Sábado, 11 de noviembre de 2006 | Hoy
SOCIEDAD › JAVIER DOMINGUEZ, ASESOR DE LA ONU
Es mexicano y experto en salud reproductiva. Y su obsesión es lograr que los hombres se involucren en ella. Aquí advierte sobre los riesgos de que no lo hagan, cuenta su experiencia con la vasectomía sin bisturí y destaca que en la Argentina éste es un buen momento para impulsar esa política sanitaria.
Por Mariana Carbajal
“Vasectomía sin bisturí, un instrumento para mejorar su vida sexual.” ¿Sería posible usar este slogan para tentar a los varones a someterse a la anticoncepción quirúrgica? El médico mexicano Javier Domínguez, asesor en salud reproductiva del Fondo de Población de Naciones Unidas, dice que sí: “Se ha demostrado que la vasectomía no sólo no dismimuye la respuesta sexual sino que los hombres suelen reportar relaciones sexuales más placenteras debido a que ya no tienen la tensión o la preocupación sistemáticas de que puede haber un embarazo”.
Domínguez estuvo en Buenos Aires para dar una conferencia en el congreso sobre el tema y dejó planteado un nuevo desafío: después de la sanción de leyes de procreación responsable y de educación sexual, el próximo paso es “lograr que los varones participen en el cuidado de la salud reproductiva”. “En el contexto de Argentina es muy pertinente hacerlo en este momento”, consideró el especialista en un reportaje con Página/12, en el que detalló las experiencias que se están dando en otros países de Latinoamérica en este campo, y destacó los beneficios en la salud femenina que puede generar el involucramiento masculino.
–¿El varón es un factor de riesgo para la salud reproductiva de las mujeres?
–La pandemia de VIH-sida está mostrando que a pesar de múltiples esfuerzos que se están realizando y una inversión de recursos financieros realmente asombrosa, aunque insuficiente, la tendencia es que sigue habiendo crecimiento de la transmisión de la infección, básicamente por el comportamiento muchas veces irresponsable de los varones. Usualmente esta situación se da en un contexto de poca educación, de poca conciencia del riesgo, de inequidad de género, donde la mujer es la que acaba perdiendo porque muchas veces es obligada a tener relaciones sexuales desprotegidas. En algunos países de Africa todavía existe el mito de que si un varón adulto tiene relaciones sexuales con una mujer virgen queda vacunado contra la transmisión del VIH-sida. Esta creencia hace que haya una profunda violación a los derechos de las mujeres jóvenes, que desde la infancia son violadas por hombres que consideran que ésa es la manera de inmunizarse. Otro elemento de preocupación muy importante es el alto número de embarazos adolescentes no deseados, que se dan en prácticamente todo el mundo y son considerados un problema de salud pública en América latina y el Caribe, tanto en países con sistemas de salud relativamente avanzados como Argentina y Chile, como en otros con profundo retraso como Haití. Un tercer elemento que nos hacen mirar al varón como factor de riesgo para la salud femenina es el incremento que ha tenido el cáncer cervicouterino. Se ha identificado una relación muy directa entre ciertas infecciones de transmisión sexual como el Virus del Papiloma Humano (HPV) y este cáncer. Además de afectar la vida de las mujeres que lo padecen, incide en los sistemas de salud porque los tratamientos son muy costosos y muchas veces poco satisfactorios. Es decir, trabajar desde los hombres indirectamente puede contribuir a evitar problemas de salud reproductiva de las mujeres.
–¿Qué experiencias se están desarrollando en América latina para involucrar a los varones?
–Hay experiencias muy valiosas en Brasil, que ha sido uno de los países pioneros al reflexionar sobre las nuevas masculinidades. También en Colombia, Ecuador y Nicaragua. En México hay una fuerte corriente de trabajo con varones. De hecho, el propio gobierno a través de su Ministerio de Salud tiene un centro nacional de equidad de género y salud reproductiva, que maneja un departamento especial sobre varones.
–¿Qué enseñanzas dejan estas experiencias? ¿Cómo hay que trabajar para involucrar a los varones en un tema que ha quedado relegado a las mujeres?
–Los hombres acuden a los servicios de salud por razones de violencia o cuando están sangrando. Pero no hemos desarrollado una cultura de prevención y esto se repite en pueblos aborígenes, en poblaciones rurales y urbanas, en distintos estratos sociales. El punto es trabajar con los hombres para que vean cómo una intervención personal puede contribuir a la salud reproductiva suya y la de su pareja. Una lección es trabajar con hombres jóvenes solteros, a través de procesos de comunicación y sensibilización, para ir construyendo una cultura de responsabilidad en las nuevas generaciones. También se deben formar y capacitar a los prestadores de servicio: la salud reproductiva masculina no se enseña en las facultades de Medicina. ¿A dónde pueden acudir hoy los hombres a recibir salud reproductiva? No tiene dónde, porque la salud reproductiva está ligada a los servicios de salud materna, a la planificación familiar, que usualmente son para las mujeres. Cuando en México empezó el programa de vasectomía sin bisturí, uno veía a los hombres sentados afuera del consultorio del ginecólogo, rodeados de mujeres, muchas embarazadas, porque los primeros médicos que han hecho vasectomía han sido los ginecólogos. También hay que fortalecer las estrategias para fortalecer la comunicación entre las parejas. La mayor parte de las encuestas muestran que quien decide la autorización del uso de anticonceptivos es el varón y si el varón no los acepta, ellas prefieren no utilizarlo.
