EL PAíS › LA IGLESIA EN LA CAMPAÑA ELECTORAL

En el estilo más indirecto

La estrategia es guardar silencio y cuidarse mucho de decir nada utilizable en la campaña. Lo que no quiere decir que no se trate de influir en candidatos e internas, y que no se envíen mensajes claros.

 Por Washington Uranga

En pleno período electoral los obispos, habituales voceros de la Iglesia Católica, prefieren guardar silencio. No quieren que eventuales declaraciones puedan ser tomadas como posicionamiento a favor o en contra de un partido o un candidato, o utilizadas con fines electoralistas. Esto no quiere decir que renuncien a fijar posiciones, incidir sobre los candidatos y hacer valer lo que consideran que les corresponde como referentes de la feligresía católica.

La última declaración formal del Episcopado sobre el tema electoral fue el 23 de agosto y no hizo más que repetir un comunicado anterior del 28 de abril en el que se reclama “transparencia” que aleje tanto de “las prácticas demagógicas y presiones indebidas” como del “clientelismo y la dádiva” porque desvirtúan el significado de los comicios pero además “degradan la cultura cívica”. Se trata de un discurso que, siguiendo la línea de su presidente, el cardenal Jorge Bergoglio, intenta situarse en el lugar de “referente moral” de la sociedad. Está claro que por lo menos una parte del Episcopado sigue pensando que la jerarquía católica tiene suficiente autoridad y reconocimiento social como para jugar el papel de “salvaguarda” de los derechos y de las instituciones.

La opinión de los obispos no es la única que se escucha desde el lado de la Iglesia. Lejos del cuidado lenguaje episcopal, el llamado “Grupo de curas en la opción por los pobres”, cuyo coordinador es el sacerdote Eduardo de la Serna, aprovechó la circunstancia electoral para emitir días pasados un mensaje en el que reafirman que “el irrenunciable compromiso a favor de los pobres, de su liberación, y contra la injusticia y la pobreza, es y debe ser el objetivo principal de la verdadera política”. También ellos, tras celebrar la continuidad de la dinámica democrática en el país, subrayan que “el clientelismo, la falta de transparencia y la corrupción están muy lejos de ser cosas del pasado”. Las palabras son similares, pero la aproximación bien distinta. De la misma manera, mientras los obispos hablan en términos genéricos de los pobres y de la justicia, también de la reconciliación entre los argentinos sin que todos ellos le den a esa palabra el mismo significado, los curas dicen que “adherimos a los gestos a favor de la justicia y de la memoria, y nos alegramos con la declaración de inconstitucionalidad de las inicuas leyes de obediencia debida, punto final y la nulidad de los indultos”.

El Episcopado sigue guardando silencio absoluto sobre el juicio que seguramente culminará esta semana con un fallo condenatorio contra el sacerdote Christian von Wernich. Sobre el tema es habitual que se mencione la palabra “prudencia” y que todo lo que haya que decir se hará una vez que se pronuncie la Justicia. Los curas, en cambio, reclamaron “el esclarecimiento y la justa condena de todos los crímenes de lesa humanidad, incluyendo claro está la de los capellanes militares o policiales que hayan participado en crímenes, desapariciones o torturas, y exigimos, una vez más, la aparición con vida de Jorge Julio López”.

El aborto es para la Iglesia un tema de campaña. Los obispos temen que tras las elecciones avancen los proyectos destinados a despenalizar el aborto. Por eso reaccionan casi por reflejo ante cualquier avance sobre el tema, y los sectores más conservadores hacen de esto una materia central, insistiendo en que se trata de una cuestión de “vida o muerte”. En cada contacto reservado, en cada diálogo con dirigentes políticos, el punto forma parte de la agenda. Para los curas el asunto es más amplio: “La lucha por la vida, y por la vida digna, no pueden ser slogans de ciertos grupos a los que parece que sólo les interesa la defensa de la vida intrauterina, desentendiéndose del hambre, la desocupación, de la falta de salud, o de la niñez y la vejez desamparadas, de la justicia y de la vigencia de todos los derechos humanos de ayer y de hoy”.

No es sólo una cuestión de matices. Cuando se trata de evaluar sus relaciones con la política o con lo social, la Iglesia surge a los ojos de los observadores como una institución multifacética difícil de cobijar en una sola línea de análisis o de contener bajo un mismo criterio interpretativo. Hay formas de participación más directa de sectores católicos en el escenario electoral a través de obispos, sacerdotes y ex curas. El obispo emérito de Iguazú Joaquín Piña salió directamente a criticar la ley de lemas en la provincia norteña señalando que su vigencia supone un ataque directo a la institucionalidad democrática. En La Rioja, el ex cura Delfor “Pocho” Brizuela, un hombre que trascendió por su tarea sacerdotal junto al asesinado obispo Enrique Angelelli, es hoy ministro de Desarrollo Social de La Rioja y candidato a intendente de la capital provincial acompañando al gobernador interino y también candidato Luis Beder Herrera. Apenas dos ejemplos de una realidad que tiende a multiplicarse.

La estrategia eclesiástica combina declaraciones públicas con encuentros reservados. Durante estos meses previos a las elecciones los contactos privados entre obispos, sacerdotes y candidatos a las instancias políticas son y seguirán siendo constantes. En la mayoría de los casos estos encuentros se hacen en un marco de acordada reserva. Ambas partes aceptan la metodología y buscan el trascendido para evitar compromisos mayores. Pero no rehúyen del contacto porque forma parte de un estilo político de relacionamiento entre la Iglesia y los dirigentes políticos. No hay anuncios formales pero desde el costado político se deja “trascender” la información sobre tal o cual encuentro, que nunca será confirmado o desmentido por la fuente eclesiástica. Por parte de los hombres de la Iglesia este comportamiento forma parte de su estilo de ejercicio de poder. Muchos obispos y sacerdotes saben que sus influencias se manejan de mejor manera en los ámbitos reservados que en el escenario público y hacen del bajo perfil una metodología de incidencia cuando no de presión sobre la dirigencia política. El cardenal Jorge Bergoglio es un cultor de ese estilo. Mantiene reuniones reservadas con un arco muy grande de la dirigencia política. Sobre los diálogos no da información y no revela detalles, pero no niega su existencia. En esos encuentros con “mis feligreses”, como suele decir, fija posición, hace advertencias, establece lineamientos. Es, dirán, parte de su tarea “magisterial” como obispo católico. El mismo esquema se reproduce, con matices y particularidades, en las provincias y las diócesis de todo el país. De esta manera se configura una agenda de temas que habrá de retomarse, con el mismo método, después del 28 de octubre con quienes resulten electos.

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