Miércoles, 12 de abril de 2006 | Hoy
SOCIEDAD › TRAS 43 AÑOS DE BUSQUEDA, DETIENEN EN SICILIA AL JEFE DE LA COSA NOSTRA
Bernardo Provenzano tenía la captura recomendada desde 1963. Llegó al mando de la mafia siciliana en 1994, cuando fue detenido el célebre Totó Riina. Siempre había sido considerado un poco tonto, pero se mantuvo al frente de la Cosa Nostra desde entonces e incluso la reconvirtió. Fue detenido en Corleone.
Por Enric González *
Desde Roma
Vincent Chin Gigante se hizo pasar por loco toda su vida: paseaba por Little Italy en pijama, papando moscas, y nadie era capaz de creer que aquel infeliz fuera el jefe de la mafia neoyorquina. Bernardo Provenzano también parecía tonto. “Dispara como Dios, pero tiene el cerebro de un pollo”, decía de él su jefe, el gran capo Luciano Liggio. Provenzano desapareció el 18 de septiembre de 1963, asumió el mando de la Cosa Nostra tras la caída de Salvatore “Totó” Riina (1993) y, siempre con paradero desconocido, dirigió una eficaz reconversión de la mafia siciliana. La policía lo buscó sin éxito durante 43 años, hasta ayer: estaba en un caserío cercano a Corleone, su pueblo. La detención de Bernardo Provenzano, llamado Binnu u Tratturi (Benito el Tractor), supuso el tercer descabezamiento de la Cosa Nostra en más de medio siglo.
Bernardo Provenzano (Corleone, 31 de enero de 1933) comenzó siendo un “soldado” de Luciano Liggio, el “capo” enfrentado a Michele Navarra en una guerra sin cuartel para hacerse con el control de Corleone, un pueblito siciliano lleno de viudas y de silencio. Su primera acción importante consistió en una emboscada contra Francesco Streva, uno de los lugartenientes de los Navarra, el 9 de mayo de 1963. Provenzano y sus tres acompañantes fallaron y Streva escapó con vida. Poco después, en septiembre, Provenzano consiguió asesinar a Streva y pasó a la clandestinidad. La policía difundió su foto, la única existente, tomada en 1959: un hombre joven, recién afeitado, con el mentón firme y los ojos claros. La búsqueda policial no obtuvo resultados.
Luciano Liggio, ya “capo” indiscutible de Corleone y del clan de los Corleoneses, lanzó en la década siguiente una guerra feroz contra los clanes palermitanos. Tras varios centenares de muertes, los Corleoneses se hicieron con la primacía de la isla y con el mando de la Cosa Nostra. Liggio, sin embargo, no disfrutó del éxito de sus iniciativas criminales. En 1974 fue detenido en Milán, donde vivía como un apacible burgués en una urbanización de la periferia.
El sucesor de Liggio fue Salvatore “Totó” Riina, un psicópata convencido de poder vencer al Estado italiano en una guerra abierta. Riina eligió como lugarteniente al discreto Provenzano, que desde su relajada clandestinidad (siempre entre Corleone y Palermo, con frecuentes visitas a sus restaurantes favoritos) le ayudaba a llevar las cuentas de la organización. A Totó Riina le gustaba Provenzano porque todos, incluido él mismo, lo consideraban un poco tonto y carente de ambiciones. Riina no se dio cuenta de que mientras organizaba los atentados de 1993, en los que murieron los jueces Giovanni Falcone y Paolo Borsellino junto a sus escoltas, Provenzano tenía ya en mente una estrategia alternativa, basada en los números más que en la sangre.
Totó Riina fue detenido en 1994, juzgado y condenado en un maxiproceso que debía acabar para siempre con la mafia siciliana. Provenzano tomó el relevo sin oposición interna y puso en práctica sus planes: la Cosa Nostra redujo al mínimo sus acciones violentas y dedicó sus esfuerzos a infiltrarse en los tribunales, las comisarías, los periódicos y las instituciones, mientras invertía con sabiduría los fondos obtenidos con el tráfico de drogas.
Año tras año, la policía retocaba la vieja fotografía del joven Binnu para envejecer el rostro y renovar los pasquines de busca y captura, siempre sin resultados. Provenzano mantenía sus contactos personales (con su mujer y sus hijos) y profesionales a través de “pizzini”, pequeños billetes de papel en los que escribía sus instrucciones. Los “pizzini” se movían por Sicilia y toda Italia gracias a una tupida red de colaboradores que extremaban la prudencia: a veces, el papelito tardaba semanas en recorrer unas decenas de kilómetros. Era un sistema lento, pero seguro: no había teléfono móvil, ni ordenador, nada que la policía pudiera localizar con medios técnicos. Cada semana, Provenzano se reunía con un sacerdote para confesarse y para hablar de religión.
Durante años residió en un piso prácticamente contiguo al Palacio de Justicia de Palermo y paseó con tranquilidad por delante de la policía: los años habían ablandado su rostro hasta hacerlo irreconocible. En otra ocasión, hace cuatro años, el automóvil en el que viajaba fue detenido en un control de carreteras. El hombre que buscaba la policía era, sin embargo, aquel de la foto de 1959, no a un anciano de aspecto inofensivo: el coche de Provenzano pudo pasar sin problemas. En 2003 viajó a Marsella para operarse en la clínica La Casamance, bajo el nombre de Gaspare Troja y con cargo a la Seguridad Social italiana. El gran “capo” de la Cosa Nostra sufría del riñón y de la próstata. Su abogado, Salvatore Traina, difundió desde entonces el rumor de que Binnu u Tratturi estaba muerto y que los “pizzini” que ocasionalmente interceptaba la policía eran obra de alguien que tendía una cortina de humo para encubrir a los auténticos jefes mafiosos. La Fiscalía de Palermo negó esa posibilidad. Provenzano estaba vivo y nadie había creado ningún fantasma.
Bernardo Provenzano fue detenido ayer por la mañana en un caserío cercano a Corleone. Ofreció una ligera resistencia y negó ser Provenzano, pero poco después admitió su identidad. Cuando fue trasladado a Palermo, entre apabullantes medidas de seguridad y escuchando gritos de “bastardo” proferidos por el público que abarrotaba las aceras, se negó a hablar.
Desde hacía tiempo circulaban rumores de que deseaba retirarse, pactar algún tipo de rendición, vivir con tranquilidad lo que a sus 73 años le quedara de vida. Sus sucesores, por otra parte, ya estaban listos para recoger el relevo. El nuevo “capo” de la Cosa Nostra debería ser Sandro Lo Piccolo (Palermo, 1975), buscado por homicidio, extorsión y asociación mafiosa, o Matteo Denaro (Castelvetrano, 1962), buscado por homicidio, matanza, devastación y tenencia de explosivos, o Maurizio di Gati (Racalmuto, 1966), buscado por homicidio y estafa, o Giuseppe Falsone (Campobello, 1970), buscado por homicidio y tráfico de estupefacientes.
* De El País, de Madrid. Especial para Página/12.
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