Miércoles, 26 de abril de 2006 | Hoy
Por Rodrigo Fernández *
Desde Prípiat
La central de Chernobyl debería llevar en realidad el nombre de Prípiat, la ciudad levantada especialmente en 1970 para los trabajadores de la central nuclear que comenzaría a dar electricidad en 1977 y se convertiría en la más potente de las instaladas en la desaparecida URSS. Mucha gente de diversas profesiones se instaló en Prípiat, una ciudad cómoda para vivir y donde los sueldos eran más altos que los de la media nacional. Entre los que eligieron Prípiat como su nueva patria chica estaba Iván Chemizov, entonces un joven músico que dirigía el grupo más popular de la ciudad y que, como prácticamente todos sus vecinos, nunca pensó seriamente en el peligro que suponía vivir a menos a 900 metros de una central nuclear.
Iván tenía entonces 26 años y hoy, dos décadas más tarde, regresa a la que fue su ciudad, que permanece deshabitada desde que se produjo la catástrofe; la ciudad fantasma donde todavía hay niveles de radiactividad 12 veces superiores que en Kiev, y donde no se puede entrar sin un permiso especial. Así recuerda aquella fatídica noche del viernes al sábado 26 de abril de 1986: “Estaba en cama leyendo, cuando a eso de la una y media de la noche sentí un fuerte ruido, creí que era un trueno, pero no; como nos enteramos al otro día, resultó que había explotado el reactor número cuatro de la central. Pero aquella noche no sospeché nada, simplemente creí que se trataba de una tormenta de primavera. Me dormí tranquilamente, y al otro día salí a pasear con mi hija de cinco años. Vinimos aquí –cuenta, mostrando el lugar donde antes había una tienda de productos– y vimos que estaban lavando las calles. Nos pareció extraño, pero aquel sábado transcurrió normalmente y seguimos paseando sin tener conciencia de que nos estábamos exponiendo a la radiación”.
Al otro día, el domingo 27, a las diez de la mañana anunciaron a la población que sería evacuada. Les dijeron que se llevaran lo necesario para tres días y que no se olvidaran de los documentos de identidad. Iván Chemizov prosigue su relato: “Nos explicaron que nos sacarían por tres días de Prípiat y que después ya se vería. A las tres de la tarde aquí, en esta plaza, ya había 1500 autobuses esperándonos a los cerca de 50.000 habitantes de Prípiat. Recuerdo que no había pánico en absoluto y que hacía un calor horroroso para esta época del año, más de 30 grados. Poco a poco la gente se iba subiendo a los autobuses. Muchos habían salido el fin de semana fuera de la ciudad y cuando comenzaron a regresar por la tarde tuvieron que correr para alcanzar la evacuación. Pero ellos al menos tuvieron suerte, pues consiguieron llevarse consigo lo indispensable. Hubo otros que tuvieron peor suerte: por ejemplo, los que habían ido el fin de semana a Kiev y sólo regresaron el lunes. A ésos ya no los dejaron entrar en Prípiat, y en sus casas habían dejado su dinero e incluso sus documentos de identidad, todo”.
En la plaza de Prípiat, frente al Palacio de la Cultura, Iván muestra a la izquierda un edificio coronado todavía por las letras cirílicas, en su tiempo luminosas, Restorant. En ese restaurante trabajaba por las noches, tocando el bajo y cantando con su grupo Pulsar. Suspira y retoma su relato: “Los autobuses llevaban a la gente a las aldeas, adonde fuera que los aceptaran, pero en algunos lugares nos recibían con horcas, no querían que la gente se quedara. Nosotros conseguimos llegar a Kiev, y de allí llevamos a nuestra hija a los Urales, donde vivían mis padres”.
Pero Iván y su esposa, profesora de música en una escuela de Prípiat, y hoy ama de casa, lo habían perdido todo: departamento y pertenencias. Así es que ambos decidieron regresar a la zona de exclusión a trabajar, porque era la única forma de conseguir que el gobierno les diera un lugar en Kiev. Allí, en la zona contaminada, daban conciertos en las iglesias para los liquidadores de la avería de Chernobyl. Después de trabajar nueve meses, recibieron las llaves de su nuevo hogar en la capital de Ucrania.
¿Cuántos años tiene ahora su hija? “Murió 8 años más tarde, a los 13”, responde con la voz quebrada. Iván está convencido de que Olga falleció a causa de la radiación recibida en Prípiat. Todo fue muy rápido: le salió un pequeño grano en un hombro, la llevaron al médico y les dijeron que seguramente no era maligno, pero que era mejor operar. “Cuando la operaron, resultó que tenía un sarcoma. Se nos fue en apenas dos meses: la operación fue a fines de mayo y a principios de agosto murió.”
Iván, que compone letras y música de canciones, le ha dedicado dos a su hija fallecida. Ahora tienen otra niña, Yekaterina, nacida en Kiev tres años después de la explosión. Está por terminar el colegio y se prepara para estudiar la carrera de su padre: quiere ser cantante de música ligera. Iván ahora trabaja en un teatro infantil y, por las noches, en un restaurante, donde, como en Prípiat, sigue tocando el bajo y cantando.
* De El País, de Madrid. Especial para Página/12.
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