Domingo, 4 de noviembre de 2007 | Hoy
Luego de 24 años consecutivos, Manuel “Manolo” Quindimil perdió las elecciones para la Municipalidad de Lanús a manos de una colectora kirchnerista que encabezó Darío Díaz Pérez. Página/12 realizó una recorrida por el municipio y recogió las primeras impresiones del cambio de mando.
Por Werner Pertot
Sin vida, pero todavía con considerable temperatura, el Comando Electoral del PJ de Lanús se siente al tacto como un cadáver reciente. Queda justo frente a la municipalidad que Manuel Quindimil tendrá que abandonar luego de 24 años consecutivos de ser intendente. “Acá no hay ninguna autoridad. Háganme el favor de salir”, le dice a Página/12 un hombre pelado de bigotes, con cara de pocos amigos. En la vidriera, gastadas por el tiempo, están las imágenes de Evita y Perón teñidas de dorado. Más arriba se alterna otra pareja, a colores: Manolo y Cristina. Paradójicamente, el enterrador de Quindimil proviene del PJ local y formó parte de su gobierno. Se llama Darío Díaz Pérez y está alineado con el senador José Pampuro. “En lo personal, no tengo nada contra Manolo. Pero la gente marcó el fin de una etapa”, sostiene el intendente electo.
Los dos compitieron bajo la boleta de Cristina Kirchner, bajo el sistema de “colectoras” que diseñó el kirchnerismo como sustituto de las antiguas internas del PJ. Hubo pocas excepciones en las que el que jugaba de local no venció; la más resonante es la caída de quien gobernó Lanús durante 24 años consecutivos. El mito de su invencibilidad, convalidado en siete períodos, se extinguió, así como hace dos años se pinchó el de Carlos Menem en La Rioja. En las filas de Manolo todavía se preguntan qué pasó. Algunos intuyen que varios de sus principales referentes negociaron su pase por debajo de la mesa, seguidos por una horda de punteros que antes le respondían sin cuestionar. En las paredes de los comedores que tienen en los asentamientos, sin embargo, todavía cuelga la imagen de Quindimil entre las de Evita y Perón. Como un Cristo. Crucificado.
Made in Lanús
Dos niñas juegan a saltar la cuerda frente a la arcaica fachada de vidrio de la Municipalidad de Lanús, donde antes funcionaba la estación de trolebús. Los jardines, con arcos de metal, enredaderas y hasta una cascada en miniatura, sirven como un breve espacio de recreación. Allí Nadia, rubia, de 53 años, llevó a su hija el sábado por la tarde. “Este hombre ya no estaba en edad para seguir conduciendo. Yo pienso que la gente se cansó”, comenta a este diario, mientras su hija salta.
Reclinados bajo uno de los árboles, Nelson y Julia, una pareja de novios, coinciden con ella. “Esto ya era casi una monarquía. No puede ser que una persona dure tanto”, se queja él, mientras que a ella le brillan sus ojos azules y dice: “Esperemos que el que venga cambie algo”. Nelson sacude su cabeza, como si no lo creyera posible.
“El que llegue se va a encontrar con que falta muuucha plata”, asegura Eugenio, quien lee el diario en el bar El Clavel, frente a la estación del tren. Eugenio abandona la lectura y hace un gesto cómplice, como de quien sabe aún más. “Manolo perdió porque se le fueron dos o tres personas muy allegadas a él. Acá todo se mueve con punteros”, se despacha, tras apurar su taza de café. “Además de los punteros, es verdad que la gente ya estaba harta”, dice, y repite una vieja cantilena: “Lanús, Lanús, de día no tiene agua y de noche no tiene luz”. Con sus 60 años, se precia de haber compartido con Quindimil más de una charla. “Hablás con él y te das cuenta de que no puede dirigir ni un club”, sentencia.
En la deslucida plaza de la estación, frente al café, Rosa es la única que se anima a defender al intendente ante este diario. Mientras acomoda su puesto de ojotas, remarca: “Lo vamos a extrañar, vas a ver lo que te digo. No teníamos problemas con Manolo, él nos dejaba trabajar”. Ella es nacida y criada en Valentín Alsina, la patria chica de Quindimil. “Hay mucha gente joven que votó este año. Si les cerrás un boliche, te votan en contra. ¡Sólo piensan en ellos!”, se queja, entre el hormigueo de gente que circula por la plaza Lanús.
“Cacho” –no acepta que lo llamen de ninguna otra manera– pasa por esa plaza y cruza hacia el bingo de Lanús. Tiene más de 70 años, los pantalones muy por arriba de la cintura y una camisa a cuadros. “Cuchame, pibe, si se va Manolo, es porque no cumplió. Alguna vez se tenía que ir, ¿no te parece? Tiene muchos años ya, ¿no te parece?”, señala en tono canyengue. “Que Dios le dé salud, mirá el mal que le deseo”, completa.
