Sábado, 11 de octubre de 2014 | Hoy
ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO
Por Alfredo Zaiat
El análisis técnico del sistema financiero y su gestión han sido dominados por la corriente económica conservadora, y por lo tanto sus principales protagonistas son también miembros de esa grey. El pensamiento crítico del saber económico convencional ha dirigido sus observaciones a las conductas de ese sector como factor de poder y las consecuencias de su funcionamiento en la distribución regresiva del ingreso. Este trabajo es imprescindible para comprender con criterio amplio los fenómenos económicos. Pero las características de la actividad financiera requieren de un debate en profundidad y un estudio más dedicado de la denominada heterodoxia. Es una tarea necesaria si aspira a conducir a las finanzas para que se conviertan en un actor positivo para el desarrollo. La formación de cuadros técnicos tras ese objetivo no debe limitarse a considerar a los financistas sólo como especuladores perversos. Provocar al poder financiero no es habitual como lo fue con el default y posterior canje de deuda, la eliminación del negocio de las AFJP, la modificación de la Carta Orgánica del Banco Central y de la ley de mercados de capitales, el pago de deuda con reservas y la resistencia a la extorsión de los fondos buitre. Además de ese desafío, las finanzas deben ser un objeto de estudio sin negar su existencia ni ignorar que los actores económicos de todos los tamaños buscan valorizar capitales en el mercado financiero. Para no quedar en la mera crítica a las perturbaciones que provoca la especulación, la audacia más contundente es saber intervenir en el terreno preferido de la ortodoxia para canalizar el excedente que se genera en el ciclo económico. En ese sentido, la política económica que pretenda ser heterodoxa debe aprender cómo funciona el sistema de circulación del dinero en el mercado financiero, abandonando la posición pasiva de criticar solamente la especulación. Tiene la compleja misión, venciendo sus propios reproches al capital, de participar activamente en la orientación del ahorro hacia el financiamiento del crecimiento, para que no actúe como factor de inestabilidad económica por una excesiva dolarización. Para ello debe existir un menú variado de opciones de ahorro.
Como respuesta al frenesí especulativo de las décadas pasadas, el ciclo político del kirchnerismo reaccionó con un criterio opuesto al proponer que el dinero invertido en la producción sería más rentable que en el circuito financiero. Y así fue en muchas actividades industriales, agrarias y de servicios. Abandonar el régimen de valorización financiera como patrón de acumulación social del capital para transitar uno hacia el de industrialización, empleo e inclusión social tuvo como una de sus principales herramientas la permanencia de una tasa de interés (activa y pasiva) negativa en términos reales. Mientras el crecimiento económico era muy vigoroso y la tasa de inflación se ubicaba en niveles de un dígito, esa estrategia tuvo resultados muy favorables en los frentes productivo y financiero. Ese crecimiento permitió recuperar una economía desquiciada por diez años y medio de la fantasía de la convertibilidad, y a la vez fue creando excedentes importantes. Una parte de esos fondos se recicló en la propia actividad que los generó, sosteniendo de ese modo elevados niveles de inversión y de producción, y otra empezó a buscar opciones de inversión financiera. Esto último puede interpretarse como una respuesta defensiva a experiencias de décadas pasadas o a la debilidad de los actores económicos para intensificar el esfuerzo inversor en la producción, que se mantuvo en niveles muy rentable. Uno u otro camino muestran las deficiencias que irrumpieron para modificar la conducta de los dueños del capital. Ante esa evidencia la política económica requería –ahora también– de una estrategia de diseño de activos financieros seductores de esos fondos para desalentar la tradicional compra de dólares y para que sean alternativas atractivas con rentas positivas en relación con la inflación.
