Jueves, 2 de abril de 2009 | Hoy
EL PAíS › MILES DE PERSONAS DESPIDIERON LOS RESTOS DE ALFONSíN
Ante el Congreso hubo largas colas de gente durante todo el día. “Somos radicales, sobre todo alfonsinistas”, decían, entre recuerdos y elogios al ex presidente, porque “le puso un freno a la violencia”.
Por Alejandra Dandan
Esta vez, en la calle, las banderas blancas y celestes estaban atravesadas por las cintas negras del luto. El florista de la esquina del Congreso vendía claveles rojos y blancos. El médico Juan Carlos Giovanetti avanzó por la avenida Callao cuando salió del subte en dirección al Congreso, con la intención de sumarse a quienes abastecían desde la noche colas que aguardaban para ver el cuerpo de Raul Alfonsín. El médico lo había conocido en los años ’60. Por entonces, ambos todavía eran jóvenes y –decía Giovanetti– “¡hasta los radicales, podés creer, pensábamos que teníamos que combatir a los militares con la violencia!”.
A las cuatro de la tarde, el encargado del puesto de flores había vendido seiscientos claveles con los colores de la UCR. Nunca le había ido tan bien, ni para la muerte de Arturo Frondizi. Según le contaron, las cosas fueron distintas para los funerales de Evita, Buenos Aires se había quedado sin flores y hubo que salir a comprar a Uruguay y Paraguay.
Desde la puerta del Congreso, decorada con arreglos florales, hasta donde estaba el médico había dos cuadras de cola. Dos cuadras cerradas al tránsito, ocupadas por hileras que multiplicaban espirales de espera, donde cada quien, lentamente, se acercaba.
El médico Giovanetti buscó durante un rato el último eslabón de la cadena, un punto perdido entre mujeres de polleras largas e imágenes de varones con trajes. Ni sobrios ni extremadamente elegantes, prolijos, como el médico con su escarapela en la solapa.
“Vine a despedir a un republicano”, dijo Giovanetti. “Somos radicales, sobre todo alfonsinistas, siempre lo defendí políticamente, desde la época de la juventud cuando no había un referente que pudiera aglutinarnos a todos; él hizo eso y, sobre todo, le puso un freno a la violencia.”
A paso seguro, a su lado, avanzaba alguien que, mientras andaba, repetía historias de Chascomús. De cómo lo querían a “Raúl”, de que él lo sabía, que su mujer era de allí, que ahí habían sabido “bancarlo”, darle dinero cuando el doctor no tenía un peso y un estanciero puso la plata para la campaña.
A esa hora, el ex presidente era, para la gente, el hombre honrado, un político que vivió siempre en la misma casa o quien mientras gobernaba había sabido meter preso “a uno y otro bando”. No había punto final ni Pacto de Olivos. Se escuchaban murmullos que se podrían haber escuchado en las últimas marchas del “campo” o la inseguridad.
–¿Que está por venir Kirchner? –decía el cumpa del médico–. ¡Pero dejalo! ¡Dejalo ahí! ¡Mejor que no se acerque!
A la tarde, los que aguardaban sabían que iban a estar un promedio de cinco horas antes de entrar al Salón Azul a despedir al ex presidente. Por la mañana, la hilera corría más rápido. Edgardo Illa, de Morón, dio la vuelta en hora y media. Illa conoció a Alfonsín un día de 1982, a eso de las siete de la tarde –dijo–, al final de la dictadura. El era un instalador de sanitarios y de gas y, a esa hora, bajaba a la esquina de Yerbal y Rivadavia donde se encontró con un revuelo de setenta personas. De pronto, le dijeron que llegaba Alfonsín. “Hasta ese momento yo lo seguía por el diario, porque Alfonsín escribía con un seudónimo”, dijo. “Me quedé porque me dijeron que estaba por ahí y a medida que iban avanzando las horas, llegaba la gente con banderas y bombos y yo decía ¡qué bolonqui se va armar!” Llegaron motos de la policía y alguien lo agarró del brazo para hacer un cordón contra el pelotón de uniformes. Alfonsín no había empezado la campaña, pero ese día llenó un garaje de gente que quería escucharlo.
