Viernes, 25 de julio de 2008 | Hoy
Por Juan Gelman
¿Armas no letales? Hace 60 años que el Pentágono y la CIA experimentan la posibilidad de obtener agentes bioquímicos para contener a multitudes enardecidas o aniquilar al enemigo en el campo de batalla, inducirles el sueño o efectos similares que faciliten su captura y/o matanza. En el marco del proyecto paradójicamente bautizado “Luz solar”, durante la Guerra Fría se elaboró con esos fines el compuesto BZ, pariente de la escopolamina, un alcaloide vegetal sumamente tóxico. Esta tecnología ha avanzado desde entonces y dicen que no mata.
El muy británico Instituto de Ciencias en la Sociedad (ISS, por sus siglas en inglés) piensa lo contrario: “Las armas electromagnéticas operan a la velocidad de la luz; pueden matar, torturar y devastar; la mayoría de la gente ignora que existen porque se manejan solapadamente y no dejan evidencias físicas. Se han ensayado en seres humanos desde 1976” (www.i-sis.org.uk, 28-5-08). Eso explica la sorpresa del cirujano en jefe del Hospital Central iraquí de Hilla cuando llegaron 20 muertos decapitados y seis heridos sin piernas que viajaban en un ómnibus destruido por un arma misteriosa y silente: ninguno tenía heridas de bala o de perdigones. Los periodistas de la RAI pidieron al Pentágono información sobre el posible uso de rayos láser en este hecho, que tuvo lugar en el 2003. Todavía la están esperando (www.globalresearch.ca, 21-5-08).
Se ha ensayado en Irak y Afganistán el llamado “rayo del dolor”: no es letal pero sí invisible, tiene un alcance de medio kilómetro, penetra la ropa y la piel de las personas alcanzadas y su temperatura, 55 Celsius, causa intensas quemazones. Lo emite un artefacto montado en jeeps Humvee y se están fabricando 14 vehículos Sheriff dotados de un transmisor que irradia energía y una antena que la dirige a blancos humanos. Dicen que no es letal, pero cabe imaginar el efecto que esto produce en niños, ancianos, mujeres embarazadas y enfermos. Hay más. Un proyectil lanzado por el obús de 155 mm. XM1063 del ejército de EE.UU. es capaz de diseminar 152 pequeñas municiones que cubren toda una hectárea y que, al tocar el suelo, esparcen agentes químicos (www.guardia.co.uk, 10-7-08). Todo sea en aras del avance tecnológico.
Un departamento del Pentágono centraliza la marcha de estas novedades que se inscriben en el inocentemente llamado “Programa de control de disturbios”. Empresas privadas que el Pentágono contrata y laboratorios académicos amplían este tipo de arsenal con nuevas invenciones. La Stellar Photonics obtuvo contratos por valor de 4,5 millones de dólares sólo en el 2007 y hoy prepara un rifle portátil de rayos láser que pesará 15 kg, tendrá un alcance de 1,6 km y gozará de “más exactitud (que los rifles actuales) y de la capacidad de alcanzar a un blanco móvil a la velocidad de la luz” (technology.newscientist.com, 17-7-08). La Sierra Nevada Corporation ofrece fabricar una pistola que lanza microondas que penetran directamente en la cabeza de la persona, sorteando las defensas del tejido auditivo y causando una serie de golpes acústicos. La Wattre Corporation, a su vez, ha creado el Hyperspike, un sistema que hace estallar una mezcla de bomba acústica y de luz ante el rostro del blanco humano (blog.wired.com, 31-3-08).
Se pretende que no son armas letales, pero el investigador Neil Davidson de la Universidad de Bradford ha señalado que, incluso así, “alteran la actividad reguladora superior del sistema nervioso central con efectos que pueden durar horas o días” (www.brad. ac.uk, agosto 2007). Estas exquisiteces del Pentágono violan la Convención sobre la prohibición del desarrollo, la producción y el almacenamiento de armas químicas y sobre su destrucción, aprobada por las Naciones Unidas en 1993. La Asociación Médica Británica ha subrayado que la utilización de agentes bioquímicos como armas policiales o militares “es sencillamente impracticable sin generar una mortalidad significativa en la población elegida como blanco... Es casi imposible, y seguirá siéndolo, aplicar el agente adecuado a la gente adecuada en la dosis adecuada sin dañar a la gente no adecuada o sin emplear la dosis inadecuada” (“The Use of Drugs as Weapons” (www.bma.org.uk, mayo 2007). Los “daños colaterales”, vaya. Si lo sabrán los invitados a las cuatro bodas bombardeadas –hasta ahora– en Afganistán.
La fase I del programa del Pentágono –iniciado en el 2000, antes de los atentados del 11/9 y de la guerra en Irak y Afganistán– subvencionó la “identificación de nuevos agentes y combinaciones de agentes... tales como anestésicos/analgésicos, tranquilizantes y bloqueadores neuromusculares” para diseñar un sistema de “aplicaciones de doble propósito” útiles para blancos policiales y militares (www.sc.doe.gov). En el terreno militar se busca “contribuir a los objetivos de EE.UU. y la OTAN en las misiones de paz; la protección de embajadas; misiones de rescate y antiterroristas”. En el campo civil, el control de “secuestros, situaciones de barricadas, multitudes, disturbios domésticos, peleas en los bares” y otros. En resumen: estos “sedativos”, como los llama benignamente el Pentágono, son también instrumentos de control social. El gigante tiene los pies de barro.
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