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Las calles de Santiago son de Piñera

En el juego de los carteles monótonos es el candidato de la derecha Sebastián Piñera quien saca una clara ventaja ante sus rivales Eduardo Frei, Marco Enríquez-Ominami y Jorge Arrate. Pero según los sondeos, aquél no gana en primera vuelta.

 Por Santiago O’Donnell

Desde Santiago

Puede ser un indicio o apenas un llamado de atención. Faltan dos días para las elecciones presidenciales en Chile. Hay cuatro candidatos: Sebastián Piñera por la derecha, Eduardo Frei por el centroizquierda, el candidato independiente Marco Antonio Enríquez-Ominami y Jorge Arrate por la izquierda. Hay cuatro candidatos, pero las calles de Santiago son de Piñera.

No las de Providencia ni las de los barrios altos, que siempre apoyaron a la derecha, la misma que gobierna la ciudad desde hace mucho tiempo, sino las calles de los barrios populares como La Florida y Circunscripción o las de barrios de clase media como Ñuñoa y también en lugares de alto simbolismo como el barrio cívico, el de La Alameda, escenario de grandes momentos de la Concertación, que anoche dio marco al cierre de campaña del empresario millonario que representa a la oposición.

Faltan dos días para las elecciones, los candidatos andan bastante parejos y así y todo no se ven pintadas, o rayaduras, como le dicen acá. La vieja tradición militante de los propietarios socialistas y democristianos de prestar sus paredes para promocionar el nombre de su referente se ha ido perdiendo con los años, entre la falta de entusiasmo y las quejas de los vecinos. Hoy sólo se ve, de tanto en tanto, pintado en los muros de ladrillo pelado que rodean a los caseríos más humildes el nombre de algún comunista.

Se trata de un cambio cultural significativo. A falta de rayaduras, la ciudad está cubierta de carteles de tamaño uniforme, 75 cm x 1,75 cm. En las calles residenciales, algunos más grandes en las avenidas, con la foto de algún candidato local, enmarcados con varitas de madera, repartidos con rigor prusiano en los espacios establecidos por el Estado chileno, con orden de desmonte 72 horas antes del voto, so pena de multa. Se trata de un paisaje monótono, tedioso, donde las caras se suceden sin solución de continuidad. Sin colores distintivos ni grandes logos partidarios, se hace muy difícil distinguir a golpe de vista a qué coalición pertenecen, salvo que estén posando con el candidato presidencial o referente, como es el caso de algunos carteles en los que aparece la popular presidenta Michelle Bachelet.

Al contrario de lo que ocurría con las rayaduras, en el juego de los carteles monótonos es Piñera quien saca una clara ventaja, cinco a uno, diez a uno a los demás candidatos en casi todos los barrios visitados. Las calles que rodean al mítico Estadio Nacional están sembradas con carteles de Piñera. Y son suyos los voluntarios pagos que se ven en las esquinas de los barrios populares, llamando la atención con sus remeras blancas para volantear, repartir pulseras y almanaques y hacer saber que anoche tocaban dos de las bandas más populares de Chile en el cierre de campaña de Piñera. Un cierre en el que la derecha copó La Alameda que la Concertación de centroizquierda había dejado vacía para cumplir con su promesa de priorizar las regiones y, como gesto, cerrar en Concepción, la segunda ciudad de Chile, 500 kilómetros al sur de la capital.

“Es un trabajo remunerado, para tener más dinero el fin de semana, pero lo también lo hago porque creo en el mensaje del candidato”, dice Gabriel Moya, 22 años, estudiante de la Universidad Católica, remera blanca de Piñera tapando su camisa a cuadritos, anteojos negros de marca, mientras flamea su bandera en una estación de servicio del barrio La Florida, sobre la avenida José Pedro Alessandri. Moya desarrollaba sus actividades proselitistas al frente de una troupe de media docena de adolescentes uniformados con gorritas y remeras del candidato derechista, sin que se pudiera detectar adversarios de otros partidos en más de veinte cuadras a la redonda.

Pero no está dicha la última palabra. Según las encuestas, Piñera no gana en primera vuelta, le faltan cinco o seis puntos, los más difíciles de sumar. Frei podría arrimar en el ballottage del 17 de enero si junta los votos de Arrate y Enríquez-Ominami.

Al candidato de la izquierda le gusta la idea de un frente antiderechista, pero Enríquez-Ominami no quiere saber nada. El hijo de Miguel Enríquez, el Che Guevara chileno, dio por muerta a la Concertación e impulsa la creación de una nueva fuerza política para reemplazarla, llamada Copihue, por la flor nacional chilena. Difícil que vuelva al ruedo.

Además, según esas mismas encuestas, el candidato independiente todavía tiene chances. Si descuenta los casi diez puntos que le llevaría a Frei y se metiera en el ballottage, el escenario cambiaría y Enríquez-Ominami le ganaría a Piñeira. En cambio, los sondeos predicen un triunfo de Piñera sobre Frei en el hipotético ballottage.

Pero, curiosamente, en la campaña de Piñera dicen que prefieren que gane el candidato independiente de apellidos ilustres porque tiene cara de niño, su experiencia política se reduce a un término de diputado y no tiene la maquinaria política de la Concertación a su disposición.

Mientras tanto, Frei dice que a la hora de la verdad el voto se volcará hacia la alternativa más confiable, o sea la Concertación, como ha sucedido en las últimas elecciones. Y Enríquez-Ominami dice que votar a Frei es como votar a Piñera.

