Miércoles, 14 de junio de 2006 | Hoy
Por Eduardo Fabregat
Es la pesadilla para todo aquel marciano al que no le interesa el fútbol, pero también para el fanatizado catódico: ¿cómo seguir el Mundial? Ante la sobreabundancia de opciones y los eventos en cadena, el televidente no sabe a qué equipo de relator-comentarista-opinator acudir para llenar la bolsa de anécdotas bizarras: ¿Bilardo asegurando que al croata “hay que vendarlo bien para que no respire”, los abundantes “buenos momentos” de Class y Don Niembra, el entusiasmo de parrilla con amigos de Fantino, la permanente autoarenga del “volví, volví, ¿vieron que iba a volver?” de Araujo, los cartuchos de Walter Nelson o la lotería de relatores con acento centroamericano de DirecTV? No es fácil. La sobreexposición a semejante carga de radiaciones no puede ser buena para la salud.
DirecTV, al cabo, ofrece un jueguito anexo, ideal para bodrios como el primer tiempo de Corea-Togo o la decepción de Angola-Portugal: la multicámara. El disconformista de siempre enarbola sus protestas por tener que asumir también el rol de director televisivo, pero el paneo de los canales 680 a 686 permite, además de confusiones varias con el control remoto, encontrarle cierta gracia a eso de manejar la transmisión al antojo del consumidor. Se pueden seguir de pe a pa, por ejemplo, las puteadas de Zinedine Zidane a los marcadores centrales de su equipo. O recordar las épocas de hincha más sufrido, optando por una panorámica que recuerda partidos que, desde abajo del Autotrol del Monumental, parecían protagonizados por muñequitos Jack. Sí, el salto visual permanente le resta continuidad al asunto y a veces los relatores dan ganas de presionar “mute”, pero hay una ventaja anexa en Juan Pablo Varsky, que al menos cuando hay un cambio sabe exactamente de qué juega el ingresado, cuáles son sus características y cómo puede influir en el dibujo táctico de su equipo. Parece una pavada, pero basta repasar la montaña de barbaridades registradas en los demás canales para darle la derecha al multicámara del proveedor satelital. Siempre y cuando no llueva, claro: cuando llueve la pantalla se pone negra, casi como si la hubiera vendado Bilardo.
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