Sábado, 30 de octubre de 2010 | Hoy
La muerte es injusta. Si no, el mundo sería un paraíso terrenal y los abogados nos moriríamos de hambre.
Hay muertes y muertes. Algunas como las de Néstor Kirchner nos dejan desolados, desprotegidos, desnudos.
Aquellos que sintieron –aunque sea en lo más profundo de su corazón– alguna sensación parecida al gozo, sépanlo: habla muy mal de ustedes.
Aquellos que ya están regodeándose sin pudor con el dolor de Cristina, sépanlo: no está sola y no está ni cerca de esa mujer llamada Isabel.
El pueblo confía en ella, en su inteligencia, en su fortaleza y en su profundo amor, porque nos sentimos bajo su calor en estos últimos siete años. Néstor y Cristina nos devolvieron la alegría, la esperanza y el amor por la política, la dignidad como pueblo y el maravilloso sentimiento de pertenecer a la patria grande. Y no estamos dispuestos a negociarlo nunca más.
Fui adolescente en la década del noventa y mi juventud se fue entre menems y delarúas. Y en estos días en que anduve por Plaza de Mayo envidié hasta con cariño (si es que se puede) a la gran masa de militantes jóvenes que lloraban con pasión la muerte de su líder político y que se ponían a disposición en cuerpo y alma de un proyecto serio de país.
“Los buenos mueren”, dice Ataque 77. Así que tendríamos que pensar qué estamos haciendo mal.
Silvina Lico
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