Martes, 29 de mayo de 2007 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
desde Barcelona
UNO Advertencia: esta no es una nota política.
DOS Otra advertencia: pero sí es el tipo de nota política que inequívoca e inevitablemente acabará saliéndote luego de haber advertido que no se trata de una nota política.
TRES Comienzo a escribir esta nota que no quiere ser política un político sábado por la mañana, terminaré de escribirla un todavía más político domingo por la noche, y ustedes la leerán un político martes o un político miércoles o cualquier político día de estos. Porque por más que piensen que no se trata de un día político –que puede ser el día del cumpleaños, del aniversario de bodas, del nacimiento de un hijo o, incluso, de la propia muerte; días mucho más trascendentes y que, se piensa, trascienden a la política–, bueno, me temo, que la política está ahí, agazapada en la oscuridad o paseándose bajo el sol y lista, siempre, para saltarte encima. Y no para darte un beso.
CUATRO Y lo único bueno que tiene la política es que su clave y mecanismo y modo de empleo –por encima de todo y en el fondo de todas las cosas– se limita a la aplicación de dos verbos que aprendemos ya en las regiones más primarias de nuestra infancia y que masticamos, siempre frescos en nuestras bocas, hasta el último aliento o desaliento. Dos verbos tan útiles como peligrosos e imprescindibles en todos los órdenes y desórdenes de la vida. Estos dos verbos son ganar y perder.
CINCO Escribo esto durante el fin de semana más político que yo recuerde en los últimos tiempos. De las victorias del recuperado Real Madrid y del alicaído Barça depende quién se quedará con la liga de este año. De la victoria de Fernando Alonso, poner en su lugar a su compañero de escudería Lewis Hamilton. Pero por encima de todo de los resultados de las elecciones municipales (y autonómicas en trece comunidades) en España. Elecciones donde –en un marco de escándalos de corrupción inmobiliaria, discusiones por el juicio a los terroristas del 11-M, polémicas por la inclusión de elementos afines a ETA en las listas del País Vasco, denuncias varias por compra de votos por parte del PP y, desde las bombas en el aeropuerto a finales del 2006, una crispación entre partidos como nunca se ha vivido en toda la democracia de este país– se enfrentan dos estilos de hacer política y se anticipará lo que puede ocurrir el año que viene en las elecciones generales. Así, el estilo de Zapatero es “España está hoy donde jamás soñó que estaría”, mientras que el de Rajoy es “España ya no es lo que era”. Mejor dicho: se enfrentan tres estilos. Porque no hay que olvidarse de Aznar, presidente “de honor” de su partido. Y el estilo de Aznar podría ser una cruza del de Darth Vader de Star Wars con el Dr. Evil de Austin Powers. Pero no: Aznar sólo se parece a sí mismo y ahí anda dando vueltas en una suerte de campaña fantasma y paralela con su flamante pelito larguito (desconfiar de aquellos que se dejan crecer el pelo pasada cierta edad, aunque Aznar diga que así lo llevaba antes de asumir) y posando con el torso desnudo y metiendo panza en yates de amigos millonarios y asegurando que a él no le van a decir cuánto puede beber y a cuánto puede acelerar en su bólido (en un país donde estrolarse en la carretera es casi un deporte nacional) y entrevistándose por las suyas con Putin y besando en mítines a su esposa (que le ofrece, recatada, su mejilla, para contrarrestar rumores separatistas) y, básicamente, proclamando, épico, a los cuatro vientos, consignas que –temen los suyos– acabarán beneficiando al PSOE porque, de tan bestias, provocarán que los indecisos y los que no votan decidan súbitamente salir a votar en masa contra el honorable. Lo último fue acusar a Zapatero de reproducir “el esquema político” que llevó a España a la Guerra Civil y asegurar que cada voto que no vaya al PP es un voto para ETA. Es decir: todo ciudadano que no vote al PP incurre en delito de colaboración con banda armada penado con diez años de cárcel. Ergo: a construir cárceles en terrenos recalificados. Una cosa queda clara: Aznar piensa que sigue siendo jefe de Gobierno. Pero, ahora, con pelito larguito.
SEIS Ya es sábado por la noche y mañana, en Montecarlo, Alonso sale primero y Hamilton segundo. Y ganó el Real Madrid y ganó el Barça. Están empatados en puntos, pero el Real Madrid va adelante en diferencia de qué sé yo y hasta la semana que viene. Zapatero es del Barça y Rajoy es del Real Madrid. Aznar sólo puede ser del Deportivo Aznar. Mientras tanto, todos siguen hablando de los maletines llenos de euros con los que, hipotéticamente, los grandes rivales premiarán a los equipos que puedan vencer a los favoritos de Rajoy o de Zapatero en las últimas dos fechas del campeonato. Insisto: esto no es una nota política.
SIETE Bernie Ecclestone –capo de la Fórmula 1– prometió la celebración de un nuevo Gran Premio a la ciudad de Valencia (la única parada ibérica hasta ahora se corre en Barcelona) si ganaba allí el PP. Luego matizó sus declaraciones, pero... Alonso quedó primero y Hamilton segundo y Senna alguna vez dijo que: “Ser segundo en Fórmula 1 es ser el primero de los tontos”. En política también. Y el domingo por la noche se revela que todo ha quedado más o menos igual (con el inevitable cambio provocado por pactos varios) y que unos y otros se han fortalecido donde ya eran fuertes. Todos dicen haber ganado. El PP arrasó en Madrid y sacó más votos, pero pierde la mayoría en Navarra y Baleares. El PSOE obtiene más poder, pero no puede considerarse triunfador en nada. Pero tal vez el dato más importante es que votó apenas más de la mitad del padrón electoral. Bastante menos que en las elecciones del 2003. Especialmente en Cataluña. Algunos teorizan que el faltazo se debió al día de sol, otros a la carrera de Alonso, todos coincidieron en que la gente está cansada de la cansadora forma de hacer política que tienen los políticos. Es decir, lo siento, así son las cosas: todos pierden. Y de eso hablan todos los diarios –y no hablan los políticos– el día después, el político lunes.
OCHO El viernes pasado fui a ver Piratas del Caribe 3. Tan felizmente absurda, tan eufóricamente demencial, tan divertidamente divertida, tan rebosante de alianzas y de traiciones y con un gran beso sobre cubierta y hasta un interesante momento filosófico y existencialista en el que se reflexiona sobre si el premio absoluto de la inmortalidad no acabará resultando un castigo sin puerto a la vista. Tan tantas cosas que, al final, salí sin entender del todo quién había ganado y quién había perdido. Bueno, sí, ganaron los piratas, los buenos de la película. Lo que no me quedó claro es qué era lo que habían ganado. Supongo que lo mismo les pasa a muchos que votan y a algunos que han sido votados. Lo dicho: el mejor film político que he visto en los últimos tiempos aunque, una vez más, esta no sea una nota política, en serio, juro.
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