DEPORTES

Diario de viaje

 Por J. J. P.

Estaba todo fríamente calculado. Salimos del hotel de Hannover a las 11.50 después de un dietético desayuno con panceta, medialunas, café con leche y ensalada de fruta, con los minutos contados para alcanzar el tren de las 12.38 que nos llevará a Berlín. El subte se demora un poco porque algo pasó y llegamos. A las 12.40 llegamos. Con la seguridad de que nuestro tren ya partió y habrá que esperar uno que sale dentro de una hora. Pero no, ¡oh, milagro!, a la máquina de precisión alemana a veces se le salta un tornillo. El tren sale con 15 minutos de retraso. Es un vagón cómodo, con asientos con bandejitas como las de los aviones y se puede adelantar algo de trabajo con las computadoras portátiles tal como lo teníamos fríamente calculado. Llegamos a Berlín, a una estación nueva que, según nos explican, es una zona neutra que no le pertenecía al este ni tampoco al oeste. Todo bajo control: hay tiempo para comer algo livianito, hablar por teléfono, pasear un poco. En un locutorio-drugstore hay una banda de brasileños y croatas y una sola empleada para atender a todos. Greco chatea, habla, toma agua, paga y cuando sale se da cuenta de que la piba, desbordada, le da cuatro euros de más y vuelve, en un ataque de honestidad que contrasta con el choreo descarado de cervezas de un par de croatas. Caminamos un par de cuadras hasta la plaza principal donde está la iglesia Gedächtnis Kirche. Es un carnaval de brasileños y croatas. Está bueno para sacar una foto. Greco busca el bolso, pero manotea la notebook, y ése no es el bolso. Y si ése no es el bolso, ¿el bolso dónde está?

–¡El bolsoooo! –grita y sale corriendo hacia el locutorio. Uno repasa: tarjetas de crédito, agendas, registros, la cámara... El bolso está. ¡Uffff! Adentro, todo lo que había. Las buenas acciones las recompensa el Señor... el señor que estaba sentado al lado y se quedó cuidando seguro de que Greco volvería pronto.

Una vuelta cortita y a la cancha. Nos metemos en un subte hasta las manos que nos deja lejísimo. Nos dicen que hay que hacer un rodeo de ocho kilómetros. Hace mil grados de calor. Caminamos como de Congreso a Luján. Hay que prometer que la próxima debe tomarse el bus de prensa. Llegamos finalmente y conseguimos milagrosamente los tickets después de una larga espera porque muchos otros también habían llegado de última. Llegamos, nos acomodamos y un segundo después empieza el partido. Estaba todo fríamente calculado.

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