Domingo, 27 de octubre de 2013 | Hoy
EL PAíS › HOY SOLO SE DECIDE LA COMPOSICION DE LAS DOS CAMARAS DEL CONGRESO
La interpretación de los comicios de hoy como antesala de la elección presidencial de 2015 es una expresión de deseos de quienes la formulan, que no toma en cuenta la experiencia de treinta años de democracia. En ningún caso dos años antes era previsible quién resultaría electo. Los grandes vencedores en la provincia de Buenos Aires, de Cafiero, Duhalde y Fernández Meijide a Rückauf y De Narváez, no tuvieron la proyección posterior esperada.
Por Horacio Verbitsky
En las elecciones que se realizarán hoy en todo el país sólo se renovarán la mitad de las bancas en la Cámara de Diputados y un tercio de las senatoriales. El gobierno nacional pone en juego en ellas la posibilidad de sancionar desde el Congreso las leyes que le interesan e impedir que le impongan otras contra su voluntad, como ocurrió después de las legislativas de 2009. Para ello debe conservar el quórum en ambas cámaras, al que llega sumando propios y aliados. Este dato central es ofuscado en la mayoría de los análisis, que sólo ven estos comicios de medio término como anticipo de las elecciones presidenciales que tendrán lugar en octubre de 2015. Más aún, consideran que sus resultados definirán las alternativas para entonces. Con escasas excepciones (Jorge Fontevecchia, Manuel Mora y Araujo, por ejemplo) dan por sentado que el kirchnerismo concluirá su ciclo en forma inexorable con el segundo mandato de la presidente CFK, que no puede aspirar a renovarlo aunque sus índices de aprobación popular se mantienen en los mismos niveles con que fue reelecta en 2011. La lista de opciones que enumeran va del centro a la derecha: Sergio Massa, José de la Sota, Daniel Scioli, Julio Cobos, Hermes Binner y Maurizio Macrì. En realidad, dos años son una eternidad política en la Argentina y estas especulaciones sólo intentan fijar la agenda para condicionar las percepciones sociales y recortar el espacio de Cristina, cuyo mandato no termina ahora sino el 10 de diciembre de 2015, dentro de dos años y dos meses. Sus antecedentes hacen presumible que, una vez repuesta su salud, lo ejercerá en plenitud hasta el último día. Esa es la importancia de lo que hoy se dirime en las urnas. No menos, pero tampoco más.
Sin duda, las elecciones de medio término reflejan estados de ánimo colectivos, que no se disipan porque sí en apenas dos años y la votación de hoy también debe ser analizada desde ese punto de vista. Pero la lógica de las elecciones presidenciales tiene normas propias. Un ejercicio revelador es ubicarse dos años antes de cada elección presidencial, para ver si era previsible quién las ganaría o incluso quiénes serían candidatos.
Raúl Alfonsín, 1983. En octubre de 1981 gobernaba el general Roberto Viola y ni siquiera se contemplaba la designación del presidente por otro medio que la deliberación dentro de la Junta Militar. En noviembre, Viola fue depuesto por su colega Leopoldo Galtieri, quien declaró que las urnas estaban bien guardadas. Su mandato se interrumpió en forma abrupta luego de la guerra de las Malvinas. Lo sucedió el también general Benito Bignone, quien firmó la convocatoria electoral. Desde que se abrió la campaña, la única incógnita que importaba era quién sería el candidato del Partido Justicialista, que desde 1946 se había impuesto en todas las elecciones en las que se le permitió participar. Quienes concitaban las mayores expectativas eran Antonio Cafiero, quien contaba con la simpatía del jefe sindical metalúrgico Lorenzo Miguel; el escribano Deolindo Felipe Bittel, que había conducido el partido bajo la dictadura, y el ex presidente interino Italo Argentino Luder, quien fue el designado. Ni los más entusiastas partidarios de Raúl Alfonsín imaginaron hasta muy pocos días antes del 10 de octubre de 1983 que el candidato de la UCR pudiera alzarse con la presidencia. Su elección constituyó por ello un auténtico terremoto político.
