Domingo, 6 de agosto de 2006 | Hoy
Por C. R.
Marcelina Monzón tiene 63 años y las mandarinas de su casa son las más dulces de Corrientes. Desde hace seis meses está viviendo sola porque hijo, “el más chiquito”, de 17 años, se fue a trabajar a Loreto. Su segundo marido murió hace seis años y se fueron todos sus siete hijos. “A todos los tuve acá, en el campo y tampoco ocupé hospital”, dice con orgullo señalando a su vieja vivienda de caña, barro y paja. “Los tuve igual que las vacas”, comenta y se ríe a carcajadas. “Al principio me atendió mi mamá, que era partera, pero después ella falleció y tuve dos más. De esos sí yo sola nomás me encontré. Yo solita.”
–¿La acompañaba su esposo? –fue la pregunta ingenua.
–¡Noooooo! Si él tampoco no servía para nada. Yo solita, sin nadie. Sólo hace falta coraje –fue la respuesta llena de risa.
–¿Usted hacía todo? ¿También cortaba el cordón umbilical?
–Sí, todo. Si hasta le bañé a mi hijo. Y eso en el hospital tampoco lo hacen. No le bañan a la criatura en el hospital. Cuando yo me enfermaba llevaba agua caliente, en la latona, abajo de mi cama. Prendía fuego y le decía a mi marido: “Ahora, cuando escuchás que llora la criatura, llevame el fuego para calentar el agua”.
–¿El ni se acercaba durante el parto?
–No, no, no. Afuera nomás estaba. Yo bañaba a mi hijo, lo secaba, lo cambiaba y lo ponía arriba de la cama. Y listo.
Ahora, las cosas son muy distintas. A Marcelina le cuesta ir al pueblo a buscar sus alimentos. “A pie me canso mucho y a caballo me da miedo.” Al lado de su casa, Forestal Andina está construyendo una vivienda de material. “No sé si es para mí o si la van a ocupar ellos nomás. Dicen que es para mí, pero yo no lo sé”, desconfía.
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