El maestro
Desde que quedó viudo, la intendencia es su vida. Con 82 años, el patriarca de Lanús se caracterizaba por atender en persona a los vecinos, que podían contemplar su antesala con paredes verdes y sillones de cuerina gastada, que era presidida por un busto dorado de Perón, con una flor de plástico. En su despacho podían ver su colección barroca de relojes cucú, las gorras y el sable que pertenecieron al General, y que le regaló Isabelita en muestra de agradecimiento por los servicios prestados. Junto con sus fotos, Quindimil ya empezó a empacar su mini-carreta con bueyes y hasta su fuente de agua energizante, que conserva detrás de una vitrina.
Sus zigzagueos le permitieron sobrevivir políticamente en su distrito desde 1973 –salvo los años de la dictadura–: así, enfrentó a Menem de la mano de Antonio Cafiero, luego acompañó diez años al riojano, a quien en 2003 volvió a enfrentar del lado de Kirchner, por pedido de Duhalde. Perdió peso detrás de Chiche Duhalde en 2005 y renació kirchnerista al año siguiente. Pero, esta vez, no le alcanzó para ganar.
Esta semana, Quindimil probó las más variadas explicaciones para su derrota. “¿Cómo me va a ganar este tipo a mí, que soy el número uno? Me hicieron trampa. Me compraron a los fiscales. Por eso me ganaron”, se quejó amargamente. “Si tengo fuerzas vuelvo en cuatro años”, amenazó.
“Perdimos por una mano negra, que es el senador Pampuro. A nosotros no nos pasaban las obras, ni nos bajaban los fondos”, explica a este diario Américo Peralta, que replica en espejo las explicaciones de su líder. Peralta era uno de los punteros políticos de Quindimil. Pasó de vendedor ambulante a chofer de ambulancias y ascendió hasta subsecretario de Servicios Públicos. Su casa es la única de concreto en el asentamiento de Villa Vesada, donde la mayoría son de chapa, e incluso una está construida con la carcasa de un colectivo. En el fondo de su casa, funciona un comedor, que está plagado con pancartas del intendente derrotado.
“A Manolo lo tenemos como un maestro”, aclara, como toda introducción. “En todos sus años de intendente se tomó tres días de vacaciones. Se iba a tomar siete y volvió a los tres, porque extrañaba”, lo pinta Peralta, de tez trigueña y nariz de boxeador.
El domingo no fue un día fácil para los punteros que permanecieron del lado de Quindimil. Peralta era fiscal general. “Muchos punteros se pasaron del lado de Díaz Pérez. Inclusive hasta se fueron muchos funcionarios... Cada día, te das cuenta de que teníamos mucha gente trabajando a dos puntas”, relata. “Ahora nos damos cuenta por qué en algunas escuelas nos faltaba la boleta, algo que nunca pasó. Y estaban los fiscales nuestros, pero no las reponían. Se ve que ya estaban con el otro”, sospecha.
–En 2011, Manolo dice que vuelve... –acotó Página/12.
–Mirá, no está para volver –se sinceró Peralta.
El mejor alumno
“¡La mano negra fue la del pueblo de Lanús! ¡No quiere aceptar que la gente no lo votó!”, se queja el intendente electo, que venció a Manolo con sus propias armas. Odontólogo, de 56 años, Díaz Pérez fue subsecretario de Salud de Quindimil durante un año y medio. “Fue producto de un acuerdo con Cafiero. En el ’73 yo estaba en la JP, en 1983 con (Víctor) De Gennaro peleamos contra Herminio”, enumera Díaz Pérez a Página/12.
“A Quindimil ya lo quise pelear en los noventa, pero me lo impidió Duhalde”, remarca Díaz Pérez, quien en sus afiches se presenta simplemente como “Darío”. Lo cierto es que mantuvo una silenciosa convivencia con Quindimil desde su agrupación, y se puso en la vereda de enfrente en 2003, cuando se sumó al Frente para la Victoria. “No se puede usar la estructura de la municipalidad para hacer politiquería”, le enrostró Díaz Pérez, quien advirtió que “la gente que no trabaje se va a tener que ir”. El diputado provincial calcula que son “cerca de 500” ñoquis.
Cuando se enteró de que iba a competir contra él, Quindimil dijo: “Yo soy el maestro, él es el alumno. Debería tener más respeto”. Quienes no le tuvieron respeto fueron sus propios allegados. Antes de la elección, Díaz Pérez tuvo varias incorporaciones, como los concejales José Luis Pallares y Alicia Márquez. El resto tendrá que pagar un costo. “A los muchachos que se quieran sumar al libro de pases, los vamos a mandar a los vestuarios”, se sonríen en el entorno del nuevo intendente.
De retiro
Página/12 intentó contactar a Quindimil para esta nota, pero no obtuvo respuesta. Incluso se acercó al lugar que figura en la guía como su residencia en Valentín Alsina, pero allí sólo hay un geriátrico.
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