Domingo, 15 de octubre de 2006 | Hoy
Por M. W.
El tratamiento recíproco del conflicto más serio que arrastra Bolivia, el diferendo con Chile, es percibido con moderado optimismo por diplomáticos de ambos países. Los nuevos gobiernos se iniciaron con auspiciosos gestos recíprocos. El presidente chileno saliente, Ricardo Lagos, fue a la jura de Evo Morales, quien lo recibió en su modesto departamento particular. Lagos, cuentan en su entorno, se conmovió ante el ascetismo del presidente boliviano.
Morales viajó a Chile en la asunción de Michelle Bachelet y desde entonces las acciones de ambos han sido constructivas aunque desde luego, no han resuelto un entuerto que viene desde el siglo XIX. “Entre Michelle y Evo hay una química personal positiva”, dice un avezado funcionario chileno, “el resto hay que construirlo con política”.
Los gestos de acercamiento han sido la designación de nuevos cónsules generales de carrera en el país vecino, ya que las relaciones diplomáticas están cortadas. Además se han comenzado rondas de conversación por otros conflictos de intereses como el de las aguas de Silala. “No son cuestiones centrales pero sirven para envenenar el trato, desmalezarlas es un avance”, describen desde las dos cancillerías. Chile propuso hacerse cargo de la restauración del ferrocarril que une La Paz con Arica, que insumiría unos 6 millones de dólares.
Hasta ahora los presidentes no han vuelto a verse las caras salvo en medio de juras de otros mandatarios. La Cumbre de mandatarios que se realizará en Cochabamba en diciembre tal vez sea el escenario adecuado para un gesto que signifique un avance concreto en la procura de una salida al mar para Bolivia.
Las dificultades, más vale, no son geográficas sino históricas y políticas. Los reflejos nacionalistas están siempre latentes en los países de la región. Las respectivas derechas, replegadas y castigadas en las urnas, se valen de ellos para recuperar terreno.
La Concertación chilena suda tinta con las diatribas de la derecha nativa por sus desencuentros con Argentina y por su new deal con Evo.
A su turno, el canciller boliviano David Choquehuanca incurrió en la osadía de hablar con respeto del gobierno chileno. Las invectivas de la derecha boliviana fueron feroces. Choquehuanca, por añadidura, se autodefine como “un quechua que habla aymara” y que aprendió castellano a los siete años, en la escuela primaria. Las feroces diatribas de la derecha, que lo tildó entre otras gracias de “analfabeto” y “burro”, dejarían relegadas al rango de poroto las famosas invectivas argentinas contra el aluvión zoológico.
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