EL PAíS

Un silencio arrasador

 Por Mario Wainfeld

Sólo el garantismo del cronista le veda calificar de criminal a Daniel Varizat, el dirigente kirchnerista que atropelló con su vehículo de lujo a todos los manifestantes que pudo, con visible mayoría de mujeres. Varizat deberá tener un juicio justo y le cabe la presunción de inocencia. Claro que todo lo que se conoce hasta ahora, incluidas imágenes muy difíciles de refutar, le vale como agravante. En materia penal le será peliagudo sostener eximentes como la defensa propia o la emoción violenta. La ecuación subjetiva del acusado le juega en contra. No es un profano en materia política ni un novato en la calle. Es un militante y un dirigente avezado, que no podía entrar en pánico ante una circunstancia cotidiana para muchos argentinos. Una anciana noruega, recién desembarcada en este suelo, podía temer a la “turba” y fantasear que había riesgo importante para su integridad física. Distinta es la situación de un protagonista que sabe que en años de revuelta callejera y cortes de calle jamás ha habido derramamiento de sangre de otros ciudadanos.

Todo califica la conducta de Varizat, hombre público obligado doblemente a medir sus acciones. Fue patibularia su brutalidad. No cualquiera, ni aun en un momento límite, tiene la falta de frenos inhibitorios necesaria para pasarle un auto por encima a otras personas.

En el primer nivel de Gobierno se despotrica contra Varizat. El propio Presidente, ante oídos amigos, deslizó dudas acerca de su condición psicológica. Néstor Kirchner también comentó que Varizat desacató una directiva suya a toda la dirigencia santacruceña, la de mantenerse alejados del radio en que se realizaba la movilización. Prefirió tomar un café en un hotel que es propiedad de un dirigente opositor y agregó a esa barrabasada la de querer salir en auto.

Aun aceptando esa narrativa es inexplicable que el Gobierno no haya descalificado en alta voz la tropelía de Varizat. Máxime si se repara en que Varizat contravino lo que fue una de las líneas políticas más obstinadas y valorables del oficialismo, que fue admitir con mucha transigencia la protesta callejera.

Una característica saliente del Presidente, en sus mejores momentos, fue la de expresar lo que pensaba sobre toda la agenda pública. Hasta ahora, calló sobre la violencia desplegada por uno de los suyos. Su deber, por congruencia, es otro: descalificarlo sin ambages.

En tribunales se dirimirá si Varizat cometió tentativa de homicidio (el cargo que mejor le calza, a ojos de este cronista) o “sólo” lesiones graves. El debido proceso tomará su tiempo. En la arena política, debió haber trámites más expeditivos y precisos, entre ellos el rechazo en nombre de sus aliados.

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