La editora Gabriela Comte trabaja como jefa editorial en un sello grande y dice que no es una intuición, sino que lo sabe: “Cantar me hace mejor persona y por eso lo hago”. Explica que no es algo instrumental, mucho menos algo pasajero, sino que la acompañó desde niña aunque sus padres, “actores famosos de la tele” (en realidad, archifamosos y novios favoritos del público en los ’60 y ’70, Emilio Comte y Silvia Merlino, de La familia Falcón), no querían que se dedicara a la música. “Nunca lo sentí como un hobbie. Es lo más importante que hago, creo. Y ya no puedo dejarlo.”

A lo largo del 2013 cantó en un ciclo de Clásica y Moderna (con Osvaldo Burucúa, Marcelo Ezquiaga, Darío Jalfín, todos músicos reconocidos), también en la jornada de homenaje a Lispector en el Museo de la Lengua, La hora de Clarice; grabó coros en el disco de Unicanuez; ensayó horas y horas; cantó en fecha propia, en pequeño teatro de Belgrano, con otro editor, Pablo Avellutto. No se cansó. Venía entrenada de años de hacerlo como invitada en “discos y conciertos de amigos que admiro, como Jorge Fandermole o Raúl Carnota”. Comte dice que tiene una teoría de la canción. “Para mí, cantar es ser una especie de medium, yo no compongo, no tengo veleidad de compositora. ¡Hay tantas canciones hermosísimas de gente tan talentosa! Creo que las canciones son criaturas vivas que uno deja pasar por la garganta, por el aire, por el corazón. Y son apenas dos o tres minutos donde esa flecha, como un kairós, debe dar en el blanco, acertar en el centro del otro. Modificarnos, de alguna forma, emocionarnos.

Las canciones son prescindibles, pero pueden cambiarnos la vida. O pueden decirnos verdades acerca de nosotros, de algunas emociones, de algunas sensaciones. Tal vez por eso se conecte con editar: es generar esa condición humana para que la palabra sea acto.”