Carlos Menem, 1989. En octubre de 1987, la UCR fue derrotada por el rejuvenecido justicialismo en las elecciones legislativas y, lo que es peor, también en la gubernativa bonaerense, donde Cafiero batió al candidato alfonsinista Juan Manuel Casella. Las encuestas previas le daban una ventaja de tres puntos, pero en el escrutinio se impuso por siete. Por primera vez la candidatura presidencial del peronismo se dirimiría en elecciones internas, que fueron convocadas para nueve meses después de la gran victoria de Cafiero, cuya Liga Peronista Bonaerense le garantizaba los votos del mayor distrito electoral del país. Fortalecido por su victoria sobre el candidato oficial Herminio Iglesias en las legislativas de 1985, por su decidido apoyo a las instituciones durante el alzamiento carapintada de 1987, y con control de los bloques legislativos de su partido en ambas cámaras, el gobernador de Buenos Aires era la figura excluyente de la política argentina. Sin embargo, en junio de 1988 fue derrotado por el gobernador riojano Carlos Menem, quien lo había acompañado en la renovación, pero que no contaba con un aparato que pudiera oponer a la maquinaria bonaerense. Tan fuerte era la imagen de Cafiero y tan poco temor inspiraba Menem, que el ministro de Interior Enrique Nosiglia suministró recursos para la campaña interna del riojano, con la esperanza luego realizada, de que sacara de pista al temido candidato bonaerense.
Carlos Menem, 1995. El mandato de seis años de Menem concluía en 1995 y la Constitución no admitía la reelección antes de que pasara un período. Pero en 1993, Alfonsín consintió la reforma constitucional que habilitaría un segundo mandato presidencial, a cambio de la elección de un tercer senador por la minoría en cada provincia, innovación concebida para insuflar vida a su alicaída estructura partidaria. Esto postergó las aspiraciones del ex vicepresidente y gobernador bonaerense desde 1991, Eduardo Duhalde, a quien Menem le había prometido que sería su candidato a la sucesión.
Fernando De la Rúa, 1999. La animosidad que esto generó entre Menem y Duhalde contribuyó a la derrota del justicialismo en las elecciones legislativas de 1997 frente a una Alianza de ocasión entre el radicalismo y el flamante Frente para un País Solidario, Frepaso, un desprendimiento liberal del peronismo liderado por el Licenciado en Historia Carlos Alvarez. También entonces el mayor impacto fue el resultado bonaerense. Alvarez persuadió a la senadora Graciela Fernández Meijide de renunciar a su banca por la Capital y competir por una diputación en la provincia. Esta profesora de francés, madre de un estudiante detenido-desaparecido durante la dictadura y dirigente de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, era una personalidad tan irresistible que venció por cinco puntos a la esposa del gobernador, Hilda González de Duhalde, quien había sumado una entusiasta organización de manzaneras al dispositivo territorial de su marido. Duhalde se proclamó como el padre de la derrota. El último día de ese año el columnista Martín Dinatale informó que en la compulsa realizada dentro de la redacción de La Nación, Fernández Meijide había sido designada como la personalidad política del año y anunciaba su candidatura presidencial para 1999, una vez más impulsada por el licenciado Alvarez y con generalizado sostén mediático. Si se hubiera dirimido como estaba previsto en elecciones internas, tal vez el vaticinio se habría cumplido. Pero temeroso de la maquinaria radical, Alvarez convenció a Fernández Meijide de que no disputara contra Fernando De la Rúa, y aceptó acompañarlo él como candidato a vice. De la Rúa relegó a Fernández Meijide y se impuso con holgura a Duhalde, cosas inimaginables dos años antes.
