Domingo, 7 de junio de 2015 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Una movilización de masividad inesperada, producto de una conciencia construida durante años. Las interpelaciones al Estado y a la opinión pública. Las deudas de los Ejecutivos, de las agencias de seguridad, del Congreso, del Poder Judicial. La tradición de lucha argentina, las calles como escenario político. Desafíos para futuros gobiernos.
Por Mario Wainfeld
Ni una menos es la consigna, tan acertada como la convocatoria. La respuesta se dejó ver en la Plaza de los dos Congresos, en decenas de ciudades y pueblos. Tuvo acogida filounánime en los medios de comunicación. Se comentó en las escuelas para chicos de todas las edades, universidades públicas promovieron la asistencia y el debate. La movida resultó un éxito llamativo, inesperado.
El mensaje de la movilización hace centro en los femicidios aunque recorre el machismo, la discriminación, la violencia, la desigualdad en particular y en general. Lo aparentemente individual es un grave fenómeno social, se dijo en soledad o en minoría durante años, hasta lograr persuadir y sumar. Lo privado es político, lo invisibilizado gana terreno cuando logra hacerse notorio.
La disputa por el vocabulario, por la narrativa, forma parte de las luchas populares: que la palabra “femicidio” se agregue al diccionario de personas del común es parte del avance. Las iniciadas y las especialistas rayan alto cuando impregnan el saber de la opinión de la opinión pública.
La vanguardia consciente son las mujeres, las organizaciones feministas, periodistas, dirigentes sociales, algunas figuras políticas. Cuando llega la masividad, no sólo en este caso, las precursoras que lidiaron en soledad o en minoría flagrante durante años pueden atribularse o hasta enojarse.
Las causas nobles consagradas congregan a recién llegadas o llegados, a oportunistas de toda laya, a personas cuyas trayectorias desautorizan la foto con el cartelito. La Mona Jiménez es un ejemplo burdo, extremo. Hay otros, menos chocantes y expuestos. Es uno de los costos o desafíos de los saltos cualitativos. El oportunismo, la hipocresía, ya está dicho de modo refinado, son “homenajes del vicio a la virtud”.
Lo esencial, empero, es visible a los ojos. La muchedumbre, su integración transversal y diversa. Las mujeres dominan el espacio, hay muchos hombres, pibas y pibes con ojos abiertos y aptos para criarse sin las mochilas de otras generaciones.
La fiesta democrática, como todo episodio de una construcción, da un paso formidable en el camino correcto, demarca un mojón en el rumbo colectivo.
Una doble interpelación atrae la atención social. Se exige al Estado en todos sus estamentos y también se dialoga con el “sentido común”. Son objetivos conjuntos, el primero con bases más tangibles y sistematizables... no podrían concretarse si no confluyeran con cambios en el imaginario colectivo, día a día.
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Trazado, virtudes, inconsecuencias: Cuando se interpela a los poderes públicos, se transita un camino trazado. Iniciativas valiosas, proyectos de ley desde el inicio mismo de la recuperación democrática, funcionarios o magistrados dignos de serlo.
Se exige el pleno cumplimiento de leyes progresistas, a menudo votadas por mayorías infrecuentes por el número o el pluripartidismo. Las fallas palpables no estriban, entonces, en la intención original sino en la reglamentación o la implementación, imperfectas cuando no nulas.
El federalismo real se expresa en desigualdades territoriales: la asimetría entre distintas provincias atenúa o agravan la barbarie y la desprotección.
Hay protocolos de atención a las víctimas, de protección o de prevención. La praxis los minimiza o niega. Los poderes ejecutivos, las agencias gubernamentales no suelen estar a la altura de las necesidades. Hay excepciones, que deberían aleccionar al ejemplo.
Las fuerzas de seguridad son un agujero negro del sistema democrático, en promedio. Toda violencia es única, toda víctima también, pero se explican en un contexto de convalidación de valores ruines. Las policías que desmerecen a una mujer golpeada y en riesgo son congruentes cuando someten o agreden a supuestos pibes chorros, culpables de “portación de aspecto” o de clase. O a sus familias que claman por sus derechos, de ordinario representadas por madres, compañeras o hermanas.
El Poder Judicial, que se ufana de santidad y de vocación “contra mayoritaria”, toma con recurrencia decisiones que trasuntan una cosmovisión individualista, patriarcal, antiigualitaria. Son malos jueces o juezas, podría aducirse, a condición de analizar cuántos son en el conjunto y hacerse cargo de la idiosincrasia predominante en la casta judicial. Vitalicia, nobiliaria en sesgo y lenguaje, relativamente aislada de la sociedad, ajena al escrutinio popular en su labor cotidiana.
Los clamores por datos duros, estadísticas, señalan al actual oficialismo tanto como al Poder Judicial. Los obstáculos al acceso a la información y el desprestigio derramado por los desaguisados en el Indec contradicen y dañan a un proyecto nacional popular y con protagonismo estatal. No hay políticas progresistas sin mediciones serias, los movimientos que las reclaman tienen sobrada razón: se requieren para el diagnóstico, para los mapeos previos, también para las campañas de concientización, para la aguda simpleza de las consignas publicitarias.
