Domingo, 2 de junio de 2013 | Hoy
El 29 de febrero del 2012 estaba sentado en Long Beach, California, en el salón donde se realiza la convención anual de TED. Imagine un auditorio con más de 1500 personas reunidas con la idea de dejarse sorprender. Digo esto porque no son conferencias comunes, en donde alguien habla y otros escuchan. Acá la idea es que quienes hablan tienen muy poco tiempo (a lo sumo 18 minutos) y, como objetivo central, cautivar a quienes tiene enfrente. No es fácil. No es fácil ser creativo. Decir algo nuevo, atractivo, seductor e ingenioso. Y en tan poco tiempo.
Los conferencistas vienen desde todas partes del mundo y ser elegido para hablar allí es ciertamente una distinción. En una de las sesiones de la tarde, Chris Anderson, el curador de estas reuniones, invitó al estrado a un señor que llegaba desde Israel. Su nombre: Lior Zoref. Se presentó él mismo diciendo que su sueño en este momento particular de su vida era poder dar una charla en TED. Sus amigos le dijeron que estaba loco, ya que no había nada que él pudiera decir que fuera de interés para una audiencia tan masiva y ecléctica. Sin embargo, Zoref lo logró. Más aún: logró convencer a todo el panel que toma las decisiones sobre los candidatos de que valía la pena darle una oportunidad. El tema que propuso Zoref fue “la sabiduría de la multitud”.
Dicho así suena grandilocuente, cierto en potencia pero ambiguo, difícil de exponer salvo a través de ejemplos, pero al mismo tiempo desafiante... Lo que importa es que Zoref lo logró. Sígame por acá.
Como usted bien sabe, cada vez que uno entra en un cine, en un teatro, en un auditorio o en una reunión en donde hay mucho público, por delicadeza y respeto a los concurrentes se nos pide que apaguemos los teléfonos celulares (o que lo pongamos en modo vibrador). En este caso, Zoref nos pidió lo contrario. Dijo que –al menos por unos minutos– todo el mundo no sólo tendría permitido usar su teléfono celular, sino que nos pedía que por favor lo usáramos.
El autor de la idea que él habría de elaborar frente a nosotros fue un joven de 16 años (Or Sagy), quien le sugirió un experimento notable. Le dijo: “Llevate contigo al estrado a un toro. Sí, a un toro. Vivo. Una vez allí, pedile a la gente que está en el auditorio que mande un mensaje de texto a cierta dirección electrónica estimando el peso del toro”.
Sin decir cuál era su objetivo final, eso fue exactamente lo que hizo Zoref. Aparecieron dos personas que trajeron un toro1 al escenario. Superado el instante de confusión inicial, Zoref explicó el experimento que pretendía hacer. En realidad, sólo nos dio un número para enviar un mensaje de texto. Todo lo que había que hacer era conjeturar cuánto podría pesar el toro. Mandar el mensaje con ese número (el peso).
Lo que terminaría pasando es que habría una computadora que recibiría todos los mensajes que se emitieran durante 60 segundos y en tiempo real habría de calcular el promedio de los números. El objetivo era demostrar la “sabiduría de la multitud”.
Durante un minuto, 500 personas (sí, exactamente 500 personas) votaron (votamos). ¿Qué cree que pasó? ¿Quiere detenerse un minuto en la lectura y pensar qué sucedió?
Me gustaría estar junto con usted en este momento hablando sobre este texto. Antes de leer la respuesta o antes de que yo le cuente lo que pasó, le preguntaría (le pregunto): ¿estuvo usted alguna vez en un recital de música? ¿O en una cancha de fútbol? ¿O en un acto en donde –por ejemplo– hay que cantar el Himno? ¿Qué sucede en cada uno de esos casos?
Si nos separaran a cada uno de nosotros y nos hicieran cantar solos, es muy probable que nos “saquen a patadas” del lugar, por lo desafinados. Sin embargo, cuando uno se mezcla en una multitud, cuando es indistinguible una voz de otra, entonces todo parece funcionar bien, como si fuéramos un coro bien entrenado. O sea, aunque cada uno desafine de manera distinta, en promedio desafinamos organizadamente, hasta entonar la música correctamente, como si convergiéramos hacia la canción adecuada, como si todos entendiéramos de música.
Trasládelo ahora al ejemplo del toro. Lo más probable es que los integrantes de esa audiencia hubiéramos tenido muy poco contacto con toros, casi me atrevería a decir que, salvo mascotas, no me imagino a ninguno de los que allí estábamos lidiando con animales de granja ni en establos ni mucho menos con toros y vacas u otros animales de hacienda.
Las estimaciones había que hacerlas en libras, pero yo las voy a convertir a kilos para transformarlas en unidades que nos son más cercanas2. Pasaron algunas cosas muy curiosas: antes de dar a conocer el resultado final, Zoref extrajo dos datos interesantes: la persona que estimó el número más bajo fue alguien que dijo que el toro pesaba 140 kilos3. Como dijo Zoref, “se nota que el señor sale poco”. El que apuntó demasiado arriba estimó que el toro pesaba 3632 kilos4, muy lejos del valor real.
Ahora sí, el final: el promedio entre los votantes fue de 813 kilos y medio5. ¿El peso real del toro? Aunque parezca increíble: ¡815 kilos!
Sí, le erramos (me incluyo) por un kilo y medio.
¿Qué enseña esto? Hay muchos ejemplos sobre sabiduría de la multitud o sabiduría popular. De hecho, hay mucha gente que aprovecha lo que sucede en las redes sociales para saber cuáles son los temas que le interesan a la gente6 y los incorporan a su agenda.
Otro ejemplo notable es en el campo de la computación: el sistema operativo Linux, de fuente abierta. Más del 90 por ciento de las 500 computadoras más rápidas del mundo utilizan alguna variante de Linux y Linux es el subproducto del trabajo y creatividad de muchísima gente distribuida por todo el mundo que aporta sus ideas a esta suerte de pozo común.
Por su parte, cuando usted hace una búsqueda usando Google, aparece un enorme número de páginas ordenadas. Ese orden se basa en lo que entre todos estamos determinando como orden de relevancia.
En la Justicia, el juicio por jurados se basa en la misma idea. Se considera que es más probable que las mentes de varias personas lleguen a un veredicto más acorde con la verdad que si la determinación la toma un hombre solo: el juez.
Para terminar, quiero utilizar una frase cuyo autor desconozco, pero que leí en el blog de Ben Lillie7: “Grandes mentes piensan parecido. Mentes creativas piensan juntas”.
¿No se trata de eso? ¿No se trata de mejorarnos como sociedad aportando entre todos para el bien común? Ahora, en plural: ustedes, ¿qué piensan?
Notas
1 En realidad, no fue un toro sino un buey, pero a mí me resultan indistinguibles. Con el tiempo descubrí que había sido un buey, pero a los efectos prácticos, toro o buey no marcan diferencias.
2 La conversión la hago así: 1 libra = 0,454 kilos. Por lo tanto, 100 libras = 45,400 kilos.
3 O sea, 308 libras.
4 En este caso, 8000 libras.
5 El promedio fue de 1792 libras y el peso real del toro era de 1795 libras.
6 Los trending topics.
7 Director del blog The Story Collider (“El Colisionador de la Historia”), y además editor de TED.com
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