Domingo, 13 de septiembre de 2009 | Hoy
Por Mario Wainfeld
“Al concluir la Primera Guerra Mundial los franceses construyeron un muro siguiendo la ruta de la anterior invasión alemana (la línea Maginot) para prevenir una nueva invasión. Hitler no hizo sino limitarse (casi) sin esfuerzo alguno a rodearla. Los franceses habían sido unos excelentes estudiantes de historia, lo que ocurrió es que aprendieron con excesiva precisión.”
Nassim Nicholas Taleb, “El cisne negro”.
Cleto: Hace menos de tres años, el entonces jefe de Gabinete Alberto Fernández le transmitió a Julio Cobos la oferta de integrar la fórmula presidencial con Cristina Fernández de Kirchner. El gobernador mendocino había tenido trato con Néstor Kirchner, quien había maquinado la jugada. Se había entendido bien con el presidente, tenían un trato razonable, utilitario para ambos. No conocía, casi literalmente, a su virtual compañera. Le planteó sus dudas a “Alberto”, quien le aseguró que se llevarían bien, que Cristina era más dada al diálogo que Kirchner y que su etapa sería de afianzamiento institucional. Cobos aceptó el convite que cerraba el círculo de la naciente Concertación Plural. Al fin y al cabo, no hay reelección en Mendoza. “Cleto” era, entre los gobernadores e intendentes radicales que pegaban el salto, el único que quedaría en el llano.
Las predicciones del ministro-jefe sobre el futuro institucional fallaron por todos lados, aún a través de Cobos que devino vicepresidente y líder de la oposición en un santiamén. Un milagro constitucional argentino, otro más. La fórmula jamás cuajó, pero fue una inversión política para el vice, quien en poco más de un año subió su cotización más que los Boden 2012 y ya es decir.
La virtualidad electoral de Cobos va formateando la interna panradical, la perspectiva de éxito disciplina las diferencias, las minimiza en el horizonte. Sus adversarios internos tratan de fijarle límites, pero juegan en desventaja contra la intención de voto y la imagen positiva del vice. Con manejos sencillos, reunionismo provocador y alguna maratón, Cobos se mantiene en carrera. Critica al Gobierno, que se supone integra, se victimiza si lo cuestionan. Los reproches del oficialismo lo favorecen en ese cometido. Lo suyo es un atentado al espíritu de la Constitución, que no dispersará a quienes lo ven como la gran esperanza blanca: el imaginario argentino medio es más bien resultadista, no institucionalista.. Hoy y aquí es el más fuerte candidato opositor inscripto para 2011.
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Néstor: Kirchner extrovierte su propósito de ir por la reelección en dos años. El anhelo se deja filtrar, pasa a ser una referencia para propios y ajenos. La saga de la elección en la provincia de Buenos Aires funge de maqueta de su situación nacional: su piso electoral es alto, su techo es rígido. El ex presidente cree que, con mucho esfuerzo y la ayuda inestimable de la dispersión opositora, tiene chances de llegar al cuarenta por ciento en primera vuelta, mientras el resto se difumina en ofertas que no lleguen al treinta. O dice creerlo, o confía en su voluntad política, en su iniciativa constante.
Cree que sus eventuales sucesores no dan la talla. Daniel Scioli pagó cara la candidatura testimonial, ocupa un “no-lugar” los otros gobernadores no alcanzan. Ni siquiera el tucumano José Alperovich, el que le parece más sólido y de mejor gestión.
Así las cosas, hay dos presidenciables potentes, hoy con techos diferentes, en la pista. Un radical y un peronista, como en los malos “buenos tiempos”.
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Resto del mundo PJ: El peronismo disidente y un buen sector no del todo alineado, perciben un horizonte diferente al que atisba Kirchner. Muchos no lo quisieron jamás, otros se desencantaron en todo o en parte, todos aborrecen la derrota como hipótesis.
La situación evoca, en trazos muy gruesos que no excluyen grandes diferencias, a la ulterior a 1997. El gobierno peronista, tras llegar cómodo al segundo mandato, pierde legitimidad y perspectivas electorales. Pero el líder del oficialismo va por más, con un caudal de votos quizá insuficiente, jamás desdeñable. La oposición tiene tono papábile, los compañeros se enardecen.
En aquel entonces, el liderazgo sustituto en el PJ estaba claro, era Eduardo Duhalde. La Alianza congregaba a la oposición competitiva, era favorita a condición de zanjar prolijamente su interna. La pugna entre el presidente Carlos Menem y Duhalde facilitó el éxito del antagonista, que venía con ventaja. El savoir faire de los peronistas los induce a prevenir ese desenlace.
