Miércoles, 26 de abril de 2006 | Hoy
SOCIEDAD › UNAS CIEN PERSONAS VIVEN EN LA ZONA DE EXCLUSION
Por R. F. *
Como consecuencia de la catástrofe producida en abril de 1986, decenas y decenas de miles de personas tuvieron que ser evacuadas, y se declaró una zona de exclusión en un radio de 30 kilómetros alrededor de la central que abarcó 94 localidades ucranianas. Entre ellas se encuentran las famosas ciudades de Chernobyl, cabeza de distrito que dio nombre a la central, y Prípiat, ubicada a menos de un kilómetro de los reactores y que se convirtió en ciudad deshabitada. Pero a pesar de la radiación imperante, un centenar de personas se ha instalado en algunas aldeas de la zona de exclusión, principalmente habitantes de la región que por diversas razones decidieron regresar a su patria chica.
Son seis las aldeas que fueron repobladas por algunos ucranianos que no se acostumbraron a los lugares adonde fueron evacuados o porque estaban descontentos con las condiciones que allí tenían. Una de estas aldeas es Ilintsí, donde ahora vive una veintena de personas, entre las que se encuentra Anna Oníkonevna Kalitá, de 82 años, conocida simplemente como la abuela Anna. Habita una humilde casa de madera con su marido, el abuelo Mijail, dos vacas y algunos cerdos y aves de corral, y no le falta su fiel perro, pequeño, flaco y asustadizo.
“Nos evacuaron a Staraya Orzhitsa, pero la casucha que me dieron prácticamente se derrumbó al año de vivir en ella. Así es que decidí regresar”, resume su aventura la abuela Anna, que se volvió a instalar aquí en 1987. A la pregunta de si no le da miedo vivir en este lugar contaminado, responde: “¿Y por qué debería tenerlo? Los otros se van muriendo y yo sigo viva”, responde riendo. Cuando este corresponsal visitó a la abuela Anna, su marido no estaba. Había salido a cazar pues en la zona de exclusión hay numerosos animales, especialmente jabalíes. También hay ciervos y caballos de Przhevalski, que han sido introducidos especialmente en las zonas adyacentes a la estación porque aparentemente contribuyen a evitar los incendios.
En el número 12 de una calle de nombre ilegible vive la abuela de sus vacas, cerditos y aves, de las papas que siembra y de la pensión que recibe: 300 grivnas (50 euros), además de las 300 de su marido. En la aldea hay electricidad, así es que la pareja puede escuchar la radio o ver la televisión en su viejo aparato. En el patio de la casa tiene un pozo, del que sacó un balde de agua: “Pruébela, es rica, sólo que está un poco verdosa, pero no se preocupe, beba, beba”, ofreció la abuela. Anna Kalitá no se queja de su destino, considera que ha tenido suerte y que ha visto mundo –después de la Segunda Guerra Mundial, trabajó tres años en el campo en Alemania Oriental– y espera su fin con tranquilidad. Quiere que la entierren aquí, donde ha vivido, dice, años felices.
La mayoría de las casas de esta aldea y de las otras de la zona están abandonadas, con sus ventanas sin cristales y muchas cruzadas por dos maderas. Hay pueblos enterrados completamente porque después de la explosión del cuarto reactor de Chernobyl se convirtieron en basura radiactiva. Es el caso de Kopachi, junto a Prípiat. Hoy, sólo unos pequeños montículos coronados con unos triángulos amarillos marcan el lugar donde estuvo la aldea. Los triangulitos amarillos se pueden ver también en muchas otras partes: son una advertencia para la gente, pues señalizan los puntos extremadamente contaminados por la radiación.
* De El País, de Madrid. Especial para Página/12.
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