Viernes, 26 de mayo de 2006 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Luis Bruschtein
El contraste del escenario y la Plaza. Un escenario sin políticos, con las Madres, las Abuelas y los artistas que muchas veces las acompañaron. La Plaza, con la presencia relevante de los movimientos sociales y piqueteros pero al mismo tiempo con la masiva aportación de los aparatos gremiales y del PJ, que nunca habían sido el público en actos de las Madres y las Abuelas. Para los movimientos sociales y de derechos humanos, la incógnita que induce ese contraste se resuelve por la presencia del presidente Néstor Kirchner. Una explicación que resuelve en todo caso la fotografía, el instante, pero que mantiene esas incógnitas proyectadas en el tiempo.
“Esta Plaza es de Evita, de los trabajadores y de los 30 mil desaparecidos”, fue una de las frases del discurso presidencial que lo alineó con los pañuelos blancos. Fue consigna JotaPé, una identidad que busca abarcar al peronismo y al centroizquierda. La Plaza le respondió con una ovación, incluso desde las filas con viejos referentes del menemismo. El travestismo de estos sectores, actuado con la convicción que da la experiencia, aporta su cuota de realismo y resta otra de credibilidad.
Los aparatos tuvieron la oportunidad de volver a mostrar su fuerza después de muchos años, aunque subordinados al influjo de un escenario que los confrontaba por historia y posicionamientos. Un escenario solamente con las Madres y las Abuelas y un foso al costado y abajo con los políticos y funcionarios. También esa imagen ilustra el acto.
La pregunta es si esos viejos aparatos que transitaron por el menemismo y el duhaldismo podrían movilizar igual si la convocatoria principal no fuera Kirchner. Si estas miles de personas humildes, trabajadoras, sólo responden al referente inmediato, o si son más convocadas por un proyecto nuevo. Y cuál es el riesgo de un proyecto nuevo al abrirle la puerta a los viejos aparatos. Y cuál sería el riesgo –o la opción– de no hacerlo.
Las Madres y Abuelas en el escenario representaron a la generación que luchó en los ’70. Eran una manera de decir que desde allí hablaban, que eran ellos los que tenían la oportunidad histórica de volver al escenario después de treinta años. Aunque se pueda discutir su verismo, proyectaron un simbolismo poderoso. Los que cayeron en la lucha, hoy están de vuelta. Para los miles y miles que lo vieron por televisión, no hubo contradicciones, fue el mensaje. Y a pesar de lo contrastante con una gran parte de la Plaza, en esa contradicción también se produce un diálogo donde las cargas históricas asumen significados nuevos. Porque la Plaza de ayer abre, a su vez, nuevos escenarios.
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