Domingo, 4 de mayo de 2008 | Hoy
SOCIEDAD › MARCHA MUNDIAL DE LA MARIHUANA
Unas dos mil personas de todas las tribus porteñas se reunieron en el Planetario para pedir por la legalización. No hubo incidentes, pero la policía encontró excusas para hacer detenciones.
Por Emilio Ruchansky
Había unidad en la diversidad. Cundía un acuerdo tácito entre chetos, cumbieros, darks, hippies y motoqueros, que se pasaron las tucas hasta quemarse los dedos y sin prepotear. “Esto va con todos”, fue la conclusión del Negro, cantante de “Las plantas no pecan”, que partió temprano desde J. C. Paz y sostenía en alto su cartelito en reclamo del “autocultivo”. Junto a Sammy, el guitarrista de la banda, fueron los primeros en llegar al Planetario, sede de la versión porteña de la Marcha Mundial de la Marihuana. Con el correr de la tarde, se sumarían casi 2000 personas. Hubo más porro que el año pasado y también más palos: la Policía Federal montó un operativo de “prevención” y detuvo a 38 perejiles en las inmediaciones.
Pasado el mediodía, los consumidores autoconvocados por Internet se dispersaron sobre el pasto y merendaron bajo el sol. El puerto era la carpa de la revista THC, que coordinó la marcha; el faro, una pipa de tres metros con los colores de Jamaica cedida por Leandro Ayala, fabricante y distribuidor de bongs. “Es simbólica, no se puede fumar”, aclaró varias veces el dueño de Pipas 1422 a los voluntarios que se acercaban.
Había malabaristas, una guardería, DJs, poca paranoia y por supuesto humo dulce. Bajo los árboles, algunos hacían equilibro sobre una cinta llamada slack line. “El desafío es demostrar que se puede estar fumado y hacer cosas que impliquen precisión y concentración”, explicaba el mentor de la prueba, indeciso a la hora de revelar su nombre: “Me dicen Hueso pero poné que me llamo Armando, Armando Canuto”. Detrás, a 100 metros, tres combis del cuerpo de Infantería, un carro hidrante y un camión de bomberos aguardaban órdenes.
Página/12 se acercó y habló con el cabo E. R. Jara. “Es un operativo de prevención”, aseguró el oficial, y aconsejó preguntar por el subcomisario, “no me acuerdo el nombre pero está en otra camioneta”. No estaba. Sus colegas dijeron que había detenidos en la comisaría 51ª. “¿Y dónde están las ambulancias?”, preguntó este cronista. “No va a venir ninguna”, contestó un oficial, que se negó a dar su definición de “prevención”.
“Somos cuatro. Vinimos en tren desde Del Viso y cuando estábamos por llegar nos paró un patrullero. No estábamos fumando pero se llevaron a mi novio y a un amigo”, contó Eliana Cejas sentada en la sala de espera de la comisaría 51ª, en calidad de testigo. “Fue todo muy rápido, estaban apurados por llevarnos, me decían ‘firmá esto y esto’ y como no entrábamos todos en el patrullero nos dejaron esperando a otro patrullero”, agregó.
Mientras Cejas relataba que a su novio, Pablo Oviedo, lo habían llevado por “un porro en el paquete de cigarrillos”, Alejandro Sierra, de la revista THC, discutía con el comisario, cuyos gritos se escuchaban desde el pasillo. “¡Tenemos que cumplir con la ley!”, decía el uniformado, quien aseguraba que había una denuncia de dos personas que hacían ejercicio físico en el bosque. En la sala de espera apareció el principal Gularte, jefe de servicio, para expulsar a Página/12. “Si quieren hablar, vayan afuera –sugirió–. Acá la gente viene a hacer denuncias o se va.”
“Ojalá que los larguen, así pueden disfrutar el día”, comentó sobre la entrada Cejas, impaciente por llamar a otros amigos que había invitado a la marcha. En la comisaría 51ª había ocho detenidos y en la seccional 23ª el número ascendía a 30. “Y siguen las requisas, la mayoría se hacen sin testigos. Fui hasta la 23ª y el comisario (Guillermo) Calviño me dijo que era habitual, que era un ‘control selectivo de personas’ y que no tenían órdenes. Iban a detener más gente si tenían presunción de que llevan sustancias tóxicas”, aseguró Sebastián Basalo, director de la revista de la cultura cannábica.
De vuelta en la marcha, siendo casi las 18, el ánimo seguía en alza. Una pareja de darks miraba la multitud desde un costado. Martín y Romina juraban que no se sentían discriminados. “Hace 10 años que fumo, probé a los 13, arranqué a los 14 y me declaré a los 15. Mis viejos saben y está todo bien”, decía el joven. “Si hasta un día que él estaba de viaje, me llamó su mamá para preguntarme dónde estaba el porro porque le dolía la muela y estaban todas las farmacias cerradas. Fumó y se durmió como una santa”, completó su novia. “¿Y sigue fumando?”, preguntó Página/12. “No sé. Por las dudas cambié el lugar donde escondo el porro”, respondió Martín, que siempre fumó “adentro de su casa” para evitar problemas con la ley y sentía que ayer estaba en un oasis. “Hay gente de todas las edades, no me esperaba esto”, advertía, con la mirada puesta en una joven que llevaba un cartel que decía Abrazos gratis. “No estoy fumada, ni borracha, ni nada. Esto es en serio. Hace dos meses que salimos a dar abrazos los sábados y queríamos venir a apoyar la marcha”, explicaba Agustina, de 18 años, de aparatos y pecas. “A que no te animás a abrazar a los motoqueros”, la desafió un chico sentado junto a sus amigos. “Si me lo piden, se lo doy”, le contestó mirándolo por sobre el hombro.
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