Domingo, 2 de abril de 2006 | Hoy
SOCIEDAD › EL DUEÑO DEL LOCAL NO PUDO CERRARLO
Por Carlos Rodríguez
Como en una vieja película de vaqueros, las 12 del mediodía de ayer fue La Hora Señalada. El dueño del mítico bar Británico, Juan Pablo Benvenuto, llegó al local de San Telmo, en la esquina de Defensa y Brasil, para cerrarlo en forma definitiva. Una decena de clientes habituales –rodeados por cientos de vecinos– le ofrecieron a Benvenuto varios manojos de llaves. “Tome, cierre con esto, porque el bar es como el living de mi casa”, dijo Horacio Boero, en nombre de todos. Benvenuto sintió que su presencia era molesta, que su apellido –esta vez– era todo lo contrario a bienvenido. Y se fue, sin cumplir el rito del cierre, al menos por ahora. “El lunes nos vamos a reunir, es posible que haya alguna solución”, se esperanza Sergio Oliva, otro de los clientes autoconvocados que embanderaron el frente del boliche con consignas anticierre. Ya son 15 mil los porteños que firmaron el petitorio para que el Británico siga vivo. Ayer sumó su aporte un andaluz de Jaén: Joaquín Sabina.
El cantante español llegó al bar cerca de las cuatro de la tarde y dejó un deseo escrito en el libro de honor: “No cierren la memoria. Británico abierto, siempre”. Es lo mismo que había dicho en la conferencia de prensa que ofreció a poco de llegar a la Argentina y lo que repite en cada uno de sus shows. El bar está en esa misma esquina desde 1926. Antes funcionaba una pulpería que se llamaba La Cosechera, que era punto de reunión de ingleses ex combatientes de la Primera Guerra Mundial que vivían en una pensión sobre la calle Garay, que hoy se conoce como Hotel Savalía. Esos clientes fueron los que inspiraron el cambio de nombre.
Claro que el Británico es un bar subtitulado en castellano, porque desde hace 45 años es atendido por Pepe Miñones, José Trillo y Manolo Pose, tres españoles de Galicia que quieren seguir firmes detrás del mostrador de siempre, sin ningún cambio en la estructura edilicia, que es lo que pretende hacer, de recuperar el dominio, su dueño de apellido italiano. Un verdadero conflicto internacional. “Este bar funciona porque es como es, porque siempre está igual, con sus mesas, su reservado, su olor a viejo. Es lo que todos quieren, por eso no queremos que cambie”, le dice Miñones a Página/12. Mientras tanto, el aire se llena con el olor a la naranja que oprime sobre un exprimidor de aluminio, tan viejo como el bar.
Para dar fe de lo que dice Miñones, el bar está lleno de clientes que vinieron “a defender los trapos” y que forman parte de la movilización anticierre. Sergio Olivera, Pepe Terminiello, la arquitecta Marta o la pintora Liliana Ferrari son los voceros. El Británico es uno de los pocos bares de Buenos Aires que está abierto las 24 horas, todos los días del año, con excepción de Navidad y Año Nuevo. “Este es un bar único. Nosotros venimos todos los días. Con amigos o solos, porque siempre encontrás alguien con quien hablar.” Además de los tres gallegos, en el bar trabajan cinco empleados argentinos. Uno de ellos, Carlos, confía en que van a seguir. “Nadie quiere que cierren el Británico”, confirma.
“Bar como éste, en Europa no se consigue”, es la consigna escrita en un papel, colgado en la puerta, que firma el Comando Manolo. “El Británico, sin los gaitas, no es el Británico”, subraya otra leyenda, dejada por un cliente que se opone –como todos– a que Benvenuto le cambie la cara al edificio y lo convierta “en otro bar La Paz reciclado”. Los vecinos organizados, además de hacer el aguante todos los días, presentaron cuatro recursos de amparo ante la Justicia y realizaron gestiones antes los gobiernos nacional y porteño. “No al desalojo, reservemos nuestra identidad”, afirman a cara lavada los miembros del Comando Manolo.
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