Domingo, 21 de junio de 2015 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Mario Wainfeld
Esta columna se entrega en la noche del sábado, con Argentina clasificada sin encanto y mientras faltan pocas horas para el cierre de la presentación de listas para las decisivas Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) nacionales y bonaerenses. Lo esencial son las fórmulas para gobernador-vice y presidente-vice que se detallan en otras notas de este diario. La lectura fina de las boletas de todas las provincias sumará referencias para el análisis, que quedará para más adelante.
Ocho fuerzas aspiran a la presidencia. Según las previsiones de las encuestas y los quinchos, sólo tres tienen pretensiones reales a llegar a la Casa Rosada y con diferentes posibilidades. Son el gobernador Daniel Scioli, el jefe de Gobierno Mauricio Macri y el diputado Sergio Massa en ese orden.
Las otras cinco alternativas llegan con otras ambiciones, aún con el desafío de llegar a la votación general superando el piso del 1,5 por ciento de los votos válidos emitidos en las PASO. La regla vale para la Nación y para cada una de las provincias, por separado.
Esta nota será avara en pronósticos y se reconoce a priori que son tentativos, mucho menos sólidos que el voto popular. Esto aceptado, luce difícil que las ocho boletas estén en el cuarto oscuro en octubre: una o más podrían quedar en el camino. La cuestión es relevante para su supervivencia, para la pluralidad de la oferta electoral y también para determinar entre cuántos de dividirá “la torta” del cien por ciento de los votos válidos en octubre. Puesto de otra manera: cuánto porcentaje le “restará” a los más taquilleros el pelotón de más abajo, dato esencial para hacer simulaciones o imaginar escenarios. El ojímetro del cronista, que no es infalible, pondera hoy que podría ser entre un piso del diez por ciento y un techo de veinte. El noventa u ochenta por ciento “restante” podría repartirse entre el Frente para la Victoria (FpV), Cambiemos (donde predomina el PRO) y UNA (donde prima el Frente Renovador de Massa).
Fórmulas y alquimias: el FpV buscará mantenerse en la Casa Rosada con el binomio Scioli-Carlos Zannini, mediante lista única. El nombramiento de Zannini fue la sorpresa de la semana, que desató, como es hábito, una seguidilla de debates pragmáticos y éticos. La traducción del gesto fue unívoca, la grieta se abrió para las valoraciones: se kirchnerizó la fórmula, lo que debe matizarse dada la diferencia de poder entre el presidente y el vice.
Macri se inclinó por la senadora Gabriela Michetti, tal como venía deslizando. El binomio estrena novedades en la praxis electoral argentina. Jamás una fórmula que gobernó una provincia aspiró luego a la presidencia. Es un esquema muy localista para un país variado y federal. Que los aspirantes sean porteños le agrega rareza, parece imaginar que al elector de “la Argentina profunda” le da igual. Los estrategas de los partidos ganadores hasta hoy, pensaron de modo diferente, por ahí con una licencia en los casos de Fernando de la Rúa-Carlos “Chacho” Alvarez. Chupete es cordobés pero hizo toda su carrera en la Capital en la que fue senador y jefe de Gobierno.
La boleta “pura”, amarilla-amarilla y filounitaria es una jugada atrevida. Tampoco hay precedentes de candidatos con chances egresados de universidades privadas: en el PRO lo son los dos integrantes, Massa también se diplomó pagando sus estudios.
Un interrogante es si el imaginario argentino habrá cambiado tanto para desechar el molde común en el que pueden encontrarse Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Néstor y Cristina Kirchner por mentar solo a los mandatarios electos ulteriores a 1983. Hijos o nietos de inmigrantes, profesionales recibidos en la universidad pública, militantes de los partidos populares. Puede pasar, el paso del tiempo modifica muchas cuestiones. Puede que el comportamiento tradicional tenga raíces profundas, que pervivan.
El consultor-estratega Jaime Duran Barba conoce los antecedentes, los ha estudiado y cree que ya no rigen. No es un ecuatoriano recién aterrizado en estas pampas ni un posmoderno que no lee la historia. Pensar así sería subestimarlo. Este cronista piensa que Macri-Michetti sesgan mucho al PRO, “cierran” demasiado, que les costará ganar aceptación fuera de la Ciudad Autónoma, Santa Fe y algo en Buenos Aires o Córdoba.
Pero hay algo atinado (o no descabellado, por lo menos) en la lista PRO. Es recuperar una polarización que también es histórica: entre el peronismo en su versión de época y el antiperonismo o no-peronismo o gorilismo, a gusto del intérprete. O sea ejercitar el rol que le cupo al radicalismo pre alfonsinista y posalfonsinista. Ser “el otro”, aglutinar de modo diferente.
