Domingo, 13 de septiembre de 2009 | Hoy
SOCIEDAD › EL ASESINATO DE MARTIN SALDAÑA
Por Horacio Cecchi
Si la composición de la banda que asaltó la sucursal del Banco Nación quedó relativamente resuelta, y las responsabilidades policiales directas (quiénes apretaron el gatillo y provocaron daño y muerte) resultaron medianamente determinadas y sancionadas (pese a las pésimas condiciones de investigación), el eje del caso, las coberturas y responsabilidades más altas, sean policiales o políticas, quedaron al margen de cualquier análisis. En el centro del caso, quizás en su aspecto más patético, quedó el nexo visible de la banda mixta y su cobertura jerárquica: Martín René Saldaña, el único asaltante que salió ileso del Polo verde, con apenas unos golpes en las piernas, y que sobrevivió lo que sus custodios de la Bonaerense le permitieron.
Habrá que recordar que recién después de siete años logró demostrarse que Saldaña murió ahorcado, por dos o más personas, colgado de una tira de colchón, luego de haber sido adormecido de un golpe en la cabeza, en el interior de una celda de la comisaría 2ª de Villa Ramallo, que en ese momento estaba poblada de policías y que había quedado bajo la lupa de todo el poder político. No era para menos. Adentro tenían al eslabón.
Ya se dijo que hasta la comisaría lo trasladó el cabo primero Aldo Cabral, el mismo que luego fue detenido y condenado a 17 años por integrar la banda y organizar el asalto. El saludo de despedida de Cabral a Saldaña desde el principio fue considerado como un saludo mafioso: “Que tengas suerte”, le dijo. Un par de horas después, Saldaña, de 23 años, apareció muerto.
La investigación por su muerte no recayó en el juzgado federal de Carlos Villafuerte Ruzo, que había tomado el timón de la investigación por el asalto y el fusilamiento, sino en la Justicia ordinaria de San Nicolás, porque fue caracterizado, inicialmente, como una muerte en comisaría. La primera autopsia, realizada por peritos policiales y un ex penitenciario, zanjó por lo fácil: “Se suicidó”. La carátula del caso quedó entonces como “Saldaña, Martín René, su muerte”. No había calificación de delito. Ni nadie que hablara sobre las molestas conexiones con la banda y la suerte del misterioso handy utilizado en las conversaciones paralelas.
Durante esos años, primero el actual fiscal federal de San Nicolás, Juan Murray, y después y hasta la fecha Luis Valenga, como abogados de la madre de Saldaña, lucharon para torcer el rumbo del caso y avanzar sobre las respuestas que se llevó Saldaña. Primero, debían demostrar que no murió ni deprimido ni de buena gana.
“La línea argumental que tomamos es que el único sobreviviente de los dos asaltantes que salieron del auto vivos fue Martínez, el socio pobre, que era un pichi en la banda. El que tenía los contactos era Saldaña”, dijo Valenga a Página/12.
“Desde el primer momento, las autopsias mostraban lo que nadie quiso leer. Solamente nuestro perito, Gustavo Games, sostuvo que el golpe que mostraba en la parte delantera del cráneo era un golpe conocido como ‘anestesia previa de Brouardel’, que está descripto como un golpe a nivel del cráneo que se aplica a la víctima para intimidarla y dejarla en un estado de obnubilación.”
Durante cinco años, Valenga tocó puertas buscando que una autoridad forense confirmara la lectura de Games. Hasta que el caso recayó en la Asesoría Pericial de la Corte bonaerense. La perito Norma Noms confirmó la misma lectura. Dos años más tarde, el 26 de diciembre de 2006, Noms firmaba su dictamen, en el que confirmaba el golpe conocido como anestesia previa de Brouardel y, tal como anticipó este cronista en su momento, también convalidó el peritaje de Gendarmería, en el que se había determinado, años antes, que el nudo especial que había atado a su cuello Saldaña era imposible que lo hubiera realizado él, aunque fuera un contorsionista de circo. Debía colgarse de las rejas del techo, con una mano, mientras que con la otra debía atar el extremo del nudo, después de haber anudado la cuerda a su cuello en un complicado nudo marinero. Por si fuera poco, Noms confirmó también que el golpe en la cabeza no se lo podría haber dado contra la pared, como sugerían los peritos policiales, porque tendría que haber estado colgado al revés.
Con el dictamen de Noms, Valenga volvió a la carga. Pidió que se recalificara el caso como homicidio calificado por alevosía (la indefensión por el golpe). Le concedieron el homicidio simple. Y ya como homicidio, la muerte de Saldaña empezó a hablar o a pedir ser escuchada. En marzo pasado, la investigación pasó al despacho de Villafuerte Ruzo, ya incorporada a las causas de la masacre.
Si el asesinato de Saldaña ya quedó confirmado y la sospecha de su silenciamiento es una obviedad, falta ahora demostrar sobre quién recae la responsabilidad. No va a ser fácil. Antonio Gómez, el jefe de la comisaría 2ª de Villa Ramallo, había logrado salir hacia La Plata, extrañamente convocado por el breve ministro de Seguridad de ese momento, Osvaldo López. Dejó en su puesto a una oficial de apenas experiencia, al mando de una comisaría donde se encontraba el eslabón imprescindible: Alejandra Edith Puchet.
Apenas recibió la causa, Villafuerte pidió a la justicia ordinaria que le informe si Puchet y su equipo de Bonaerenses había sido juzgado. “La llevaron a juicio por incumplimiento de los deberes de funcionario público –aclaró Valenga–. Pero el fiscal Tempo desistió la acusación y entonces quedó absuelta.” De ser convocada no podrá alegar que ya fue juzgada porque se trata de otro delito, el homicidio. “Puede ser que se convoque al Equipo de Antropología Forense y al Cuerpo Médico Forense nacional”, señaló una fuente. Del lado de Valenga hay una fuerte preocupación: “En caso de homicidio simple la prescripción de la pena no puede exceder de doce años”.
Este miércoles se cumplen diez.
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