Pero el tablero es enojoso. Carlos Reutemann, ungido primus inter pares en junio, se dispara un tiro en los pies a cada rato. La Casa Rosada sostiene la gobernabilidad, las provincias atraviesan apreturas financieras notables.
Otra lección del pasado, el esquema existente entre 2000 y 2002, alecciona a los compañeros disidentes, en especial quienes gobiernan territorios. Un federalismo exacerbado con un poder central debilitado es un pésimo prospecto. Las “baronías” provinciales entusiasman a los popes ruralistas o a ciertos comentaristas, los que gestionan saben que ese desequilibrio se asemeja demasiado a la anarquía, a las carencias de “caja”. La etapa de los Kirchner, aún con (¿o por?) su manejo centralizado, fue más fértil para su legitimidad que la era en que le marcaban el paso a Fernando de la Rúa y a Duhalde. Mandaban desde afuera de la Rosada o en los quinchos de Olivos, no pagaban los sueldos en su suelo. Ese fantasma disciplina, ralenta las reacciones, en defensa propia. Más les conviene negociar paso a paso las leyes, el Presupuesto que entrará la semana que viene al Congreso, los planes de ayuda financiera.
La política conjura con la economía, no hay lazos horizontales firmes entre quienes se perciben como alternativa. El sentido común anhela la unidad del peronismo, a la que se accedió muy tarde en 1999. La intuición compartida lo considera casi una quimera. Pero es demasiado pronto para encolumnarse, máxime si no hay una referencia clara para los disidentes.
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Las lecciones de la historia: Entre 1983 y 1999 el bipartidismo funcionó de un modo clásico: alternancia entre radicales y peronistas con la intervención (engullida velozmente) del Frepaso. El peronismo dejó de lado su sesgo social, su vocación inclusiva y laborista, desbaratando el estado benefactor y entregando sin cortapisas el patrimonio nacional. El radicalismo ahondó esas tendencias y Fernando de la Rúa desmereció las banderas republicanas sobornando hasta a sus propios senadores, confiscando jubilaciones, matando gente a mansalva en el centro porteño. Esa etapa tan añorada por algunos, explotó o implotó, plena de sinsabores y defecciones.
Con unas cuantas variables económicas recuperadas, aunque distantes de las marcas conocidas hace 35 o 50 años, la contingencia política refluye en parte hacia las dos fuerzas. Pero hay terceros importantes en disputa, dos partidos gobiernan por primera vez provincias importantes: el socialismo de Hermes Binner y PRO de Mauricio Macri. Ambas fuerzas, tan diversas, afrontan intríngulis similares. Son aliados deseables para cualquier coalición con ansias de ganar. La fuerza gravitacional impulsa a Macri a la galaxia peronista y a Binner al espacio panradical pero acomodarse al esquema no es sencillo. También les queda la perspectiva de lanzarse por su lado, si hay muchos otros partidos en la puja. Sus territorios están asediados por una oposición que creció en la elección reciente, una apuesta intrépida en el escenario nacional podría llevarlos a perder todo. Binner tiene menos alternativas, no puede buscar la reelección. Cobos y Kirchner quisieran sumarlo a su fórmula, el gobernador socialista se sentiría más muelle en una disyuntiva entre centroizquierda y centroderecha pero esa horma no calza por acá. En el espacio, bromea Binner ante oídos confidentes “hay muchos capitanes pero el barco no se construyó todavía”. No lo extrovierte pero lo alivió la caída de Elisa Carrió. También le preocupan la indefinición ideológica y el extremo pragmatismo de Cobos, que lo lleva a coquetear con Unión-PRO. En estos días marcó diferencias, no tremendas pero patentes, con sus aliados del Acuerdo Cívico y Social en la postura ante la ley de Servicios de Comunicación Audiovisuales. Además, el senador Rubén Giustiniani hurtó el cuerpo al rejunte opositor que concretó el vice en su despacho.
Macri empieza a instalar que buscará la presidencia, aunque hace años que espera que el peronismo vaya a buscarlo para encabezarlo.
Fernando “Pino” Solanas cree en un exponencial crecimiento nacional de Proyecto Sur, aunque de momento sus posibilidades más sugestivas se afincan en la Capital. Para el centroizquierda ha sido un karma tratar de arraigarse más allá de la zona metropolitana, esa tendencia no tiene por qué ser perpetua pero algo significa.
El espectro de 1999 condiciona la interna peronista. El de 2001 moldea los manejos de los gobernadores. El pasado algo enseña pero, como en el caso de la línea Maginot, es insuficiente para delinear las acciones futuras.
Así están las cosas, informa en parte y supone en parte, el cronista.
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