Domingo, 23 de marzo de 2014 | Hoy
Por Adrián Paenza
Así como Manu Ginóbili es quien me aporta tantas veces problemas para pensar, o testea los que yo le mando, otro basquetbolista de elite y actual co-capitán del seleccionado argentino, Luis Scola, tiene también sus particulares gustos por la matemática.
Luis tiene un especial interés por las estadísticas, por bucear en las grandes bases de datos, las formas de utilizarlas para mejorar su producción personal como jugador, leyendo los números de su actuación partido por partido, tratando de descubrir los mensajes escondidos en esos datos para ver qué tiene que practicar más, en qué lugar de la cancha falla más, o al revés, en qué posiciones del campo falla menos o tiene mayores porcentajes de aciertos. La NBA hoy tiene cámaras en todos los estadios, más precisamente seis ubicadas no para filmar para la televisión, sino que sacan... y lea bien lo que voy a escribir: ¡seis fotos por segundo!, para medir todo lo que usted se pueda imaginar, desde cuántas veces pica un jugador la pelota, hasta la distancia que hay entre cada jugador y su oponente, la altura de su salto, la trayectoria “casi” exacta de sus tiros, su impacto en ataque pero también en defensa, cómo incide en él el cansancio, cómo son sus picos en función del tiempo que se lleva jugado así como su capacidad para reaccionar frente a un resultado adverso... y la cantidad de material que está medido que hubiera sido imposible solo un par de años atrás.
Es obvio que Scola, como todos sus compañeros del seleccionado argentino como los de la NBA sabe cuáles son sus “zonas de confort”, en qué lugares de la cancha se siente más cómodo, jugando con qué compañeros, contra qué rivales, y sus posiciones más favorables. Pero los datos ofrecen señales que no son siempre detectadas, patrones que resultaban inadvertidos, y los números no hacen “lobby”, no tienen “agendas encubiertas”: simplemente “son”.
En todo caso, Scola es un ejemplo fantástico de lo que la matemática puede hacer para mejorar a un atleta de alta competencia.
Además, Luis no es un niño ni una promesa. Ya fue campeón olímpico y por lo tanto medalla de oro en Atenas, campeón de Europa, mejor jugador de Europa, medalla de bronce en China, campeón en España y si bien no será recordado como el mejor jugador argentino de basketball de la historia es solo porque contemporáneo con él apareció el otro “monstruo”, Emanuel Ginóbili.
Tengo una pregunta para usted: ¿por qué alguien como él, que ya ha conseguido tantos “éxitos”, que ha firmado contratos multimillonarios que le permitirán llevar una vida sin sobresaltos? decía, ¿por qué seguirá insistiendo en ver cómo hacer para mejorar su juego? Scola está a punto de cumplir 34 años, por lo que es obvio que ya jugó más años de los que le quedan por delante para jugar. Pero aún así, está interesado en forma consistente y sistemática en tratar de detectar qué le falta, qué áreas de su juego necesita perfeccionar, a qué le tiene que dedicar más tiempo en sus entrenamientos personales... y eso es lo que destaca, lo distingue y lo pone en una categoría diferente.
Escribí todo esto, porque quiero exhibir algo que no es necesariamente visible en la vida de los atletas. En definitiva, uno los juzga y/o los ve en el momento de la competencia, en el momento de los partidos. Pero si uno hace las cuentas, descubre inmediatamente que esos momentos son tan pocos comparados con el tiempo de preparación y de entrenamiento, que no hace falta ser muy sagaz para advertir que lo que sucede en esa parte del día es la que tiene un aporte decisivo en el momento del juego. En resumen, más allá de sus destrezas personales, Scola es mejor porque él hace todo lo posible para serlo. No es mejor que los otros, algo que está fuera de su control. Scola, en todo caso, pugna por ofrecer(se) la mejor versión de Scola que es capaz de ser, no quedarse con “nada” adentro del tanque. Su intención es empujar las fronteras de sus propias restricciones.
Lo que sigue ahora es una historia más de la vida cotidiana. Créame que no agregué ni quité nada. Lo que usted va a leer es una réplica textual de lo que sucedió. Eso sí: una vez que haya leído lo que sigue, tómese un ratito y reflexione sobre lo que dice. Vea si usted es capaz de producir una solución al problema. Vale la pena.
