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En Carne Argentina, cada noche es igual: un video inaugura la velada con algo de música, imágenes de la colección de turno, los nombres de los invitados. Luego, un editorial de los organizadores, leído de viva voz ante el micrófono por alguno de ellos, despliega el espíritu de esa cita. Cada noche es diferente: la fraternidad temporal de autores, de textos que cada uno de ellos compartirá ante gente que no conoce, y que quizá tampoco lo conozca, palabras que en algo sí están emparentadas con las de los demás invitados. A eso no renuncian Almada, López y Zina, menos por una voluntad de control que por corazón de anfitriones. Explican que los nueve años del ciclo por el que ya pasaron más de doscientos autores, por contar sólo los editados, algo les enseñó. Zina dice: “Algunas cosas sabemos”. Por ejemplo: que lo mejor que puede pasarle a una lectura es no explicarse, no estar precedida ni seguida por palabras que la descifren; que el silencio es atención; que los contrastes enriquecen cada texto; que a la intensidad de leer y escuchar puede seguir lo social, porque participar de un encuentro así hermana y termina por habilitar otros encuentros.

–A escuchar narrativa en cierta forma estás acostumbrada, cuando eras chica te contaban cuentos. En poesía tal vez es más difícil, pero en Carne Argentina te das cuenta de repente de que la gente conectó, de que la escucha puede ser exigente pero están atentos. Es un flash –dice Zina.

–Y lo social no es poco. También se vuelve una rutina de encuentro entre amigos, al menos para nosotros. Hemos pasado mucho tiempo organizando, es la excusa perfecta para vernos, para

leer de todo, para estar atentos a lo que pasa. Como escritor, te hace circular, a mí me ayudó a escribir. Yo siento que me ayudó a escribir mi novela; aunque no quieras, todo eso te atraviesa –agrega López–. Al público también, ojo: en Carne Argentina hay por lo menos dos matrimonios entre gente que se conoció ahí.