Lunes, 28 de mayo de 2007 | Hoy
Los límites y el afecto son imprescindibles en la formación de los niños, según los especialistas. Sobreprotección es abandono. A veces, por cultivar la autoestima se fomenta la egolatría.
Por Milagros Pérez Oliva *
Todos los padres quieren que sus hijos sean felices, y están dispuestos a hacer lo posible para conseguirlo, pero muchas veces lo intentan por el camino equivocado. Conscientes de que la base de la felicidad está en una buena autoestima, muchos padres se preocupan de seguir las estrategias que les permitan cultivar la autoestima de los hijos, pero en ocasiones equivocan el camino y en lugar de un niño feliz y equilibrado, lo que acaban cultivando es un ególatra, un pequeño tirano. Saber encontrar la línea divisoria entre autoestima y egolatría es uno de los nudos de la psicología evolutiva.
Dorothy Corkille, en El niño feliz (Gedisa), una obra que ya lleva 31 ediciones, establece una primera diferencia: “Autoestima es lo que cada persona siente por sí misma. La autoestima elevada no consiste en un engreimiento ruidoso. Es, en cambio, un silencioso respeto por uno mismo, la sensación del propio valor. El engreimiento, en cambio, no es más que una delgada capa que cubre la falta de autoestima”.
Ese es el punto de llegada, pero ¿cuál es el camino? El camino empieza en el momento mismo en que el niño abre los ojos y empieza a ver el mundo. La psicoanalista Isabel Menéndez afirma: “Por autoestima se entiende que el chico tenga una percepción de sí mismo como alguien valioso y querido, especialmente por los padres. Se construye cuando los adultos lo acompañan en el crecimiento, poniéndole los límites, es decir, educándolo y formando su personalidad. Y haciéndolo con respeto, que consiste en no forzar al chico, pero sí motivarlo para que actúe de determinada manera”.
“A veces se confunde autoestima con egolatría –abunda Lurdes Cestero, psicóloga clínica–. La egolatría es una estima inflada a base de oír ‘vos sos magnífico’, ‘vos sos maravilloso’, ‘vos nunca tenés la culpa de nada’. Lo que percibe el chico es que sus padres prescinden de sus verdaderas necesidades, que en el fondo lo ignoran, con lo cual se le está diciendo que no tiene valor.”
Los niños nacen sin un sentido del yo. Lo van construyendo conforme van viviendo, pero ¿cómo se construye la idea de sí mismo? Corkille utiliza una metáfora muy bella para explicarlo, la teoría de los espejos: los niños construyen su identidad a partir de la imagen de sí mismos que observan proyectada en los demás. El primer espejo en el que se miran es la mirada de la madre, el rostro del padre, las emociones que su mera existencia provoca en ellos. Los padres son el espejo psicológico en el que se miran sus hijos; se van construyendo por dentro en función de lo que observan de sí mismos en el espejo que son los padres y las personas próximas.
Si perciben que son valiosos para sus padres, se sentirán valiosos. Pero el espejo está hecho de un cristal emocional muy sensible. No está hecho sólo de palabras; por eso no basta con decirle al nene cien veces “te quiero”, si el espejo de la mirada, de la expresión, el discurso no hablado, el que nunca engaña, dice otra cosa. “Para sentirse completamente bien por dentro, los niños necesitan experiencias vitales que prueben que ellos son valiosos y dignos de que se los ame”, dice Corkille.
“Los padres son el modelo para todo, tanto por lo que dicen como por lo que no dicen, y sobre todo por lo que hacen”, añade Cestero. Ella observó en su consulta que el amor y la atención generan un círculo virtuoso, a veces en ambas direcciones: “En general, si la autoestima de los padres está bien, la del niño también suele estarlo –explica–. Para algunos padres, el hecho de tener un hijo es un motivo para hacer un gran cambio interior. El amor al niño los ayuda a cambiar cosas que no les gustan de sí mismos. Si el cambio funciona y es gratificante, se afianza”.
Pero la autoestima puede resentirse si la imagen que percibe el chico en el espejo de las personas de las que depende está distorsionada o es negativa. “A veces, el problema radica en que los padres trasladan a sus hijos sus propias insatisfacciones”, explica Menéndez, y algunos, más que amor, les dan consentimiento. Los padres que creyendo dar amor les consienten todo, no están cultivando la autoestima de sus hijos, sino su egolatría.
“Un niño ególatra es aquel a quien se ha situado en un pedestal –-prosigue–. Son niños a quienes no se ha puesto límites, y acaban siendo tiranos. Porque los adultos dan demasiado o porque dan demasiado poco. También hay falta de autoestima por sobreprotección. La sobreprotección no protege. La madre sobreprotectora es más dependiente del niño, éste lo percibe y cada vez pide más. Cree que la madre es todopoderosa y piensa que todo el mundo es así y que está a su disposición. Un ególatra es un niño al que no se lo ha frustrado adecuadamente en el momento que tocaba hacerlo y en el fondo puede haber también un gran sentimiento de abandono, porque dejarle que haga lo que quiera es en realidad abandonarlo”.
Muchos padres no saben o no tienen en cuenta que poner límites a sus hijos es quererlos. “Muchas veces, cuando los padres no ponen límites, en realidad están depositando su propio narcisismo en su hijo –sostiene Menéndez–. Son personas que se sienten frustradas por no poder hacer lo que quieren, y compensan esa sensación dejando que su hijo haga lo que quiere.”
Cestero hace hincapié en la importancia del principio de aceptación y acompañamiento. “Para que el niño se sienta valorado, es muy importante diferenciar entre el comportamiento del niño y el propio niño.” Una cosa es lo que hace, algo que se puede modificar, y otra lo que es. Cuando se lo corrige, hay que incidir sobre lo que hace sin cuestionar lo que es. “Se le ha de decir ‘esto que haces no está bien’, pero manteniendo la conexión amorosa.”
Esa distinción entre el ser y el hacer debe reflejarse tanto en la actitud como en el lenguaje. No es lo mismo retar a un chico que rompió una cosa diciéndole que no debe agarrarla así porque se rompe, que decirle que es un tonto. Que se rompa o no una cosa es un accidente, que alguien sea tonto es un atributo que lo define.
Menéndez describe algunas de las señales que pueden alertar de una baja autoestima. Por ejemplo, hacer constantemente cosas que son transgresoras sólo para llamar la atención; la excesiva necesidad de protagonismo y de liderazgo puede esconder también un niño narcisista con baja autoestima.
El resumen sería que la autoestima se construye cuando los padres acogen a su hijo con todas sus consecuencias, sea como fuere, con las limitaciones que tenga, aunque no se ajuste a lo que ellos esperaban. El chico tiene que percibir un amor incondicional, pero para que lo perciba así, el amor ha de ser efectivamente incondicional. Stanley Coopersmith, uno de los referentes de psicología infantil, ya demostró con sus estudios que la autoestima no tiene que ver con la posición económica de la familia ni con la educación, ni con el lugar donde se nace o se vive. No tiene que ver con el nivel educativo de los padres, ni con que la madre trabaje o no. “Depende, simplemente, de la calidad de las relaciones que existan entre el niño y las personas que desempeñan papeles importantes en su vida”, escribió.
* De El País, de Madrid. Especial para Página/12.
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