Domingo, 6 de agosto de 2006 | Hoy
Por C. R.
María Ceferina López nació y se crió en el paraje Ñu-Pui, del que fue expulsada. “Un día para otro nos dijeron que no teníamos que matar más carpinchos. Que le dijera a mi gente que teníamos que irnos de ahí. El señor Felipe Ramírez (viejo dirigente del Partido Autonomista) y Alberto Anzola nos dijeron que nos teníamos que ir, que estaba prohibido matar más carpinchos.” Ceferina, en el patio de su nueva casa, en Concepción, está encrespada: “A Felipe lo conocía desde siempre. Nos traía acá porque éramos correligionarios de muchos años. De un día para otro, cambió”.
Ceferina tiene esposo y nueve hijos. “Mi gente (su marido), Benancio Irala, está muy mal. Ahora se fue a Buenos Aires, porque acá en Concepción está enfermo, no puede vivir. El quiere volver a Ñu-Pui, ésa es su vida, nuestra vida.” Para ella “vivir en el campo es lo mejor. El aire es distinto, acá no es lo mismo, no podemos estar. ¿Cómo nos van a decir que el carpincho tiene dueño? ¿Me explica lo que me quieren decir con eso?”. La mujer se indigna como Derzu Uzala, el personaje de Akira Kurosawa, que se va de la estepa a la ciudad y corre con la escopeta al vendedor de agua. “Hay cosas que no se pueden decir”, insiste.
“Nos mandaron un tractor para que sacáramos nuestras cosas. Nosotros no estábamos preparados y cargamos lo que pudimos. A los cinco días nos quemaron la casa. Mandaron a quemar todo. Miguel Fernández y Benito Areco fueron los que quemaron, pero no sabemos quién fue el que los mandó a quemar todo. Lo que nos imaginamos nosotros es que los que mandaron a hacer todo fueron Felipe y Alberto. Ellos son los que están echando a todos”, concluye Ceferina.
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