Uno tiende a creer que el mapa de distribución dispar de voto existirá, aunque en proporciones diferentes, menos propicias para Macri, a las que concibe Duran Barba.
El FpV tendrá su base social en los sectores más humildes y la territorial en los conurbanos y las provincias, en particular el NOA, el NEA y Buenos Aires. PRO en Cambiemos busca dominar los sectores medios y altos, urbanos, de mayores niveles de educación. Esta tipología es esquemática, aunque tal vez no errada. Claro que los presidenciables solo pueden vencer enancados en un voto policlasista porque la sociedad argentina es estratificada y compleja. Pero, como diría el politólogo Héctor Veira, “las bases están”.
Predecibles, aunque no se crea: contra lo que predica la vulgata dominante, la realidad social argentina es bastante predecible, sustentable y estable. La crónica política siempre detalla sorpresas, idas y vueltas, anécdotas y excitación. Si se atiende al mediano plazo (más allá no es “patriótico”), la política expone regularidades.
Macri y Scioli, sin ir más lejos, se insinuaban en la grilla de presidenciables en 2011 cuando fueron reelectos con holgura en sus dos grandes distritos. Sin opción para revalidar, quedaban “condenados a buscar el éxito”, parafraseando la célebre expresión. Forman parte de un conjunto más amplio: las gobernaciones son la gran cantera para proyectar presidentes. Todos los que llegaron después de Alfonsín, hasta los interinos, caminaron ese cursus honorum, con Cristina como explicable excepción.
Macri tenía como desafío hacerse “pie” de la oposición, congregarla tras su dispersión suicida en las presidenciales y ampliar su armado en las provincias. Logró bastante el primer objetivo, algo menos el segundo y más bien poco el tercero. Pero pinta como el primus inter pares, se tiene fe y decidió dejar marchitar a Sergio Massa para no “contaminar” a su espacio de peronismo (y de ex kirchnerismo reciente, vamos). En ese sentido no cuenta mucho que lo ladeen algunos compañeros justicialistas en la CABA o el senador Carlos Reutemann. Tampoco el estilo plebeyo de Miguel Del Sel. El amarillo PRO no será puro-puro pero nadie sospecha que cantarán la marchita si triunfan... El trencito es su coreo predilecta, descriptiva de su identidad.
Un camino con cantos: Scioli debía sortear los riesgos de la terrible gestión bonaerense, conservar su estrella electoral... no es poco. También definir si trataba de ser el candidato del K este año o si se volcaba al “peronismo federal”. Dos veces se encontró ante la encrucijada. Primero en 2008-2009 cuando el conflicto con las patronales agropecuarias debilitó al oficialismo nacional, provocándole la mayor fuga de dirigentes, mandatarios provinciales o comunales, legisladores de todo rango. Permaneció, fue candidato testimonial y mordió el polvo junto al presidente Néstor Kirchner a quien había ladeado en 2003. En 2011 sonaron de nuevo los cantos de sirena, se empecinó en desoírlos. Claro que se reunió con las sirenas, discutió pero a la hora de la verdad se ató al palo mayor del kirchnerismo y allí bogó.
Aliado desde el comienzo, jamás el favorito, a menudo relegado, Scioli hizo de la tenacidad y la paciencia virtud. Su capital electoral solo es superado por el de Cristina Kirchner.
Su táctica recurrente consistía en no ser vetado... llegó. Pactó, expresa o tácitamente, abstenerse de meter baza en las listas nacionales de diputados o senadores, en la del Ejecutivo bonaerense. Ofreció o aceptó ser acompañado por Zannini, la diferencia es anecdótica, no sustancial. “Condujo” Cristina, he ahí el núcleo de la cuestión.
La virtualidad electoral de Scioli le granjeó la candidatura única porque otros aspirantes más kirchneristas no le hicieron sombra en las proyecciones electorales. Un politólogo finlandés recién aterrizado en nuestro suelo podría imaginar que lo suyo fue un escalafón: vicepresidente, gobernador dos veces, presidenciable. Sabemos que no fue así, que hubo peripecias formidables.
Entre Kirchner-Scioli y Scioli-Zannini median doce años. La resultante es, para el kirchnerismo más coherente y convencido, un retroceso. El oficialismo no pudo construir un aspirante “del palo” mimado o mimable por los ciudadanos en el cuarto oscuro. Topó con el escollo típico de las fuerzas con liderazgos carismáticos para armar la sucesión. Los clásicos transitan ese brete, tanto Maquiavelo (si se lo lee bien) como Max Weber. Eso no excusa la carencia, solo le da contexto. Cristina Kirchner no impuso “su Dilma Rousseff” como consiguió el ex presidente brasileño Lula da Silva. En el FpV no emergió alguien como el ex presidente uruguayo Pepe Mujica para alternar con el líder del Frente Amplio, Tabaré Vázquez.