Néstor Kirchner, 2003. De la Rúa y Alvarez contaron con la benevolencia de Menem. El presidente no hizo nada para apuntalar la candidatura de Duhalde, quien perdió ante la Alianza en 1999. Pero su candidato Carlos Rückauf recuperó la provincia de Buenos Aires, a cuya gobernación llegó con una victoria sobre Fernández Meijide. Cuando la Alianza mostró sus primeras fisuras, Rückauf emergió como el favorito para disputar la presidencia en 2003. Pero sobrevino la gran crisis de fin de siglo y Duhalde pudo entrar por la ventana al despacho que las urnas le habían negado. Lo ocupó como encargado interino del Poder Ejecutivo durante unos meses entre 2002 y 2003. La Asamblea Legislativa había concedido a Duhalde permanecer allí hasta la finalización del mandato iniciado en 1999, pero su incapacidad para conducir una situación turbulenta lo obligó a renunciar también él antes de tiempo, como los dos presidentes radicales. Las elecciones de octubre de 2003 se adelantaron para abril y la entrega del mando de diciembre a mayo. Duhalde escogió entonces como su candidato al gobernador de Santa Fe, Carlos Reutemann, quien gozaba de excelente imagen. Pero rehusó presentarse, por razones que ni hoy se conocen con certeza. Néstor Kirchner era un desconocido fuera de Santa Cruz. Incluso en la semana previa a la primera vuelta sólo cuatro de las diez encuestas publicadas vaticinaron que el desempate sería entre Menem y Kirchner mientras otras tantas colocaron en el ballotage contra Menem al radical Ricardo López Murphy, a quien una dio como vencedor. Aún al año siguiente, durante un panel sobre publicidad política y elecciones, Julio Aurelio y Eduardo Fidanza insistieron en que en la Semana Santa previa a los comicios, López Murphy se encaminaba hacia la presidencia, fenómeno que no sucedió según Aurelio por una campaña de estigmatización y de acuerdo con Fidanza por errores del candidato.
CFK, 2007. En octubre de 2005, Kirchner tenía índices abrumadores de aprobación popular y decidió liberarse de la tutela de Duhalde. Postuló la candidatura de su esposa, que pudo batir a la de Duhalde en las elecciones bonaerense para el Senado. A partir de entonces nadie dudó de la reelección de Kirchner en 2007. Se pensaba que CFK podría suceder a Felipe Solá en la gobernación de Buenos Aires. Pero Kirchner declinó su reelección, para impulsar la candidatura de Cristina, quien en 2007 duplicó los votos de la segunda fórmula.
CFK, 2011. En octubre de 2009, luego de la elección legislativa bonaerense en la que el filántropo colombiano Francisco De Narváez batió a la lista encabezada por Néstor Kirchner, Daniel Scioli y Sergio Tomás Massa, la prensa opositora dio por terminado el ciclo kirchnerista e incluso se anunció la probable renuncia de la presidente para que asumiera en su reemplazo el vicepresidente Julio Cobos. En cualquier caso, Cobos era el candidato imbatible que en octubre de 2011 disputaría la presidencia con Scioli, Carlos Reutemann y/o Maurizio Macrì. Ninguno de los cuatro fue siquiera candidato y Cristina fue reelecta, con el 54 por ciento de los votos y casi 40 puntos sobre la segunda fórmula. De Narváez sí compitió por la gobernación, pero cayó por 43 puntos de diferencia ante Scioli. Cafiero, Bittel, Fernández Meijide, Duhalde, López Murphy, Reutemann, De Narváez resplandecieron durante sus respectivos quince minutos de gloria y se extinguieron como fuegos fatuos sin dejar huella. Cobos y Macrì aún sueñan con resurgir de sus cenizas. Ninguno cumplió el destino al que lo habían predestinado. Si algo sugiere la experiencia de treinta años de democracia, ninguno de los números puestos del concierto mediático actual recibiría la banda y el bastón presidenciales en diciembre de 2015. Esta no es una ley, ni es obligatorio que siempre suceda así. Pero menos asidero tiene pretender que lo contrario es la verdad, que las estrellas fugaces de hoy serán los soles del futuro sistema político nacional.
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