Viernes, 4 de septiembre de 2015 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Agustín Lewit *
Salvo por el desencadenamiento apresurado de los hechos, la eyección del ex militar Otto Pérez Molina de la presidencia guatemalteca, a tres meses de concluir su mandato, no debería sorprender a nadie que haya seguido de cerca la coyuntura de aquel país en los últimos meses.
La revelación en abril pasado de un caso de corrupción que vinculaba a funcionarios de tercera y cuarta línea con una red de defraudación aduanera, fue creciendo semana tras semana –tanto en volumen como en implicancias– hasta involucrar, primero, a la vicepresidenta Roxana Baldetti, la cual renunció a su cargo y se encuentra en prisión preventiva, y luego al propio presidente Pérez Molina, quien, tras el avance de la investigación, apareció ocupando un rol central en la organización delictiva, sobre todo en la apropiación de lo recaudado. En el medio, una imparable sangría del gabinete fue minando poco a poco la estructura de gobierno del mandatario. Se sumó a ello el levantamiento del blindaje mediático de una buena parte de la prensa, el descontento de numerosos oficiales del Ejército, y hasta el abandono de la propia bancada oficialista del conservador Partido Popular (PP) que, en un intento desesperado por salvar el poco prestigio del partido, terminó dando su beneplácito para retirar la inmunidad presidencial.
El otro elemento fundamental a considerar en el estallido de la crisis política –acaso el más determinante– fue la creciente movilización popular que, semana tras semana, copó las calles de los veintidós departamentos del país –en la última manifestación marcharon más de cien mil personas–, mostrando su repudio y hartazgo frente a la corrupción y al sistema político en general, y madurando de a poco el pedido de renuncia del ahora ex presidente. Ciudadanos movilizados a través de las redes sociales, junto a organizaciones campesinas, indígenas, estudiantiles y sindicatos, se sacudieron la apatía y la desmovilización forjada a fuego por los reiterados golpes de Estado y por el prolongado enfrentamiento armado interno, y decidieron saltar a escena, no sólo para expresar su indignación frente al caso de corrupción en cuestión, sino para reclamar una reforma política y electoral amplia.
Pero estos sectores no estuvieron solos: a ellos se sumaron, con sus propios cálculos e intereses, representantes de la gran industria guatemalteca, como así también la propia embajada de Estados Unidos –actor invariablemente central en las distintas coyunturas centroamericanas– en tensión con Pérez Molina desde hace años, entre otras cosas, por su postura de liberar el consumo de drogas. La participación activa de estos sectores complejiza la lectura de las protestas y pone reparos frente a las interpretaciones que sólo observan en la salida de Pérez Molina el triunfo de una revuelta plebeya. En rigor, las presiones que terminaron conjurando contra el ex mandatario provinieron desde diversos sectores, incluso antagónicos.
Así, Guatemala se enfrenta a un escenario abierto donde lo que está en juego es si la salida del presidente significará efectivamente la posibilidad de inaugurar un nuevo ciclo político que recoja las demandas postergadas de muchos de los actores que recuperaron visibilidad en los últimos meses, o si, por el contrario, se trata apenas de una reestructuración interna dentro del bloque de poder que viene manejando el destino del país desde hace décadas.
Las elecciones generales del domingo próximo, donde la izquierda aparece notoriamente relegada, será apenas una de las instancias donde esta tensión comience a resolverse.
De cualquier modo, sobresalen –al menos– dos elementos para esperanzarse con un cambio estructural en la patria que vio nacer al gran Jacobo Arbenz. El primero, el caso de corrupción revelado es apenas la punta del ovillo para empezar a desenmarañar un denso entramado de corrupción incrustado en el Estado guatemalteco desde hace años. El segundo, los sectores populares parecen haber despertado de un largo letargo y actuarán desde ahora con la memoria fresca de haber participado en la expulsión de un presidente corrupto, que en absoluto es poca cosa.
* Investigador del Centro Cultural de la Cooperación. Nodal.
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