Viernes, 4 de septiembre de 2015 | Hoy
EL MUNDO › FRANCIA Y ALEMANIA PRESENTARAN UN PLAN CON CUOTAS DE REFUGIADOS PARA CADA PAIS DE LA UNION EUROPEA
La imagen del niño Aylan Kurdi, fotografiado muerto en una playa de Turquía luego de que se hundiera el barco en que viajaba y se cayera de los brazos de su padre, sintetizó en su horror solitario toda la magnitud del drama migratorio.
Por Eduardo Febbro
Desde París
“Una foto para abrir los ojos.” El título del último editorial del vespertino Le Monde tiene el mérito de poner en evidencia el grado de ceguera e indolencia con el que los dirigentes de la Unión Europea reaccionaron ante la espantosa crisis migratoria que se destapó en los países de Medio Oriente azotados por guerras en las que Occidente participó. La imagen del niño Aylan Kurdi, de tres años, fotografiado muerto en una playa de Turquía luego de que se cayera de los brazos de su padre cuando la familia intentaba llegar por barco a las costas de Europa sintetizó en su horror solitario toda la magnitud de este drama. Esa imagen parece sacar del letargo a una dirigencia política que miró de lejos incluso lo que ocurría, al principio en Italia, y luego en otros países europeos. Desde ya, el presidente francés, François Hollande, confirmó en París lo que Angela Merkel había adelantado en Berlín: la necesidad de repartir a los migrantes en cuotas a través de los países de la Unión Europea. Francia y Alemania presentarán un plan que apunta a obligar a los Estados a recibir un numero determinado de refugiados. François Hollande admitió que “los medios puestos a disposición ya no son suficientes y hay países que no responden a sus obligaciones morales”.
Este objetivo ya había sido discutido hace unos meses en Bruselas sin que se llegara a un acuerdo sobre el destino de 40.000 refugiados. España y los países del Este del Europa se habían opuesto a este proyecto. Angela Merkel se refiere ahora a “cuotas obligatorias” de refugiados mientras que François Hollande no pronuncia la palabra “cuotas”, pero si habla de “un mecanismo permanente y obligatorio” para recibir a los refugiados. La idea central consiste en repartir en diversos países y según las posibilidades cerca de 120 mil refugiados. Esta propuesta será planteada por el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, durante un discurso que pronunciará el próximo 9 de septiembre ante el Parlamento europeo. Juncker milita desde hace rato a favor de que la problemática migratoria sea un tema europeo y no únicamente de los países que reciben el mayor numero de refugiados. “Cuando se tienen fronteras comunes no se puede dejar solos a los países que están en primera línea”, dijo Juncker en una entrevista publicada la semana pasada por el Irish Times. Si el principio prospera, se trataría de un cambio rotundo en la política migratoria. Actualmente, las reglas en vigor para el asilo, llamadas Dublín 2, estipulan que las solicitudes de asilo deben ser examinadas en el primer país en al cual una persona ingresó. Alemania fue el primer país Europeo en romper ese criterio cuando anunció que no devolvería los migrantes a los países a donde llegaron, en este caso, Italia, Grecia o Hungría. Las imagines terribles que difunden los medios sobre la situación de los migrantes, el flujo constante de muertos en el mar y la presión ejercida desde hace un par de semanas por la canciller alemana Angela Merkel vencieron las reticencias de antaño.
Los consensos serán con todo difíciles de elaborar. Esta crisis muestra sin ambigüedad alguna la existencia de dos Europas cuyas maneras de actuar y sus principios difieren profundamente. Por un lado, está la Europa fundacional compuesta por los países que iniciaron el proyecto comunitario. Por el otro, la Europa de los países del Este que ingresaron a la UE entre 2004 y 2007, luego de la caída del Muro de Berlín (1989). Robert Fico, el primer ministro de Eslovaquia, dijo hace unos días: “si se establece un reparto automático nos vamos a despertar un día con 100 mil personas provenientes del mundo árabe”. En cuanto a Viktor Orban, el líder político de Hungría, sus palabras fueron aún más elocuentes cuando manifestó su preocupación por el riesgo que los migrantes le hacen correr “a las raíces cristianas de Europa”. La República Checa, Eslovaquia, Polonia y Hungría son los países del Este más opuestos a abrir sus territorios a los refugiados. La solidaridad global está tanto más lejos de plasmarse cuanto que también existe otra división entre los países cuya posición geográfica los expone a la ola migratoria –Italia o Grecia, por ejemplo– y aquellos, como Francia, que están más protegidos. Los primeros esperan y exigen medidas urgentes y una responsabilidad global, los segundos optaron hasta ahora por un reparto ordenado de los migrantes.
Apenas comenzado septiembre, la cifra de muertos mientras trataban de cruzar el Mediterráneo con rumbo a Europa llega a 2600.
La Unicef analizó las cifras proporcionadas por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y estableció que 30 por ciento de los migrantes son niños y mujeres. La mayoría de los expertos señala que esto es solo el comienzo. Por ejemplo, más de 24.000 personas llegaron a las costas griegas a lo largo de la semana pasada. Esto representa un incremento del 50 por ciento con respecto a la semana precedente. De esas 24.000 personas, cerca de 6000 fueron rescatadas en alta mar (dato proporcionado por Frontex, la agencia europea encargada de las fronteras). De hecho, algo lento y espantoso viene ocurriendo desde hace años y este colapso migratorio no es más que su consecuencia directa: poco a poco se ha ido produciendo el hundimiento de los Estados de los cuales los migrantes provienen: Afganistán, Siria, Irak, Libia. Hasta hace un tiempo, sólo los países de la región, Líbano, Jordania o Turquía, asumían el costo de la desaparición de esos Estados, todos desarticulados por intervenciones armadas de Occidente. La descomposición alcanza hoy a Europa con un ingrediente espeluznante: no se trata más, como en otras épocas, de refugiados económicos, de desplazamientos medidos, sino de verdaderos éxodos masivos. Familias enteras se lanzan al mar y por las rutas con tal de huir no ya de la pobreza sino del horror de la guerra.
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