Domingo, 1 de julio de 2007 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Roberto Marafioti *
“El hombre sabe pensar en tanto que tiene esa posibilidad, pero este posible no garantiza todavía que seamos capaces de hacerlo”, dice en algún escrito Heidegger. Es esa capacidad, esta potencia, la simple posibilidad lógica la que se pretende darnos como un ejercicio constante y permanente. Sin embargo, todos sabemos que si la facultad de pensar se impusiera necesariamente, el mundo habría cambiado hace mucho tiempo y los hombres pensaríamos desde hace mucho tiempo. Reconocer que la mayoría de la gente siempre y en todas circunstancias ejercita la facultad de pensar sólo puede, en el mejor de los casos, hacer sonreír.
El domingo 24 la mayoría de los votantes votó considerando que Macri les posibilitará un cambio en sus vidas cotidianas y en sus problemas más urgentes. Evidentemente existen dos opciones para considerar. O la mayoría no pensó o el ejercicio del pensamiento estuvo atravesado por otras determinaciones que merecen tenerse en cuenta. Me inclino por esta última opción. Cuando se reflexiona acerca de la trama por la que circulan los discursos sociales hay que poner en consideración no sólo la razón que mueve a cada uno de los candidatos sino también la imagen que construyen, los imaginarios que despiertan y las representaciones que se van armando. En este punto, Macri mostró más habilidad, no sólo porque ganó sino porque supo sacar provecho del tiempo transcurrido desde la última elección en la que compitió con Ibarra y la deliberada elusión que provocó en el resto de los sectores políticos la tragedia de Cromañón. Ya ha sido reiterado hasta el cansancio que la realidad política actual es fruto de la crisis del 2001. Vale la pena no olvidarlo. Ello significa que las identidades políticas que estaban borroneadas alcanzaron un nivel de evaporación desconocido hasta entonces. Y quizás en la ciudad es donde esta realidad fue más contundente. Ello permitió que el peronismo apareciera en todas las opciones que tenían posibilidades de alcanzar el podio del ganador. Los tres candidatos, en la primera vuelta, sumaron representantes del peronismo. Cierto es también que la variante más nítidamente menemista optó por Macri, pero también en los otros dos sectores, el estilo y la impronta de los ’90 estuvo presente. Ahora bien, la consigna “Menem es Macri” tiene un punto de veracidad incuestionable, pero no alcanzó el sentido que se le pretendió dar. Sentido y referencia, una vez más, se encargaron de enturbiar las cosas. Quizá los votantes de Macri vayan descubriendo que, a pesar de que una buena parte de ellos mismos haya participado en las asambleas barriales que buscaban materializar el “que se vayan todos”, las trampas de las sociedades son mucho más sutiles que la identificación de los enemigos de la clase política.
La política, a pesar de todo y en democracia, todavía sigue siendo el espacio en donde se deben buscar las respuestas más efectivas, contundentes y proyectadas en el tiempo. Desde hoy, puede decirse que los electores eligieron a un empresario exitoso que se mostró como un político solapado, distraído y con poca labia. Pero, sin dudas, ejercerá una política que tiene bastante poco que ver con los idearios de una ciudad que se ufanó por tener un grado de participación alta, de estar a la vanguardia de las tendencias culturales de los tiempos que corren, de ostentar una alta flexibilidad en cuanto a los valores. Sin embargo, tendrá a partir de ahora el sambenito de haber consagrado un gobierno de derecha que, sin dudas, hará menos de lo que prometió y mucho más de aquello que los porteños condenaron en el 2001. Si Macri realiza algunas de sus promesas que apuntaron a lo estrictamente barrial o local (me animaría a decir que su pensamiento no se eleva más allá de la baldosa que prometió reparar), producirá también un efecto positivo. Obligará a los sectores políticos más modernos y dinámicos a imaginar propuestas más vigorosas y contundentes. Como considero que, en verdad, lo único que podrá hacer es mostrar su verdadero rostro (ya comenzó criticando a Chávez, a Evo, elogió a Chile como modelo, propuso reformar la Constitución de la ciudad y cualquiera sabe que no son sólo las comunas o el ballottage su preocupación), ejecutará tan solo políticas regresivas y reaccionarias. Nuevamente habrá que asumir el desafío de organizar una oposición que sea más seria, efectiva e inclusiva. Hasta ahora, lo que existió es una obstinada fragmentación política que sólo sirvió para que treparan aquellos que siempre se preocuparon más por los negocios y menos por la gente.
El papel de la Iglesia en todo este entramado tampoco podrá desdeñarse. Ahora y a futuro. Se ha convertido en un actor político sin sutilezas que reclama una injerencia propia de otros siglos. La desgracia es que buscará, otra vez, lugar relevante, con todas las nefastas consecuencias que ello supone. Por eso, el maestro de Heidelberg quizá tuviera razón. El problema es que él mismo tampoco pensó cuando apoyó el nacionalsocialismo. Esperemos que los electores porteños se despierten cuando vean que no se puede hacer desaparecer la pobreza con represión, ni la inseguridad con mano dura, ni la falta de viviendas con negocios privados.
* Semiólogo, profesor de la UBA.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.