Jueves, 17 de mayo de 2007 | Hoy
SOCIEDAD › OPINION
Por Ana Cacopardo *
¿Por qué es un caso emblemático? En los casos de violencia familiar, doméstica y de género, las víctimas cargan con los prejuicios sociales y culturales que las culpabilizan, convirtiéndolas en victimarias, corresponsables y/o impulsoras de los hechos que se denuncian. Este conjunto de prácticas y discursos están absolutamente naturalizados tanto en el sistema carcelario como en el proceso judicial y constituyen un eslabón más en la cadena de opresión y condenas que sufren las mujeres y las niñas.
Corrientemente, los jueces que intervienen en casos de violencia familiar obvian algunas de estas cuestiones centrales y no hacen uso del espacio para la interpretación que ofrece cualquier legislación. En tal caso, la Justicia debería considerar el espíritu de la ley, es decir, la protección de las víctimas de violencia.
¿Por qué no fueron considerados como responsables de la perpetuación de esas situaciones de violencia que vivían Soledad y su hija la policía que comprobó los golpes, los médicos que la atendieron en el hospital, los profesionales que la atendieron en el hogar? Soledad y su hija M., asimismo, han sido revictimizadas en las distintas instancias que intervinieron en su caso: profesionales psicólogos/as, policías, médicos, peritos, quienes no supieron generarles un espacio de escucha y de confianza imprescindible para lograr una comprensión global de la situación familiar, desconociendo investigaciones teóricas y marcos legales vigentes tanto en el orden nacional y provincial como internacional con rango constitucional para nuestro país desde el año 1994.
* Directora Ejecutiva de la Comisión por la Memoria de la provincia de Buenos Aires.
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