Sábado, 11 de octubre de 2014 | Hoy
DEPORTES › OPINION
Por Facundo Martínez
El problema de la violencia “del” fútbol –dicho así para evitar los eufemismos de siempre y para que de una vez por todas las autoridades avancen hasta donde deban para poner en caja a los barrabravas, dirigentes y organismos de seguridad que tienen responsabilidad directa en esta penosa cuestión– continúa avanzando y escribiendo su historia terrible. El capítulo de esta semana –cuando todavía no se terminaba de digerir la interna de la barra de River, las entradas falsificadas para el Superclásico, los cientos de miles de pesos que hinchas comunes pagaron a Los Borrachos del Tablón para ingresar al Monumental, previa liberación de molinetes, qué alguien, empleados, seguridad, dirigencia, policía, debería custodiar y no mirar para otro lado– tiene como protagonista a Excursionistas. Tras un allanamiento de Gendarmería, ordenado por la Justicia, se descubrió que integrantes de la barra brava del club que participa en Primera C utilizaban las instalaciones de la institución del Bajo Belgrano para fraccionar y comercializar drogas. Del club al que asisten cientos de chicos para practicar deportes se secuestraron 1,5 kilo de marihuana, 650 gramos de cocaína y una buena cantidad de dinero producto de esa comercialización, un arma de guerra y 80 balas. ¿En la Comisaría 51ª desconocían semejante situación?
Ahora, si esto no debería ser ya suficiente motivo de alarma respecto del avance voraz de los violentos sobre las instituciones deportivas, las declaraciones del propio presidente de Excursionistas, Angel Lozano, no dejan lugar a duda: la relación entre violencia y fútbol está, como diría Hamlet, fuera de quicio. “Yo voy mucho al fútbol y en un porcentaje altísimo de clubes se venden drogas. Clubes de todo tipo”, afirmó el dirigente. “En los clubes, en la sociedad, en las esquina de las escuelas se vende droga. Parece que todo el mundo viviera en Disneylandia”, argumentó. Y luego, explicitó algo de lo que las autoridades deberían tomar nota: “Lo que podemos hacer, aun dentro del club, es mínimo desde la acción del control de la droga. Es prácticamente imposible de manejar”. Las palabras son una muestra cabal de por qué los violentos están ganando hace años la batalla. Lozano –y no se dice sin espanto– es igual a muchos otros dirigentes del fútbol, que alimentan a la criatura, esa que tarde o temprano va a terminar devorándolos.
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