Domingo, 28 de enero de 2007 | Hoy
Nadie puede negar que los juguetes cumplen una función en la asignación de roles durante la primera infancia. No es causalidad que el primer regalo para las niñas sea el bebote con el cochecito y para los niños, la colección de autos. Con el tiempo, las chicas cambian la bebota por las barbies con curvas voluptuosas y diminuta cintura. En cambio, ellos reemplazan los autos por el muñeco de Rambo con sus desarrollados músculos. Para muchos hombres y mujeres, que aprendieron de alguna manera este modelo de cuerpo, un rollito de más, unos centímetros menos de pechos, o unos abdominales no tan marcados como quisieran se convierten en un defecto que los perturba a tal punto que les abre las puertas al quirófano.
Quién no se sintió disconforme con determinado aspecto de su cuerpo como, por ejemplo, la nariz, una expresión facial o el pelo. Sin embargo, lo que diferencia a la población que puede convivir con esa característica que no le satisface plenamente de las personas que sufren del Trastorno Dismórfico Corporal es que en este último caso el supuesto defecto, del orden de lo imaginario, se convierte en una compulsión que lo puede empujar a recluirse en una habitación sin contacto con la realidad o tomar medidas que atentan contra su propia vida.
Como el caso de Ezequiel, un joven deportista, que padecía de un cuadro de depresión porque las interminables horas en el gimnasio no le daban el resultado esperado: tener unos abdominales bien marcados. “Su preocupación pasaba porque no podía lograr una tercera marca en los abdominales. Tenía dos, le faltaba una”, relata el psiquiatra y psicoanalista Humberto Persano. Su paciente sufría de una valoración excesiva por la imagen corporal que lo llevó a internarse, por día, un promedio de cinco horas en el gimnasio y al no lograr su objetivo llegar al intento de suicidio. “El joven nunca reconoció el problema que tenía y terminó abandonando la terapia”, comenta el especialista.
La depresión es sólo una de las manifestaciones de una enfermedad que afecta casi por igual a hombres y mujeres, según estimaciones del profesional a partir de las consultas recibidas en el Hospital Neuropsiquiátrico Borda. El miedo al rechazo de su entorno, el encierro y el aislamiento son otras formas de exteriorización de la patología.
Otra de las maneras de identificar la enfermedad es a partir de las acciones del sujeto para extirpar el defecto. Aunque la dismorfofobia fue nombrada por primera vez en 1891 por el psiquiatra italiano Enrico Morselli, el avance de las nuevas tecnologías y de la medicina plástica pone a disposición de las personas la posibilidad de modificar los rasgos identitarios del cuerpo, incrementando la cantidad de casos.
“El trastorno puede desencadenar una adicción a la cirugía. Consultan a diversos especialistas para modificar el aspecto corporal que les molesta y se hacen primero un botox, luego los pechos, se levantan la cola, después una lipo y el colágeno en los labios. Hay mujeres que han llegado a someterse a 50 operaciones”, cuenta el especialista. Lo dramático es que las pacientes nunca alcanzan el ideal de cuerpo que desean, lo que impide ver los límites.
En estos casos, el cirujano tiene que decir basta y realizar una interconsulta con un terapeuta, recomienda el especialista. Mientras que en Estados Unidos se calcula que la enfermedad afecta a unas 9 millones de personas, en la Argentina no hay cifras que marquen su verdadero alcance. “De todas formas, si juntamos a todos los que se someten a cirugías en forma compulsiva, los que van al gimnasio durante horas y horas, los que van a consultar al dermatólogo por un problema en la piel y los que van a especialistas de salud mental por sufrir fobias o depresiones, el número es alto”, evalúa Persano.
Tanto Persano como especialistas de asociaciones que brindan asistencia a pacientes con trastornos en la alimentación coinciden en señalar lo íntimamente ligado que está el trastorno dismórfico con la anorexia. “La preocupación por un rollito de más, que se encuadra en la dismorfofobia porque se enfoca en un aspecto del cuerpo, puede desencadenar en la persona la decisión de restringir la comida y así agravar, drásticamente, su situación”, explica Persano.
La presión social y el modelo de cuerpo que inculca la sociedad es, según los especialistas, uno de los factores determinantes en la aparición de este trastorno. “Hoy el éxito o fracaso de una persona se mide por su inclusión dentro de estos parámetros de belleza”, concluye.
Informe: E. C.
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