relaciones Exteriores habían acordado en Buenos Aires emprender una tarea conjunta inimaginable en otros tiempos: coordinar posiciones y realizar acciones conjuntas contra el espionaje de los Estados Unidos en la región y desarrollar herramientas propias de defensa cibernética. Sería forzado llamarle a esto hipótesis de guerra, pero en todo caso no es el tipo de práctica al que ambas naciones hayan recurrido en el pasado en relación con Washington. Del abordaje argentino al avión militar estadounidense que en febrero de 2011 intentó ingresar en forma clandestina al país armas, equipos de comunicaciones encriptadas y drogas, a esta coordinación defensiva con Brasil se ha recorrido un trecho significativo. Nadie podría decir ahora que la Argentina esté aislada en la región o en el mundo.

Una agenda propia

La presidente argentina también desarrolló en las Naciones Unidas una agenda propia, adversa a los planteos (pero sobre todo a las prácticas) estadounidenses. CFK habló tarde en la primera jornada de la Asamblea y a diferencia de otras veces en que llevaba un mensaje preparado, se dedicó a comentar planteos de quienes la precedieron, entre ellos por cierto Obama. Con críticas a la hipocresía y el doble estandar de las potencias centrales y exaltando el multilateralismo, Cristina reiteró:

- la necesidad de reformar el Consejo de Seguridad, donde los vencedores de la Segunda Guerra Mundial conservan un anacrónico poder de veto y propuso el sistema de decisiones por consenso que utilizan los organismos regionales americanos.

- la responsabilidad de las grandes potencias que abastecieron al gobierno de Siria y a los grupos rebeldes de las armas convencionales que provocaron el 99,99 por ciento de las 150 mil muertes de los últimos dos años.

- la irrelevancia de la presencia de armas químicas o de destrucción masiva como justificación para un ataque contra el país que las posea, o que se diga que las posee, ya que carece de toda racionalidad evitar muertes provocando más muertes.

- la equivalente gravedad de las terribles intervenciones bélicas de Estados Unidos, con armas nucleares contra Japón o con bombas de fósforo y napalm en Vietnam, y el regreso de sus soldados muertos en bolsas de plástico, con palabras de compasión para el sufrimiento de cada uno de esos pueblos.

- que no hay guerras justas, que sólo la paz es justa y que la paz y la seguridad no son conceptos militares, sino políticos.

- que mientras la Argentina circunscribe su desarrollo nuclear a fines pacíficos y se apega a los principios del derecho internacional, el Reino Unido militariza el Atlántico Sur con sus submarinos nucleares e incumple con el mandato de Naciones Unidas de dialogar sobre la descolonización de las islas Malvinas.

- que la Argentina no sólo condena a los dictadores de otros países sino que ha juzgado a los propios y se ha sometido al tribunal penal internacional, lo mismo que al Sistema Interamericano de Protección de los Derechos Humanos, mientras que Estados Unidos que invoca los derechos humanos como argumento para sus intervenciones en terceros países, no ha ratificado ni la Convención Americana ni el Estatuto de Roma.

- que no abundaron los discursos internacionales de condena a las dictaduras genocidas, cuando éstas imperaban en el Cono Sur americano durante la Guerra Fría.

- que Israel sólo vivirá con seguridad dentro de sus fronteras cuando también exista el Estado palestino.

- que la especulación financiera que desde 2008 hace sentir sus consecuencias sobre Estados Unidos y Europa, similares a las que la Argentina padeció hace una década, trata de impedir que pueda cumplirse lo pactado en las renegociaciones de 2005 y 2010 y presiona para un nuevo default argentino, salvo que por 40 millones de dólares invertidos en títulos argentinos después del default se les paguen ahora 1.700 millones, con una ganancia del 1.300 por ciento en cinco años. Agregó que si una sentencia judicial validara esta economía casino, no habría empresarios dispuestos a invertir en la producción, a innovar y a crear empleos.

- lo que se intenta es escarmentar a un país que rechazó las recetas del Fondo Monetario Internacional y pese a ello pudo pagarles a sus acreedores, crecer y generar empleo, y que redujo la carga del endeudamiento externo del 160 al 45 por ciento del PBI, gran parte dentro del propio sector público y menos del 9 por ciento en divisas.

- la necesidad de una regulación global de los mercados y una ley internacional de quiebras que impida en reestructuraciones futuras que una mínima fracción a acreedores pueda vetar acuerdos suscriptos por amplia mayoría, que en el caso argentino llega al 93 por ciento.

- que el dinero del narcotráfico no se lava en los países que producen la materia prima sino en los países centrales, y que para combatirlo es preciso terminar con esa asimetría y con la mano de obra barata de los países emergentes y subdesarrollados.

El mismo día en que las grandes potencias se sentaban por primera vez a negociar con Irán, Cristina defendió el memorando de entendimiento firmado para que el juez argentino pueda indagar en Teherán a los iraníes acusados por el atentado contra la sede comunitaria judía de Buenos Aires. Pero al mismo tiempo urgió a Irán a cumplir con el compromiso asumido, cosa que nueve meses después de la firma aún no ha hecho, y a fijar fecha para la creación de la comisión internacional supervisora y para el viaje del juez argentino a su capital, tema del encuentro de ayer de ambos cancilleres, sobre el que se informa en otra página de esta edición.

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Imagen: EFE
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