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Activismo y alegría: Es único el gozo de sentirse o saberse parte de una multitud en marcha. Quien nunca lo vivió no tiene noción de lo que se pierde y a menudo no lo comprende. La ajenidad puede virar a la subestimación o hasta al rencor.
Dio gusto leer en esta semana augural a las compañeras periodistas de este diario que vienen construyendo discurso, conciencia. Que alertaron, “abrieron la cabeza” a otras personas, que construyeron trayectorias y pertenencias.
La masividad sorprendió a militantes feministas y conmovió, en buena hora. Honró su lucha contra corriente desplegada en años con entornos menos espectaculares.
Este cronista es reacio a proponer records o rankings, entre otras razones porque para hacerlos es menester una versación elevada. Pero uno se atreve a decir que no es común, en la experiencia internacional comparada, una movilización como la del miércoles.
Por sus motivos, por el número de participantes, por el valiente rigor del documento presentado, por la vastedad social y generacional de la asistencia, por los múltiples territorios en los que se expresó, por su impacto en los estamentos de la educación pública.
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Las Plazas llenas: Se acaban de cumplir cuarenta años del Rodrigazo que, simplificando desde ya, puede considerarse un hito que demarca el comienzo del fin de los “treinta años gloriosos” del Estado benefactor en la Argentina. Con el mismo afán simbólico y de “redondeo” podríamos fechar su inicio el 17 de octubre de 1945. Se llegó entonces a niveles igualitarios sin antecedentes, jamás recobrados después. Entre otros factores porque se lo quiso demoler de modo consciente y articulado durante la dictadura y en la etapa democrática neoconservadora que llegó hasta comienzos del siglo XXI.
Nuevas formas de desigualdad y de resistencia política signan nuestra historia reciente. Nuestra estructura social es desigual pero la mayoría de la población es igualitarista y demandante. Su capacidad para resistir, movilizarse y demandar es enorme, en términos comparativos. El activismo, así sea de modo acotado o contingente, es una experiencia extendida. La disputa por el espacio público, la ocupación de calles o plazas es vivencia cotidiana.
Hagamos un listado veloz e incompleto de variopintas movilizaciones en este año, que no llegó a su mitad. Hablamos de las de todo pelaje: queda explícito que no solo de las que nos contienen o convocan. La derecha también se vale de la herramienta, que fue fraguada en otras culturas.
El 18F, las concentraciones del 1º de marzo y el 25 de Mayo, las fiestas de la semana maya, las marchas de distintos signos realizadas el 24 de marzo, el imborrable 3 de junio.
En otros registros, cortes de calles o rutas por reclamos sindicales. Ora muy específicos, por conflictos de empresa. El martes habrá un paro de transporte, motorizado por el sindicalismo opositor. Partidos y sindicatos de izquierda apelarán también a la acción directa con piquetes, no sin polémica con la conducción de los grandes gremios, que prefieren limitarse al ejercicio del derecho de huelga.
El cuadro (variopinto y hasta contradictorio por demás) alude a una sociedad en la que la política se expresa día tras día con todos los recursos del sistema democrático.
El kirchnerismo toma intervención en ese terreno, pues recuperó un espacio que solo pudieron congregar los primeros peronismos y el presidente radical Raúl Alfonsín entre su asunción y las Pascuas de 1987. La movilización de apoyo es uno de sus recursos, que suma a las que expresan demandas de minorías intensas o hace contrapunto a las de tono opositor.
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El sistema y cada cual: El sufragio universal, obligatorio y masivo es noble puntal del sistema político argentino. El pueblo soberano analiza, se implica, se expresa e incide en el escenario futuro. No hay trance comparable, lo que no lo transforma en autosuficiente. Tienen razón quienes predican que la democracia se construye todo el tiempo, no exclusivamente en aquellas jornadas fundamentales.
La democracia argentina, que todavía no ha conseguido objetivos irrenunciables, se integra con un activismo público vibrante y exigente. La gobernabilidad debe atender a los reclamos y gritos de “las calles y las plazas” que no cesan ni son unidireccionales.
Seguramente es difícil gobernar una nación que tiene una práctica de protesta tan enraizada y creciente. Pero está entre lo bueno y lo glorioso que proliferen esas movidas, que se enriquezcan y multipliquen, que asistan a ellas criaturas de colegio primario. Todo un reto a los gobiernos que vendrán, que deberían tener entre cejas lo que les sucedió a los presidentes Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde (radical y peronista) cuando quisieron sofocarlas con represión.
Ni una menos engruesa y enriquece una tradición que enorgullece. La manifestación desnuda que lo supuestamente privado o individual o aislado es sistémico, público y político: alerta y enseña. Adherir y alegrarse es de cajón.
También induce a cada cual a revisar su bagaje de límites, de prejuicios, de contradicciones. La didáctica de la movilización no se constriñe a los femicidas o a los peores integrantes de los estamentos estatales. Todos deben, debemos mirarnos al espejo, aunque no seamos los extremos en cuestión. Para aprender, para repensar, para cambiar, para estar cada día de la existencia a la altura del mensaje que nos conmovió.
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