Acá va: lunes 17 de marzo del 2014. Luis Scola me escribe un mensaje que leo en mi teléfono celular:
“Adrián, suponé que una persona se quiere comprar una remera que vale 97 pesos. No tiene nada, ni un peso. Entonces, le pide prestado dinero a su mamá. Ella le da 50. Luego va hacia donde está el padre y él le presta otros 50. Con los 100 que tiene ahora, va y compra la remera.
Como te das cuenta, le sobran 3 pesos. Uno se lo devuelve a la madre y ahora le debe 49 pesos a ella. Otro se lo devuelve al padre y ahora, le debe también a él 49 pesos. Uno le queda para él. ¿Dónde está el peso que falta?
Es que 49 + 49 + 1 = 99. ¿Qué pasó?”
Yo estaba en la calle, caminando, y casi me atropella un auto mientras leía el texto y pretendía desentrañar el mensaje mientras cruzaba sin advertir que la luz estaba en rojo.
Usted, que está leyendo este texto con tranquilidad, ¿qué tiene para decir? ¿Quiere tomarse un tiempo para pensar? Mi propuesta tiene que ver en que así como está planteado el problema, parecería como que ha desaparecido un peso o hay algo que no funciona.
Pero lo notable es que puesto en esos términos, da la sensación de que ha habido una suerte de pase de magia o alguien está usando la matemática para sacar alguna ventaja. Fíjese si usted es capaz de descubrir en dónde se encuentra el error. Es simple, entretenido, y la/lo va a hacer sentir bien si lo detecta.
Ahora sigo yo. La primera pregunta que yo haría es la siguiente: ¿por qué habría alguien querer sumar esos números? ¿Para qué serviría? Es decir, ¿tiene sentido hacer esa cuenta?
De hecho, quiero convencerla/lo de que no tiene sentido esa suma, pero no quiero hacer una afirmación sin explicarme mejor.
El padre le prestó 50 pesos, pero recibió uno de vuelta. Por lo tanto, le prestó solamente 49 pesos.
La madre le prestó 50 pesos, pero recibió uno de vuelta. Por lo tanto, ella también le prestó 49 pesos.
En total, sumados ambos préstamos, le dieron 98 pesos. Usted no necesitaba 98 pesos sino 97 para poder comprar la camiseta. Luego, con esos 98 pesos usted fue y compró lo que quería. Pagó 97 y le sobró un peso. ¡Y esa es la única cuenta que tiene sentido hacer! ¿Por qué habríamos de sumarle ese peso a los 98 para llegar a 99? Ese peso está incluido en los 98 que le dieron entre el padre y la madre. En todo caso, ¡está mal sumar un peso porque ese peso de más no existe!
Proponer esa suma es lo que “confunde” e invita a pensar que o bien de-sapareció un peso o bien hubo algún pase de magia... y en realidad, no hay nada de eso: es sólo una distracción que promueve el error.
Es un problema sencillo aunque, como siempre, resulta sencillo una vez que uno conoce la solución. Pero cuando uno se enfrenta con problemas de este tipo, no son tan fáciles de resolver porque uno es inducido a pensar mal, como si alguien nos empujara a elegir el camino equivocado.
Le envié a Scola mi solución. Le dije que escribiría un artículo con lo que sucedió. Me prometió que tiene más y, por lo tanto, en forma inesperada para mí, me apareció una fuente más de problemas para libros y/o artículos para Página/12 o para algunos de los programas de televisión. Eso sí: cuando usted se sorprenda como casi todos respecto de qué es lo que pasó para que la Argentina tuviera súbitamente un grupo de jugadores que ganaran una medalla de oro en basketball... sí, en basketball, piense que detrás de eso que se ve, hay algunas otras cosas “intangibles”, singulares, que transforman a este grupo de jugadores en algo más que una generación dorada de atletas... forman parte de una generación dorada de personas, con intereses y curiosidades atípicos y con un grado de formación y educación que es ciertamente no habitual.
Scola es solo uno de ellos.
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