Sobre las vallas, en un momento, algo interrumpió el avance de la cola de los que estaban por entrar al Congreso.
–¿Y la policía dónde está? –se oyó de pronto–. ¡Y la policía qué carajo hace! ¡Esto no es la barra brava de Boca, eh!
Las masas radicales que desplegaban tranquilamente la espera se alteraron por la llegada de grupos con banderas de Chascomús y del partido de Lezama. Eran los vecinos de Alfonsín, pero a esa hora los tomaron por hordas peronistas: los recién llegados entraron por un sector vip sin hacer las colas. A lo mejor, también pasó alguno de los funcionarios K que llegaban al Congreso.
–¡Ustedes no son radicales!
Se escuchó de nuevo.
–¿O qué? ¡Perón no les enseñó educación!
Por detrás, Rubén Ibáñez, empresario, dueño de un colectivo de la línea 55 de Laferrère, se mostraba dispuesto a esperar “toda la vida, si hace falta”. Mientras, una mujer se entretenía con las cuentas: “Porque si usted multiplica trece filas por cuadra, en dos cuadras, son treinta y seis filas que es como 36 cuadras”.
Alicia Eustaquia Rábalo Bal de Avellaneda se acercó ayer, por primera vez, a un acto público sólo porque durante el gobierno de Alfonsín consiguió fuerzas para dejar su tierra en Paraguay. Marta Hoogen, de Caballito, le guardaba un lugar en la cola a su hija. Enrique, un empleado de una multinacional, con cara de gerente poco acostumbrado a esperar, aseguraba en voz alta que estaba ahí porque a Alfonsín lo había conocido a los 16 años, en las marchas del comienzo de la democracia. Que no estaba ahí por su multinacional, ni porque fundiera. Tampoco para rezar: “No fabricamos autos”, dijo.
Los restos del ex presidente Raúl Alfonsín serán trasladados hoy desde el Congreso hasta el cementerio de Recoleta en una cureña remolcada por un jeep militar, de forma similar a cuando falleció el ex presidente Juan Domingo Perón. Lo escoltará el Regimiento de Granaderos a Caballo. La ceremonia de despedida institucional comenzará a media mañana en el Salón Azul del Congreso. El acto será abierto por quien fue vicepresidente de Alfonsín, Víctor Martínez. Luego hablarán el titular de la Cámara de Diputados, Eduardo Fellner; el titular del Comité Nacional de la UCR, el senador Gerardo Morales, y el ex presidente de Brasil José Sarney. Cobos –quien ejerce la presidencia por el viaje de Cristina Fernández de Kirchner a Londres– cerrará el acto. Las intervenciones no podrán durar más de 15 minutos. En las escalinatas del Congreso oficiará una misa de cuerpo presente el arzobispo de Santa Fe, José María Arancedo, primo hermano de Alfonsín. Al mediodía el féretro será colocado en una cureña, remolcada por un jeep, que avanzará por Callao y luego por Guido hasta el cementerio. Una vez allí, se escucharán las 21 salvas de artillería y la fanfarria castrense Alto Perú de los Granaderos tocará marchas fúnebres. El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires limitó el horario de visitas al cementerio de Recoleta para hoy, de 7.30 a 10. Los restos del ex presidente serán depositados transitoriamente en el Panteón de los Caídos en la Revolución del Parque, de 1890, donde están también los ex jefes de Estado radicales Hipólito Yrigoyen y Arturo Illia, junto a los del fundador de la Unión Cívica, Leandro Alem. Permanecerá allí hasta que lo trasladen definitivamente al lugar que el radicalismo construirá especialmente para él.
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