Sábado, 11 de noviembre de 2006 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Washington Uranga
Diálogo es la palabra clave que encabeza el documento de los obispos. Es, al mismo tiempo, un mensaje que el plenario episcopal quiso mandar tanto a la sociedad como a los propios miembros de la Iglesia. Joaquín Piña fue la “estrella” del encuentro de Pilar, a pesar de que el obispo emérito de Iguazú decidió no bajar hasta Buenos Aires y quedarse a descansar después del trajín que le implicó la elección para convencionales constituyentes. Casi todos fueron elogios para Piña. Pero como parte del mismo análisis y para desactivar toda antojadiza interpretación sobre el presunto rol político opositor de la Iglesia, los obispos salieron a reafirmar de manera explícita el valor del dialogo “como gran instrumento de construcción y consolidación de la democracia”.
No menos importante es la mención a la “amistad social”, un concepto central en la doctrina social de la Iglesia que supone la construcción de consensos a partir del diálogo y la negociación pacífica de las diferencias. Esto se une al llamado a la construcción de ciudadanía, otro tema que estuvo muy presente en las deliberaciones y a partir del cual los obispos se propusieron trabajar más y mejor en la tarea de formación política del laicado.
Pero el documento no se limita a señalar el diálogo como un instrumento aplicable tan sólo a la sociedad, sino que, basado en los principios de la fe, se señala que la prioridad por el diálogo compromete “en primer lugar a nosotros mismos como testigos de la fe que predicamos”. Un mensaje del plenario episcopal que no deja afuera a nadie y que incluye de manera implícita y obliga a todos los miembros de la jerarquía. Es una manera de cerrar filas en torno de una actitud y una posición dialogante.
Al mismo tiempo, el documento episcopal no deja de lado aquellas reivindicaciones, en particular de carácter social, que sigue considerando justas e imprescindibles. Para hacerlo, quienes redactaron el texto tuvieron especial cuidado en expresar el equilibrio entre el reconocimiento de los logros alcanzados y lo que falta por realizar. “A pesar de los logros que hemos obtenido en los últimos años –dicen–, los niveles de pobreza, exclusión social e inequidad son todavía altos.” La frase así redactada tiene al Gobierno como claro destinatario. Más de una vez los obispos escucharon amargas quejas de los funcionarios en el entendido de que la jerarquía no valora lo realizado. Los obispos decidieron reconocer los logros sin renunciar a sus demandas de combatir la pobreza y mejorar la equidad distributiva.
No puede pasar desapercibida la mención a la reconciliación “que nace de la verdad, se afirma en la justicia y se plenifica en el amor”. La utilización del término reconciliación dio lugar a especulaciones respecto de una presunta oposición de la jerarquía a la política de derechos humanos del Gobierno. Verdad, justicia y amor no debieran leerse ni como olvido e impunidad.
En definitiva, un breve documento episcopal que con la clave del diálogo pretendió despejar algunos nubarrones políticos en los que se vio envuelta la Iglesia en los últimos tiempos.
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