Miércoles, 26 de abril de 2006 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Luis Bruschtein
Antes del Mercosur, los alineamientos regionales planteaban a Brasil y Chile como eventuales enemigos de Argentina por diferendos limítrofes o supuestas expectativas de liderazgo. En la región andina, Perú y Bolivia estaban enfrentados a Chile y por consiguiente eran aliados de la política exterior argentina. De la misma manera, Uruguay, con antagonismos históricos con Brasil, funcionaba en paralelo con el Palacio San Martín. Y Paraguay fluctuó entre Brasil y Argentina. Eran diferendos que incluían hipótesis de conflicto bélico y el asentamiento de las fuerzas armadas en el territorio estaba definido en parte por estas hipótesis.
El Mercosur, como parte de procesos de regionalización que se dieron en todo el planeta, alteró la mesa de arena y esos alineamientos se hicieron obsoletos. La desaparición de las tensiones más fuertes liberó conflictos menores que de alguna manera habían estado aplacados por ellas. Al desaparecer las peleas por territorio y alianzas militares, saltaron a primer plano las diferencias comerciales o por aprovechamiento de riquezas naturales comunes, como el caso del río Uruguay entre Uruguay y Argentina.
Estas diferencias tienen una lógica distinta. No se dirimen en una guerra ni pueden convertirse en el eje de la relación entre dos países vecinos. La razón es sencilla ya que ambos países están obligados a definir sus estrategias de manera regional si es que aspiran a un proyecto que trascienda una coyuntura determinada.
Los medios, los políticos y los economistas que impulsan la inserción de Argentina en el mundo a través de un TLC con Estados Unidos magnifican los conflictos en el Mercosur y lo dan por muerto una y otra vez. En estos días han destacado la visita de Tabaré Vázquez a Washington comparándola con la reunión de Kirchner con Chávez y Lula en Brasil, como si uno jugara en primera “A” y el otro en la “B”. Antes lo habían hecho cuando los gobiernos de Bolivia, Paraguay, Uruguay y Venezuela se reunieron en la capital paraguaya y criticaron al Mercosur, a Brasil y Argentina. Pronostican que el Mercosur no soportará la negociación por el gas con Bolivia, por las papeleras con Uruguay, por la lluvia de productos brasileños o por la tentación de Uruguay y Paraguay por un TLC.
Estos conflictos empujan al Mercosur a dejar una existencia burocrática. Tabaré sobreactúa el problema de los cortes en Gualeguaychú para no enfocar el conflicto en las papeleras, con las que tiene las manos atadas. Es su estrategia de negociación, de la misma manera que cuando afirma que así el Mercosur no sirve. Como el aislamiento ni el TLC son alternativas, está también obligado a nadar en la alianza regional.
Estos movimientos dan vida al Mercosur, igual que la reunión en la capital paraguaya. Porque en el esfuerzo de no mostrar fisuras, Brasil y Argentina asumen una inercia que tiende a limitar la participación de los demás miembros. La alianza regional podría sobrellevar cualquier ruptura, menos una entre Brasil y Argentina. Esa condición tiende a emblocarlos y limita el juego. A nivel institucional, la rigidez es enemiga de la duración, por eso la reunión en Paraguay sin Argentina y Brasil, complejiza la alianza pero al mismo tiempo la oxigena, al igual que la incorporación de Venezuela con su bagaje, que ayuda a desemblocar y a una mayor circulación de la política. El peligro para el Mercosur sería lo contrario: que no hubiera conflicto o que se produjera un emblocamiento rígido en su interior.
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