Domingo, 16 de agosto de 2009 | Hoy
Por Mario Wainfeld
Las bases norteamericanas en Colombia son una señal peligrosa para toda América del Sur. Los más alertados, por motivos evidentes, son los países limítrofes, tanto aquellos que vociferaron en Quito, cuanto Brasil, cuyo presidente sabe ser firme sin perder el tono. Pero Lula da Silva, como cualquier político de su país, tiene un concepto muy alto de la soberanía territorial y recela de cualquier movimiento norteamericano, máxime si se produce en las cercanías de la Amazonia. Nadie puede creer, en serio, que la funcionalidad de las bases se circunscriba a la lucha contra las FARC y el narcotráfico y se confine en suelo colombiano. La capacidad de vuelo de los aviones trasciende esos márgenes estrechos y nadie garantiza que alguna de sus misiones no sobrevuele naciones cercanas.
Hugo Chávez fue intempestivo al proponer el tema en la reunión de la Unasur en Quito y convocó a lo innombrable al hablar de “vientos de guerra”. Cristina Fernández de Kirchner y Lula pusieron en caja la cuestión y la encauzaron. La Presidenta argentina se hizo cargo de promover un nuevo encuentro en Bariloche. La asistencia del presidente colombiano era condición sine qua non del cónclave. Cristina Fernández se hizo cargo del convite, que parece haber cuajado.
El primer objetivo de Bariloche, explican en el primer nivel de la Cancillería, es “una foto diferente a la de Quito”. La diferencia es, claro, la presencia de Uribe. No sólo para la proverbial imagen de todos los presidentes, sino para que haya un palique previo que incluya a todos. Repetir la escena de Quito, todos cuestionando (con razón pero sin interlocutor válido) a Colombia sería una redundancia y una frustración. Es imposible suponer el retiro de las bases, en las actuales condiciones, pero sí dejar constancia de las prevenciones de todos los vecinos. Sobre todo de la potencia territorial, Brasil, y de Argentina, desde hace seis años su sempiterno aliado sistémico en la defensa de la paz en la región.
Claro que en Bariloche no estarán todos los estados concernidos. En rigor, las sospechas sobre el uso real de las bases no pesa exclusiva ni sustancialmente sobre Colombia sino sobre Estados Unidos. Por eso Lula mocionó “convidar” a Barack Obama a una reunión con los líderes de la Unasur. Ese objetivo sólo puede procurarse si Bariloche le sirve como base de lanzamiento, esto es, si hay confluencia de los estados en la institución supranacional que los congrega. Desde luego, eso no quiere decir que se consiga un acuerdo, sino que se pacte un ámbito donde procesar las diferencias y los conflictos de intereses. Con esa credencial, que deberá construirse en Bariloche, tal vez los presidentes de Unasur intenten una nueva cumbre con Obama, el segundo encuentro después de Trinidad-Tobago. La ocasión podría ser en septiembre, cuando la Asamblea Anual de las Naciones Unidas, con Obama de local.
Un frente regional unido, manifiesta firmeza ante las amenazas a la paz conjunta, son vectores de la política exterior de Lula y de los Kirchner, no siempre reconocidas por acá. Los objetivos nobles no se bastan si no hay muñeca para consagrarlos, la hubo en Quito y en las negociaciones con Uribe. Hará falta potenciarla a orillas del Nahuel Huapi.
Una acción meritoria de la Presidenta en la arena internacional, con manejo sutil de la diplomacia, acaso ameritaba algún reconocimiento (y hasta un aval) de la oposición. Lo cortés no quita lo valiente, ni menos lo nacional. Pero en un sistema político que propende a la suma cero (desde ambos extremos del mostrador) es mucho pedir.
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