–¿Se indagó por qué se oponen?
–Hay muchos hombres que se oponen a que sus mujeres usen anticonceptivos porque piensan que ellas tiene más facilidad para engañarlos, que van a poder ejercer su sexualidad de una manera libre sin que ellos se enteren. Pero paradójicamente cuando se les pregunta a los hombres, ellos dicen que estarían de acuerdo con que su pareja utilice anticonceptivos. No hay una coincidencia. Y cuando se ha explorado un poco más se ha encontrado que hay una falta de comunicación en esas parejas o hay una concepción errónea de las mujeres en torno de lo que los hombres estarían pensando sobre el tema. Entonces, en algunos lugares se han desarrollado estrategias tendientes a fortalecer esa comunicación dentro de las parejas jóvenes y las ya formadas.
–¿Qué resultado tuvo el programa de vasectomía sin bisturí en México?
–Se lanzó en la década del ’90, a mí me tocó impulsarlo, y se convirtió en la punta de lanza para impulsar acciones en torno de la salud reproductiva masculina. Primero porque les ofreció a los varones una posibilidad más sencilla, menos dolorosa y menos costosa en todo sentido. Es una cirugía muy poco invasiva que se puede realizar en un consultorio; el médico que la hace no necesita ser un cirujano y si tiene una buena capacitación la puede practicar en quince o veinte minutos. El hombre puede llegar caminando al consultorio y retirarse del mismo modo al término de la intervención. Requiere entre cuatro y cinco días para reintegrarse a su actividad laboral a menos que ésta sea de un gran esfuerzo físico. Además, tiene muy pocas complicaciones. Cuando les preguntábamos a los varones que participaban del programa cómo se sentían, nos decían: “Nos sentimos muy bien porque tradicionalmente ha sido mi pareja la que ha tenido que tener y cuidar a los bebés, siempre ella ha tomado las pastillas y ahora yo me siento muy bien de poder hacer algo para que vivamos mejor, porque ya no queremos tener hijos”. Hoy se está realizando una vasectomía por cada veinte métodos quirúrgicos femeninos. Antes se hacía una cada 100. El incremento ha sido sustantivo.
–¿Trajo otros beneficios este programa?
–Permitió, además, desechar una serie de mitos que había en torno de la vasectomía: si me la hago voy a padecer una disfunción sexual, voy a ser impotente, no voy a poder disfrutar mis relaciones sexuales. Algo muy importante que se ha demostrado es que no solamente no disminuye la respuesta sexual sino que los hombres suelen reportar relaciones sexuales más placenteras debido a que ya no tienen la preocupación sistemática de que puede haber un embarazo, es decir, se convierte en un factor de relajación emocional que les permite disfrutar mejor la relación.
–Ese podría ser un gancho publicitario interesante...
–Vasectomía sin bisturí, un instrumento para mejorar su vida sexual. Sí, sí (se ríe).
–¿Cómo se debería trabajar en la Argentina para apuntar a sumar a los varones en el cuidado de la salud reproductiva?
–Hoy al Estado le compete difundir más la ley de salud sexual y procreación responsable: la conocen quienes están involucrados en la temática pero no toda la población. Las obras sociales tienen que cubrir la anticoncepción pero no lo difunden entre sus afiliados. Percibo una gran oportunidad, en términos de que hay un Ministerio de Salud de la Nación comprometido con esta temática, para avanzar en este tema. Se debe determinar cómo deben organizarse los servicios para hombres y fortalecer los programas de educación sexual, pero más allá de la educación sexual en sí misma: hay que trabajar con los jóvenes sobre cómo el ejercicio de nuestra sexualidad tiene implicaciones que van mucho más allá de lo que es nuestro derecho a una vida placentera y satisfactoria de nuestra sexualidad, que tiene que ver con la pobreza, con la posibilidad de desarrollo, con la equidad, con la igualdad, y en esos términos los sistemas educativos de los países Latinoamericanos y del Caribe todavía no hay logrado encontrar esa integralidad: la educación sexual no es vista como una dimensión horizontal de nuestro desarrollo.
–¿Qué podría encontrar un hombre en un servicio de salud reproductiva como usuario?
–Hay una cantidad enorme de necesidades que tenemos los hombres. Pero hay que pensar que hay hombres solteros, casados, separados, hombres que tienen 14, que tienen 25 u 80 años. Cada uno tiene necesidades diferenciadas pero además cambiantes a lo largo de nuestro ciclo de vida. Los servicios de salud tendrían que orientarse a ofrecer una rama diferenciada de servicios. Si yo fuera un adolescente de 14 o 15 años, necesito que me informen qué es eso de las relaciones sexuales, por qué tengo una eyaculación nocturna, cómo se tiene una relación sexual, cómo se pone un condón. Un joven de 22 o 26 años, que inicia su vida en pareja, puede tener como preocupación cuál es el método anticonceptivo más conveniente, cómo puede vigilar la higiene de sus testículos o su pene. Un hombre a los 50 años puede estar preocupado porque ahora su respuesta sexual es diferente, porque ya no quiere tener más hijos y no sabe si se puede operar, porque escuchó que el cáncer de próstata puede ser peligroso, si le van a hacer un tacto rectal. Hay muchas dudas. Y algo muy importante: cada uno de nosotros tiene dudas muy diferentes en función de la información que tuvo a su alcance.
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