CONTRATAPA

Mate

 Por Guillermo Saccomanno

Aunque es Amelia para todo el mundo, le encanta resaltar su apellido: Ingenieros. Y enfatizar: pero no soy una oligarca. Soy una socialista igual que mi padre. Como mis hijos no querían que estuviera sola después del acevé, me buscaron una chica de campo. Lo único que me faltaba, una originaria en un departamento. Como socialista que soy detesto la esclavitud. Me opuse. Pero me veía venir el geriátrico y acepté. Entre un geriátrico y una empleada, opté por negociar mis principios.

Así entra Evelyn Florencia Agüero en el noveno be, y en la vida de Amelia. Tiene que acostumbrarse a convivir con esa sombra. Y lo de sombra no lo dice Amelia por la piel, que la chica sea una originaria. Casi no habla la originaria. Amelia piensa que la pobre padece un shock postraumático por haber pisado la ciudad. Sí, patrona. No, patrona. Todo lo que dice. No me digas patrona, le pide Amelia. Me llamo Amelia.

Cortame las uñas de los pies, Evelyn. La originaria se arrodilla, obedece. Pensar que hasta no hace tanto estos seres eran malón, comenta Amelia. Criaturita nacida en la intemperie. Quién lo diría. Lo mansita que ha resultado. No quiere que la originaria se sienta humillada. Cuando habla de la chica, no dice mi empleada. Dice la originaria.

Tuve que enseñarle normas básicas de higiene. No sólo en la cocina, cómo lavar los platos y eso. También normas de aseo personal. Bañarse todos los días. Hasta le compré un perfume, detalla Amelia. Vino completamente analfabeta, dice Amelia. Qué cambio en poco tiempo. No sólo aprendió a leer y escribir. Le enseñé a usar los cubiertos. A atender el teléfono. La anoté en una nocturna. Aprendió modales. No digo que me haya convertido en una maestra rural, pero casi. Lo único que no conseguí, es que deje el mate. Odio esa infusión bárbara.

Calladita, Evelyn obedece. No hay forma de hacerle entender que debe llamarme Amelia, se queja Amelia. Detesto que me llame patrona. Que el sufragio nos iguala, que tenemos los mismos derechos, le machaca. La originaria, según Amelia, no es un diamante en bruto. Es bruta, dice. Pero tan aplicada. Cuando Amelia baja al restaurante de la vuelta, la lleva a Evelyn. Hay que verlas. Y hay que ver cómo la miran a la chica.

Amelia le pide todo por favor. Evelyn, por favor, lava bien estos platos. Acá hay una manchita, Evelyn, por favor, limpiá a fondo el baño. Evelyn, por favor, no usés tanto detergente que contamina el planeta. Evelyn. Y casi todas las semanas: Evelyn, por favor, cortame las uñas de los pies. Al atardecer: Por favor, Evelyn, es la hora. Porque si no le recuerda el horario de la nocturna la chica se queda mateando y viendo tele. Le revienta menos la tele que el mate. Si seguís con el mate vas a ser toda la vida una aborigen, Evelyn. Una noche, mientras la chica está en clase aprovecha para tirarle la yerba, el mate y la bombilla. La chica no dice nada. Al día siguiente está de nuevo con un mate. Amelia no logra extirparle esa costumbre. Le da asco la bombilla que pasa de una boca a la otra, una fuente de transmisión babosa de pestes. Yo soy del té, dice. No puedo vivir sin mi earl grey. Se ilusiona: quitarle el mate a la originaria es una cuestión de tiempo, pero no. Apenas se distrae la sorprende cebándose un mate. Hasta que se cansa. Entra en la cocina y le tira otra vez la yerba, el mate y la bombilla. La chica no dice nada. Pero unos días más tarde, mientras la chica le seca el pelo, Amelia le notó el aliento: Estás de nuevo con ese vicio. Haceme el favor, nena, le dijo. Tirá esas cosas. Y que no vuelva a verte chupando. Amelia se desconoce usando ese tono mandón.

En unos meses ya no tiene que empujarla para que vaya puntual a la nocturna. La chica se arregla una hora antes, parece esperar esa hora como si fuera todo un acontecimiento. Una tarde, cuando está por salir, Amelia advierte que se pintó los labios. Entonces sospecha. Y después que la chica sale, espera un instante. La sigue. Lo que se palpitaba. En la esquina se encuentra con un muchacho. Morocho como ella, el pelo corto, campera negra, vaqueros y unas zapatillas modernas, enormes. El beso que se dan. Como devorándose. A media cuadra, Amelia se contiene. Vuelve al departamento. Cuando Evelyn regresa ella está leyendo. Esta noche está con Marai, pero no puede concentrarse. Apenas llega, Amelia la encara: Qué materias tuviste hoy. Las de siempre, le contesta la chica. Qué es lo de siempre. Lo de siempre. Lo de siempre es Educación sexual, le pregunta Amelia. Evelyn se pone colorada, baja la vista. Se mete en la cocina, cierra la puerta y, escondida, se prepara un mate. Amelia se enerva al sorprenderla con el mate. Cuánto hace, le pregunta. La verdad, decime. No hice nada malo, señora. Me veo con un amigo de mi pueblo. Por un segundo Amelia piensa que la chica va a llorar, pero no. Levanta la cara, la mira desafiante. Amelia tiene miedo. Lo disimula. Cómo sabés que ese muchacho no te va a llevar por el mal camino, que no te usará para entrar al edificio y cometer un delito. Vos sos muy del campo, todavía olés a pasto y sos confiada. Evelyn no baja la vista: Lo que hago cuando estoy afuera es asunto mío. Amelia no es de levantar la voz, pero no puede aguantarse: Dejá ese mate, le ordena. Pretende arrancárselo, pero no termina el gesto. La puntada la frena. Siente un mareo. Retrocede. Las piernas se le aflojan. Busca de qué agarrarse. No encuentra. Un ataque, dice. Se tambalea, cae: Ayudame, llamá a, balbucea. No termina la frase. Apoyada en el marco de la puerta, Evelyn la mira mateando. Gusta un amargo, patrona, le pregunta. Pero Amelia no puede escucharla. Evelyn vuelve a poner la pava en el fuego.

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