Miércoles, 12 de abril de 2006 | Hoy
SOCIEDAD › PUBLICACIONES SOBRE PATRIMONIO CULTURAL DE LA CIUDAD
Un libro sobre historias y perfiles de los carruseles porteños será presentado en la Feria del Libro junto a otras catorce publicaciones. Anécdotas de las que sobreviven y las que ya no están.
Por Eduardo Videla
Invulnerables al avance de la tecnología, han logrado sobrevivir como pocos entretenimientos infantiles a los embates de los megabytes: las calesitas transcurrieron en Buenos Aires desde el siglo XIX al XXI, sin interrupciones, y las vueltas con sortija pueden ser historias compartidas por los niños con abuelos o bisabuelos. Como todo lo que forma parte de la tradición porteña, también tienen su historia, que ahora aparece contada en un libro, editado por la Secretaría de Cultura porteña, que será presentado, junto a otros catorce títulos, en unos días, en la Feria del Libro.
En Francia se la llamó carrousell; en España, tiovivo; en Israel, sjarjará, y en Italia, girotondi. Es decir que la denominación “calesita” es auténticamente criolla. Así lo dice Alejandro Melinkovsky, autor de la investigación titulada Calesitas de valor patrimonial de Buenos Aires, publicada en un libro ilustrado de 14 por 14 centímetros.
Allí puede encontrarse la historia de cada una de las 52 calesitas que quedan en pie en la ciudad, descripciones con ilustraciones fotográficas y una recopilación de anécdotas. Habrá que hilar fino para saber cuál es la más antigua. Según el registro, es la que funciona en la Plaza Pompeya, instalada en 1939 por dos farmacéuticos, que en 1958 la vendieron a sus actuales dueños. Pero entre 1938 y 1940 empezó a girar, tirada por caballos, la que hoy está en Nueva York y Chivilcoy, en Villa Devoto. En la disputa puede entrar la que está en el Jardín Zoológico, fabricada en 1943, pero presentada en el libro como el “primer carrusel argentino”. Al igual que la de Pompeya, fue fabricada por la firma Sequalino Hermanos: se caracteriza por los notables tallados en madera de caballos y leones, por los biombos con motivos de cuentos fantásticos o escenas circenses, en cedro trabajado a mano, y la clásica música de los organitos que caracterizaron esa marca desde el comienzo. También hay registro de la más nueva, que funciona desde 2005 en el shopping Spinetto.
En el anecdotario calesitero sobresale la historia de Tatín, que no es el apodo del dueño, Agustín Ravelo, sino por el cómico chileno Tato Cifuentes, que animó programas infantiles en la década del ’60 y apadrinó por entonces esa calesita, ubicada en Parque Chacabuco.
El libro presenta a los calesiteros, desde siempre, como ocupadores del espacio público, aquellos que les dieron vida a las plazas semiabandonadas o lugares degradados por el paso de multitudes, como las cercanías de estaciones ferroviarias. Hubo un tiempo en que estuvieron en peligro: en 1993, el intendente Saúl Bouer anunció una propuesta para licitar en 2001 las calesitas que estaban en las plazas, impulsado por la oferta de un grupo económico que quería instalar carruseles modernos, con motivos neoclásicos. En 2002, cuando los pliegos ya estaban listos, el gobierno porteño decidió prorrogar las viejas concesiones, realizó un relevamiento de las calesitas existentes y declaró a 26 de ellas como patrimonio cultural de la ciudad.
Hay un capítulo destinado a las que ya no están y un mapa con su distribución por barrios, que indica que Palermo es el más poblado, con seis calesitas, seguido por Caballito, con cuatro, mientras que Villa Urquiza, Villa Crespo y Boedo no tienen carruseles en su territorio.
El libro de las calesitas va a engrosar una colección que edita el Ministerio de Cultura de la ciudad, que se venden en la Tienda Cultural de Avenida de Mayo 575 (ver recuadro). “Nuestro objetivo estratégico es la difusión de investigaciones tanto para especialistas como para el público en general”, dijo la ministra de Cultura, Silvia Fajre. “El libro sobre calesitas forma parte del patrimonio sensible de la ciudad –agregó–. Porque el patrimonio no son sólo edificios y monumentos, sino también los espacios de la vida cotidiana.”
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