SOCIEDAD › UN RESTAURANTE PARA COMER A OSCURAS
Donde los ciegos pueden ver y los que ven necesitan ayuda
El salón no tiene ni una luz. Los mozos, no videntes, ayudan a los comensales a llegar hasta la mesa. Los platos son preparados por cocineras ciegas. La experiencia de integración se realiza en una institución de San Isidro.
Para entrar al restaurante, el cliente debe apoyar su mano sobre el hombro de uno de los mozos quien, después de ingresar en un salón en plena oscuridad, hace de guía hasta la mesa. Luego de indicar la silla que le toca a cada comensal, llega la hora de elegir el plato. Pero no hay carta, claro, ¿cómo verla? Son también los mozos, Marcelo y Carla, quienes se encargan de mencionar las especialidades del día. En el restaurante Gallito Ciego, los mozos y las cocineras son no videntes. El lugar es un mundo de límites que permite entender, al menos por un rato, la discapacidad. La oscuridad reproduce para el cliente o el invitado lo que ocurre en el universo de los ciegos. Y al revés de lo que suele ocurrir en la calle, aquí, los comensales son los discapacitados que necesitan de los ciegos para poder ubicar la mesa, para caminar por el salón, para saber dónde está el plato, el vaso, el cuchillo, el tenedor, todo. Y ellos, que quizá nunca vieron, logran ubicar cada cosa a la perfección, como cualquier vidente.
Dentro del Gallito Ciego, el cliente siente la necesidad de estudiar cada movimiento, de tocar todo lo que rodea, de buscar alguna luz que se filtre, de imaginar dónde está cada cosa. Una vez ubicado en su lugar, hace el pedido. Minutos más tarde, empieza otra parte de la aventura: agarrar los cubiertos y cortar la milanesa sin que el pedazo sea más grande de lo que la boca permite, o pinchar los ñoquis con salsa y queso rallado incluido, tratando de que después no sea necesario apelar al quitamanchas. Y para casi todo hace falta la ayuda de los mozos.
La iniciativa está impulsada por la organización Audela, una entidad dedicada a trabajar con discapacidades motrices, mentales, visuales y auditivas que lanzó una nueva experiencia: un bar organizado junto con una escuela de sordos donde la consigna será “no hablar” (ver recuadro).
La idea es que la gente “tome conciencia de las habilidades que desarrollan las personas con discapacidad. Porque cualquiera que viene al restaurante necesita de un ciego para poder moverse”, explicó la directora de Audela, Mónica Espina. El comedor funciona dentro del Instituto de Rehabilitación para Ciegos Román Rosell, ubicado en San Isidro.
Detrás de esta vivencia que puede despertar más de una carcajada por la propia torpeza, el objetivo de la experiencia es “entender que el ciego también es una persona hábil que puede ser tratada como cualquier otra. Y, para eso, el mecanismo vivencial es muy fuerte, porque varias de las personas que vienen tienen muchos prejuicios, pero salen con otra postura”, señaló Espina.
La iniciativa apunta principalmente a estudiantes del ciclo superior del EGB o del podimodal, para que los chicos “vivan esta experiencia de integración”. Pero también se arman grupos de empresas o de personas independientes que quieran conocer el restaurante. Antes de ingresar al lugar, los chicos de la escuela reciben una serie de recomendaciones: “Entrar en grupos de a tres; tratar de no gritar, aunque al no ver se tienda a elevar la voz; y sacarse los relojes o celulares que tengan luces”. La cara de los comensales a punto de entrar se tiñe de expectativa y miedo a la vez. Es que “no sabés cómo es, con qué te vas a encontrar”, explicó una de las alumnas de noveno año de la escuela Goethe, de San Isidro. Pero al salir, la sensación se colma de gratitud: “Te permite ver otra realidad, aprender a sentir de otra manera”, expresó Tamara, otra de las alumnas que asistió al comedor.
Además de los mozos, en el restaurante trabajan Sandra y Alicia, dos mujeres no videntes que se encargan de la cocina, bajo la coordinación de Norma, que sí tiene la facultad de la visión. Y hay otras dos personas más con las que se turnan para trabajar los miércoles, viernes y sábados, los días que abre el lugar. Los trabajadores del restaurante obtienen un 60 por ciento de las ganancias del lugar.
Después de terminar con el postre, los comensales tienen una charla con los mozos del restaurante o voluntarios de Audela para contar cómo se sintieron y para que los asistentes puedan sacarse cualquier duda. “¿Sepueden imaginar los colores o las caras cuando sueñan?”, fue una de las preguntas de los alumnos. Diego, voluntario de Audela, explicó que “hay personas que no ven desde siempre y otras que son ciegos adquiridos, porque no nacieron con ceguera. En estos casos es más fácil imaginar porque ya se conocen los colores, por ejemplo”. Diego quedó ciego a los 17 años, tras una operación, y hoy, a unos 10 años de aquel episodio, es uno de los integrantes del equipo de Los Murciélagos, la selección argentina de fútbol para ciegos. En cambio, Marcelo, que fue ciego desde su nacimiento, señaló: “Sueño como vivo, nunca supe lo que es un color”.
“Hay ciegos que tienen miedo a chocarse con alguien y van todo el tiempo con un manojo de llaves en la mano para hacer ruido. Hay otros que tienen vergüenza de pedir ayuda y se quedan parados dos horas en la parada del colectivo. También están los que, cuando les ofrecen ayuda, reaccionan diciendo que ellos no la necesitan”, contaron Diego y Marcelo, quienes participaron años atrás de una publicidad lanzada por TyC Sports, en la que los cracks de la Selección Nacional de fútbol jugaban, con los ojos vendados, contra un grupo de no videntes. Ninguno de los dos dejó de lado, en ningún momento de la charla, la ironía y el humor: “No apagues la luz que no veo”, le dijo Marcelo a una de las integrantes de Audela, cuando se retiraban los chicos.
Los que trabajan en el comedor formaban parte del taller de cocina del instituto. Pero no es la única actividad que llevan adelante. Sandra, que quedó ciega hace cinco años por su diabetes, debió dejar de estudiar bioquímica porque el microscopio se le hizo inaccesible. Pero comenzó Derecho y ya aprobó dos materias. “Ahora no estoy cursando, pero sé que si quiero seguir estudiando, puedo hacerlo”, expresó.
La iniciativa de Gallito Ciego es una suerte de copia de La Vaca Ciega, un restaurante en Suiza que también funciona completamente a oscuras. Según indicó la directora de la organización, el grupo de mujeres que integra Audela “empezamos llevando a chicos de escuelas al Instituto Rosell a jugar al torball”, un deporte con sogas, arcos y pelota practicado por no videntes. “Pero después de que una de nosotras conoció el restaurante suizo, hace dos años, pusimos en marcha el proyecto acá.” Y, según sostuvo la directora de la organización, “nos dimos cuenta de que era posible generarle una fuente de trabajo a personas ciegas”. Para los que quieran hacer reservas, el teléfono es 15-5013-6476.
Producción: Maricel Seeger.