Los recursos K para ganar elecciones fueron la legitimidad popular de la acción de gobierno y sus candidatos con arrastre en las unas: Cristina la principal. Scioli la secunda en ese terreno y por eso está hoy en pole position. Claro que quienes comulgan con el perfil más novedoso y audaz del oficialismo preferirían que la fórmula fuera por ejemplo, fantaseemos, Zannini-Scioli, pero ese binomio no es competitivo.
Se abriría, si triunfara el FpV, una etapa novedosa, sin precedentes. Equipararla o aún compararla con Cámpora-Perón es un exceso de anacronismo: se habla de etapas muy disímiles: otro mundo, otra economía, otra sociedad, otro (superior cualitativamente) sistema político.
Especular sobre cómo funcionaría será habitual en los meses venideros. A cuenta de reflexiones más extensas digamos que son tan enormes como inéditos la legitimidad y el liderazgo de Cristina al final de sus mandatos. Pero que ser presidente no es algo baladí ni desprovisto de poder.
Límites: Cristina “en la calle”, dotada de la legitimidad que no consiguieron Alfonsín o Carlos Menem al terminar sus mandatos, podría funcionar como un apoyo fabuloso o una oposición férrea.
La amurallan los bloques de diputados y senadores que se formarán, cuya dimensión exacta se conocerá con el veredicto popular. Serán muchos cuadros propios, un caudal envidiable si se “banca el proyecto” y temible si hay “desviaciones”.
Pero el mayor límite, para Scioli o quien resulte ganador, es el estado actual de la sociedad argentina. No es la herencia de la dictadura, ni las de la híper, ni las del fracaso de la convertibilidad, ni la del 2001. Los trabajadores se movilizan con rapidez y crudeza en defensa de sus conquistas. “La calle y las plazas” gravitan mucho en la Argentina. Minorías de todo tipo reivindican sus derechos con astucia y capacidad de movilización.
Las caídas de De la Rúa y Eduardo Duhalde son aleccionadoras. La sociedad argentina no soporta las demasías antipopulares del poder, los ajustes, la represión.
Para cualquier oficialismo que aspire a la supervivencia y a la continuidad sería delirante tirar abajo la protección social extendida implantada desde 2003. La tentación derechosa late, el revanchismo empresario también pero los ejemplos cercanos ilustran a los dirigentes políticos... o deberían hacerlo.
La Argentina es más gobernable que antaño, doce años de vigencia lo corroboran. Pero no lo sería apelando a cualquier política sino organizándose en torno a lo conquistado y cimentado. Las democracias instaladas con participación cotidiana son reformistas-etapistas en sustancia y los cambios brutales contra los derechos populares le sientan mal.
Cambiar para continuar: la dupla binaria “continuidad versus cambio” sirve hasta ahí nomás para poner en eslogan la disputa electoral. Sin entrar en detalles, la continuidad de las vigas maestras construidas por el kirchnerismo necesita cambios en los instrumentos, políticas novedosas, revisión de las contra indicaciones o amesetamientos del “modelo”.
Es valioso prendarse del rumbo y de los grandes objetivos. Las herramientas son, en principio, accesorias y contingentes. El oficialismo creó millones de puestos de trabajo y disminuyó la proporción de informalidad, en sus primeros años. En los más recientes, defendió con denuedo los puestos existentes y mejoró las políticas sociales, jubilaciones incluidas. Hay coherencia pero no es suficiente.
Es difícil imaginar un populismo exitoso, promotor de la redistribución de la riqueza y el poder, sin crecimiento. En el estadio actual, entiende este cronista que no es experto, es imperioso revisar la política industrial, la capacidad estatal para acumular divisas, los medios para volver a crecer. El sistema impositivo exige modificaciones, tanto como mejoras las acciones nacionales en salud y educación. Los programas Progresar y Procrear son virtuosos, deben ser acrecentados y apuntalados. Cien retos afrontará quien gobierne desde 2015. La propuesta opositora, en general, se inclina por sugerir que desplazar al kirchnerismo y bajar impuestos es la clave. Suena a poco.
El oficialismo es parco a la hora de comentar cómo se construye el futuro, también en lo instrumental.
Tal vez, ojalá, en la campaña se vayan discutiendo esos desafíos. La polarización posible lleva a imaginar que habrá en sustancia dos propuestas en debate. Los candidatos tienen su espacio ahora, el pueblo decidirá.
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