La elección no se juega sólo en las calles, sino también en el ciberespacio, especialmente en Twitter, donde los principales políticos y analistas compiten por atención. Aquí la ventaja es de Enríquez-Ominami, declarado el candidato latinoamericano que mejor utiliza la tecnología, según publicó un medio chileno.

También se juega en la radio, que tuvo su debate presidencial, y donde se destaca la voz de Karen Doggenweiler, esposa de Enríquez-Ominami, pidiendo el voto por su marido en los magazines de la tarde. Doggenweiler es una de las presentadoras más conocidas de Chile, conductora del exitosísimo reality Pelotón, que hace apología de la vida militar. La conductora pidió licencia del show para sumarse tiempo completo a la campaña y dicen que se muere por alcanzar lo que la Bolocco nunca logró, que es convertirse en primera dama. Al apoyo mediático de su esposa, Enríquez-Ominami sumó el ideológico de su padrastro, el respetado senador socialista Carlos Ominami, y el financiero del multimillonario Max Marambio, ex chofer de Allende que hizo su fortuna con exportaciones a la Cuba de su amigo Fidel Castro.

Pero sobre todo esta elección se juega en la televisión, con un record de cuatro debates nacionales y distintas presentaciones de los candidatos que los distintos noticieros y programas políticos que salpican la programación. Entre toda la oferta mediática sin dudas el evento más trascendente, por rating y por impacto mediático, fue la presentación de los candidatos y sus familias en el programa de Don Francisco, un conductor muy popular que arrancó en el pinochetismo, fue pionero de las producciones desde Miami y tiene más batallas encima que Gerardo Sofovich.

Hace dos semanas, Don Francisco logró emocionar a los cuatro candidatos durante cuatro shows consecutivos en prime time llamados Las cuatro caras de la moneda. Con sus preguntas intimistas sobre vidas privadas e imágenes de seres queridos que ya no están logró quebrar a los cuatro, humanizando pero también despolitizando, como si se tratara de cuatro ex futbolistas recordando los momentos difíciles de sus carreras.

Fue en el show de Don Francisco donde apareció por primera vez en la campaña la esposa de Jorge Arrate, el candidato de la izquierda. Se trata de la novelista Diamela Eltit, profesora de literatura de New York University y la Universidad Tecnológica Nacional de Chile. La respetada intelectual no hace campaña con su marido porque dice que la institución de primera dama es un anacronismo y una ridiculez y ella tiene su trabajo. Dice que prefiere el modelo Bachelet, que no tiene primer marido y que a veces se hace acompañar en visitas oficiales por su anciana madre para cumplir con el protocolo. El único evento de campaña que Eltit no pudo evitar fue el tête a tête con Don Francisco.

Hubo más. Mientras Piñera desnudó su falta de tacto con un chiste de mal gusto sobre violencia familiar, quien más capitalizó su visita al conductor del recordado Sábado Gigante fue justamente quien más necesitaba humanizar su imagen. Eduardo Frei, el más olvidable de los presidentes que tuvo la Concertación, se había ganado fama de robot y no conseguía conectar con los electores pese a los mejores esfuerzos de su carismática esposa, a quien los chilenos llaman afectuosamente “Martita”. El mostrarse entre sus nietos jugando un videojuego con Don Francisco lo desacartonó. Y aunque perdió en el jueguito, ganó.

A Frei también le sirvieron, diez días después, las revelaciones esta semana sobe el envenenamiento de su padre Eduardo Frei Montalva, víctima de los espías del pinochetismo, con la presunta complicidad de importantes figuras de la Democracia Cristiana. La decisión de suspender la campaña para rendir un homenaje íntimo, pero debidamente registrado, en la tumba del ex presidente, impactó en el corazón de sus seguidores. La imagen lo conectó con la historia de la Concertación, con sus orígenes y sus momentos más dolorosos. Al mostrarse en carne viva, compartiendo su dolor con millones de televidentes, pareció sellar un compromiso de honrar la historia y su candidatura cobró sentido.

Pero podría ser demasiado tarde. El desgaste de la Concertación se percibe. En las paradas, en las veredas, en las mismas viejas caras que repiten en los diarios y los programas de televisión: Escalona, Saldívar, Valdéz , Lagos. También se siente en la candidatura de Enríquez-Ominami, que se fue de la Concertación pegando un portazo, porque representa justamente la cara nueva, la renovación que la Concertación tanto parece necesitar.

También se siente en la buena campaña que está haciendo el izquierdista Arrate, que amenaza con perforar el techo histórico del seis por ciento alcanzado por la histórica dirigente Gladys Marín.

Bachelet, la popular presidenta, se ha metida de lleno en la campaña, instalando el debate sobre los derechos humanos de acuerdo con la estrategia electoral de su fuerza política (ver aparte). Pero tras dieciocho años de gobierno de la Concertación, hasta ahora no consigue transferir su popularidad al candidato oficialista..

La fuga de votos favorece a Piñera, un financista que controla Lan Chile, de larga militancia en el partido aliancista Renovación Nacional, que data por lo menos desde que hizo público su voto por el “No” en el plebiscito de 1988 por la continuidad de Pinochet. Sus simpatizantes levantan las banderas de siempre: la delincuencia está fuera de control, la derecha tiene plata y si gana Piñera, la va a poner. Pero sobre todo hablan de las corruptelas de la Concertación, de las promesas incumplidas de la Concertación, de la soberbia de la Concertación, y rematan con el latiguillo: “Como si fueran los únicos que pueden gobernar”.

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Imagen: EFE
 
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