Viernes, 11 de diciembre de 2009 | Hoy
Por Juan Forn
Esta semana se cumplió un nuevo aniversario de la muerte de John Lennon y, como todos los años cuando llega esta fecha, volví a pensar: “Otro año que se va y yo sigo sin escribir lo que pienso de Yoko Ono”. Me explico: en alguno de los mil documentales que he visto sobre él hay una entrevista de 1975 con Dick Cavett, donde Lennon rememora la separación de Los Beatles y la demonización de Yoko, después de cantar la extraordinaria “Woman is the Nigger of the World” (cuya difusión había sido prohibida por todas las radios norteamericanas). En cierto momento John se mosquea en serio, se olvida de Cavett, mira directamente a cámara y dice, como si se dirigiera a cada uno de nosotros: “Lo que más me enerva de todas las barbaridades que dicen sobre Yoko es que ni se les cruce por la cabeza lo evidente. Que yo la elegí pudiendo haber elegido a cualquier otra de las mujeres que tenía a mi disposición. Que me hace feliz como ninguna otra persona lo ha hecho. Que soy la persona que soy gracias a ella. Si les sigue gustando lo que hago, ¿no se dan cuenta de que deberían darle al menos algo de crédito a Yoko?”.
Vi ese reportaje cuando Lennon llevaba más de veinte años muerto. Seguramente lo vi antes, algún otro diciembre entre 1980 y 2003, porque uno tiene siempre esa sensación con las filmaciones de Lennon: que ya vio antes ese material pero recién ahora lo entiende. Los años pasan y ya somos todos más viejos que él cuando murió, pero sigue siendo nuestro hermano mayor. Cada vez que lo escuchamos, descubrimos que nos dice algo nuevo, algo que no supimos entender antes. Yo me acuerdo bien el momento en que esa frase suya me hizo clic en la cabeza (fue acá, en Gesell, el primer invierno después de rajarme de Buenos Aires) y de pronto sentí que por primera vez trataría de ver a Yoko como Lennon pedía que la viéramos: como su par en el mundo. Hagan la prueba de leer ese último reportaje que Playboy les hizo a ambos, semanas antes de la muerte de Lennon, que se publicó poco después en forma de libro: de a poco van a ir sintiendo que las respuestas de Yoko no sólo no estorban sino que complementan las de John, y muchas veces no sólo complementan sino que son las que detonan lo verdaderamente importante (tal como la frase “Woman is the Nigger of the World” detonó la canción).
Otro ejemplo: todos sabemos que Yoko es japonesa y que era siete años mayor que John, pero nunca se nos ocurre pensar cómo fue la Segunda Guerra para ella. Y así es cómo no nos enteramos de que, cuando tenía doce años y el bombardeo norteamericano sobre Tokio obligó a la evacuación de civiles de la ciudad, Yoko debió rebuscárselas como pudo con sus dos hermanitos y su madre (su padre estaba en el frente en ese momento, con el ejército japonés), porque los campesinos se resistían a compartir su escasa comida con los evacuados de la ciudad y los recibían a pedradas cuando se acercaban a sus aldeas. Uno se imagina a Yoko contándole esto a John mientras la prensa mundial la lapidaba por separar a Los Beatles y cambia un poco la película, ¿o no? Otra: cuando Yoko conoció a John, sabemos que ella estaba haciendo una muestra en Londres (la escalera en medio del salón, la lupa colgando del techo, John que sube y mira con la lupa y lee “sí” escrito en el techo y siente “esta mujer y yo estamos hechos uno para el otro”) pero no que estaba casada con otro (el artista conceptual Anthony Cox), y que tenía una hija con ese otro (Kyoko) y que cuando el tipo perdió la custodia de la hija en el divorcio (por la agresividad de los abogados que puso John) se escapó llevándosela, y pasó a la clandestinidad y durante los siguientes treinta años Yoko no supo nada de ella (John dice en el reportaje de Playboy: “Fue una estúpida pelea de machos. Yo creí que la tenía más larga y él me cagó. Y el resultado fue que dejamos a una hija sin su madre”). Otra, para completar: Yoko perdió cinco embarazos hasta que tuvo a Sean, en 1975.
Elijo contar estas cosas tal como elegí la foto que ilustra esta página: para que podamos ver algo distinto a lo que vemos siempre en Yoko Ono. Estamos acostumbrados, por ejemplo, a tomar a la chacota todo su arte conceptual, pero la cosa cambia cuando nos enteramos de que, al llegar a Nueva York a los veinticinco, recién casada con un egresado de Julliard llamado Toshi Ichiyanagi, alquilaron un loft abandonado adonde acudían John Cage, Marcel Duchamp, Max Ernst y Peggy Guggenheim, Jonas Mekas y Ornette Coleman, entre otros, a ver los happenings que organizaba Yoko. Cage la valoraba tanto que la llevó como intérprete en su primer viaje a Japón (dos cosas le fascinaban especialmente: que Yoko hubiera ido de chica a la Escuela Gakushuin de Tokio, exclusiva para miembros de la familia imperial e integrantes de la aristocracia japonesa, donde fue compañera del hijo del emperador Hirohito y de Yukio Mishima, y que hubiera hecho siete años de conservatorio como estudiante de piano, hasta el día en que confesó que soñaba con ser compositora, y la pusieron de inmediato a aprender canto porque “las mujeres no sirven como compositoras”). Y Sol LeWitt, considerado el creador por antonomasia del arte conceptual, dice haber tomado de ella la idea de que una obra de arte podía ser su explicación a modo de instrucciones zen (una de las primeras piezas de Yoko era una caja de fósforos con la frase: “Enciende un fósforo. Contémplalo hasta que se extinga”; otra se llama Caja Que Sonríe: un cubo que, al abrirle la tapa, tiene un espejo en el fondo que refleja la expresión del que la ha abierto: todos sonríen sin saber por qué cuando lo abren).
Pero lo que hace más fácil ver a Yoko como la otra mitad de John es la manera en que lo estimuló a conectarse con eso que Jüng llama el ánima: lo femenino profundo que hay en toda criatura, sea varón o mujer. El rocanrol ha coqueteado con lo femenino de mil maneras cosméticas (de Jagger a Bowie pasando por todas las escalas intermedias), pero Lennon fue más lejos y más hondo que ninguno porque entendió lo femenino como lo que le faltaba, lo que desactivaba su violencia hacia el mundo, lo que lo hacía más hombre porque lo hacía más humano. Hay que tener unos cojones de acero para escribir canciones como “Mother”, “God”, “War is Over”, “Watching the Wheels”. O, mejor dicho, para sentir de verdad lo que dice en esas letras. Pensar que Yoko no tuvo nada que ver con eso es simple necedad. La lástima, la verdadera lástima, es que John no haya influido en Yoko tal como ella influyó en él. Y en el fondo eso es lo que no podemos perdonarle a Yoko todos los fans de Lennon: que no logremos ver más de él en ella. Que lo que le quedó lo tenga guardado tan adentro. Pero, con una mano en el corazón, ¿alguien se siente con derecho a culparla por eso?
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