Viernes, 3 de abril de 2009 | Hoy
DEPORTES › OPINION
Cuando, con carácter de sentencia, se repiten tonterías que no resisten un análisis a conciencia en términos de fútbol, se abren las compuertas por las que se precipita la debacle. Pasó hace medio siglo con el Desastre de Suecia, y el fútbol argentino lo sufrió 20 años. Inflados de autoindulgencia, los protagonistas del medio local reiteran con mentalidad robótica, quién más, quién menos, la idea de que el campeonato argentino es el más competitivo del mundo, y terminan creyéndoselo. Eso, como falsa conclusión, partiendo de la premisa de que los torneos cortos favorecen la pelea entre los grandes y los chicos, sin tener en cuenta el tono del enfrentamiento o la calidad del juego.
Esa creencia aumenta la dimensión del abismo entre la presunta excelencia de la competencia interna y el producido futbolístico fuera de las fronteras. Porque la goleada en Bolivia aparece como el último eslabón de una historia reciente que no honra en absoluto un prestigio bien ganado. Una historia reciente que indica que la manera en la que se está pensando y poniendo en práctica el fútbol nuestro es puramente de cabotaje. A saber:
n La paliza en La Paz extiende a cinco la racha de partidos oficiales como visitante que la Selección no puede ganar: 1-2 con Colombia en Bogotá, 0-0 con Brasil, 1-1 con Perú en Lima, 0-1 con Chile en Santiago, 1-6 con Bolivia.
n Durante la actual Copa Libertadores, los equipos argentinos perdieron 8 de los 11 partidos que jugaron como visitantes, obteniendo sólo el 21 por ciento de los puntos en juego.
n En la última Copa Sudamericana, de 2008, los equipos argentinos jugaron 9 partidos fuera del país, ganando 3, empatando 4 y perdiendo 2, sumando algo menos del 50 por ciento de los puntos en juego.
n En la Copa Libertadores de 2008, de los 24 partidos disputados por equipos argentinos en el exterior, 14 acabaron en derrota, con 6 triunfos, 4 empates y un global del 30 por ciento de los puntos en disputa.
No es, en el repaso, un panorama alentador para salir a jugar con el pasaporte en la mano.
Algunos precipitados que ensalzaban a Maradona después del 4-0 ante Venezuela ahora quieren hacerlo responsable exclusivo del papelón. Se podrá discutir si el carácter medularmente motivador del técnico alcanza para compensar carencias conceptuales, pero tampoco habrá que obviar el debate sobre la filosofía que motoriza los torneos y las competencias internas –en la que la histeria alrededor del resultado final es la única guía para tomar decisiones–, filosofía responsable de una caída en picada más dramática que un abrumador set en contra.
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