El mercado bancario se desplegó con tasas de interés negativas para captar ahorros y se le sumó una virtuosa política de desendeudamiento que fue reduciendo las opciones de inversión en la plaza de títulos públicos. Cancelar deuda ha implicado, además de ampliar el margen de autonomía de la política económica, el retiro de circulación de bonos públicos (por ejemplo, el Boden 2015 desaparecerá en octubre próximo), menguando el menú de inversiones. La responsabilidad por esa carencia es compartida entre la ausencia de una política oficial hacia el ahorro y el desinterés de los protagonistas del mercado bursátil y bancario para desarrollar el mercado de capitales local.
La necesidad de una estrategia oficial para ofrecer canales de inversión no incluye, por razones obvias, a los excedentes de la economía no registrada, que no tiene más alternativa que dolarizarlos, puesto que no puede destinarlos a la compra de acciones o títulos públicos, a constituir plazos fijos o a adquirir propiedades sin correr el riesgo de ser detectado por las autoridades fiscales.
No existe una campaña pública de educación y orientación al pequeño y mediano inversor sobre qué puede hacer con sus ahorros, ni tampoco se han diseñado instrumentos financieros atractivos para canalizar esos excedentes. Los dueños de la soja pueden jugar políticamente especulando con la retención de la cosecha o ser muy conservadores con su dinero y querer comprar dólares, departamentos, vehículos de alta gama o acopiar los porotos en silobolsas con criterio financiero (esta decisión les significó un fuerte quebranto), pero esas conductas no disculpan la deserción oficial en la tarea de instrucción y en el armado de una oferta de activos financieros para los productores. La negociación de contratos a término o la compra a futuro de dólares no son vías sofisticadas, pero requieren de un trabajo de formación que ha estado ausente.
Sucede lo mismo con las inversiones en acciones y títulos públicos, opciones con más riesgos que una simple colocación a plazo, pero no imposible para el ahorrista medio. La colocación de los bonos en pesos de YPF fue una muestra de la existencia de ese mercado ávido de alternativas de inversión, sendero que fue relegado por el Gobierno y también por la conducción de la petrolera estatal, que ha expresado en la práctica escaso interés en profundizar esa vía de financiamiento en dólares en la plaza local.
Se sabe que el mercado de acciones y bonos es más volátil que las opciones tradicionales, como el plazo fijo. Esto explicaría la baja participación de pequeños y medianos ahorristas en el recinto bursátil, además de que les resultaría muy complicado operar en ese canal de inversiones. Existe una carencia informativa en la población con capacidad de ahorro por deficiencias de las instituciones bursátiles y del Gobierno para explicar los costos, riesgos y ventajas de la inversión en activos bursátiles o fideicomisos financieros. Como se mencionó, cuando lo hicieron con las ON YPF hubo una muy buena respuesta. Por su parte, los bancos no son muy activos en esa tarea de orientar al universo de ahorristas minoristas porque, si bien cobran una comisión por transacción y mantenimiento de la cuenta comitente, la canalización de fondos hacia la compra de acciones y bonos les restaría fondos provenientes de plazos fijos. Por eso ocultan una posibilidad de inversión que consiste en que los ahorristas pueden comprar vía los bancos comerciales Letras (corto plazo) y Notas (hasta 3 años) del Banco Central, instrumentos financieros licitados todos los martes por la autoridad monetaria. Las tasas devengadas son más elevadas que los plazos fijos, y el monto mínimo es de 1000 pesos. Los bancos no recomiendan ese producto financiero porque compite con la captación de plazos fijos.
La decisión del equipo económico de Axel Kicillof de abrir la posibilidad de comprar con límites dólares para atesorar fue una respuesta a la carencia de opciones de inversión. La suba de la tasa de interés para los plazos fijos definida por la nueva conducción del Banco Central empezó a ocuparse de un aspecto sensible de la vida cotidiana de un sector de la población con capacidad de ahorro. Es un punto de partida para delinear una política más amplia que, acotando el prejuicio sobre el carácter de la especulación financiera, permita empezar a desarmar lentamente la estructura dolarizadora del ahorro y ofrezca un menú variado y atractivo de opciones de inversión.
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