Miércoles, 28 de junio de 2006 | Hoy
DEPORTES › AQUELLAS VICTORIAS EPICAS DE 1973, 1984 Y 2002
Ya se ha logrado, ¿por qué no podría volverse a alcanzar? Una fue en el Olímpico de Munich, la otra en Düsseldorf, la tercera en Stutgart. Ahora vamos a Berlín por la cuarta.
Por Daniel Guiñazú
Hubo un tiempo, hace mucho, en que ganarles a los alemanes, para el fútbol argentino, asemejaba una proeza. Y hacerlo, además, en la propia Alemania, directamente un milagro. Eran épocas de baja autoestima y de veneración exagerada a todo lo que viniera de Europa. Había buenos, muy buenos y excelentes jugadores. No había lo demás. Sobraba la improvisación, faltaba la organización. Hoy se han hecho algunos deberes y la historia es diferente. Argentina pertenece a la elite del fútbol mundial y, por derecho propio, se ha ganado el derecho a ser optimista en su justa medida. Antes, se cruzaba el Atlántico para perder por poco. Ahora, el mismo viaje se hace para ser campeones.
De los tres triunfos que el seleccionado nacional obtuvo en Alemania (3-2 en 1973, 3-1 en 1984 y 1-0 en 2002), los dos primeros tuvieron características de hazaña. Nadie los esperaba y, por eso, llegaron por sorpresa. El de 2002, en cambio, resonó diferente. El equipo de Marcelo Bielsa era el candidato de todos para ser campeón mundial en Corea-Japón. Y aquel triunfo, con un gol de cabeza de Juan Pablo Sorin, se tomó como una simple ratificación de los buenos augurios. Ya se sabe cómo terminó aquel cuento.
Pero en 1973, el seleccionado que dirigía Enrique Omar Sívori se conformaba con hacer un papel decoroso ante una Alemania Occidental espléndida que, un año antes, había ganado la Eurocopa y que un año después sería campeona del mundo. En el primer partido de esa gira, Argentina había perdido 2-0 ante México en la altura del Distrito Federal y la derrota había acentuado más aún los pronósticos funestos. De allí que para el partido del miércoles 14 de febrero, Sívori reforzó sus precauciones. Y diseñó un planteo cauteloso, con cuatro volantes. Esa noche en el estadio Olímpico de Munich, inaugurado cuatro meses antes, Argentina jugó con Carnevali; Wolff, Bargas, Heredia, Rosl; Brindisi, Telch, Alonso, Chazarreta; Avallay, Ghiso. Enfrente, entre otros, estaban Maier, Beckenbauer, Vogts, Schwarzenbeck, Overath y Breitner. Casi nada.
Sin embargo, Argentina pegó en frío. A los 5 minutos, Jorge Ghiso cacheteó de zurda un centro de Brindisi desde la derecha y puso el 1-0. Y a los 14, Alonso dio una clase magistral de cómo ejecutar un tiro libre. El chanfle zurdo y perfecto se alojó en un ángulo del arco de Maier y hubo que restregarse los ojos para despertarse del sueño. El equipo que había venido a que no lo golearan ganaba 2-0. Pero hubo más. A los 67 minutos, el zaguero Hottges le hizo penal a Avallay y Brindisi convirtió el 3-0 que se hizo 3 a 2 recién sobre el final con goles de Heynckes y Cullmann. Los alemanes aplaudieron de pie la rotunda eficacia de los argentinos. Después, un 1-1 inexpresivo ante Israel en Tel Aviv cerró un periplo que hoy casi nadie tiene en su memoria.
Once años más tarde, en 1984, Carlos Bilardo pisó suelo alemán para probar un estilo y un plantel en el que casi nadie creía. La gira había arrancado con escándalo y derrota 0-1 ante Colombia en Bogotá (fueron expulsados Giusti, Trossero y Gareca) y luego se habían enhebrado dos victorias 2-0 ante Suiza en Berna y ante Bélgica en Bruselas. No obstante, las críticas atormentaban a los jugadores y al técnico. Tanto, que el enviado especial de El Gráfico fue nombrado persona no grata. Y Bilardo se cubrió armando, para enfrentar a Alemania, un equipo raro, repleto de volantes: Pumpido; Brown, Trossero, Russo, Garré; Ponce, Giusti, Trobbiani, Burruchaga, Bochini; Gareca sólo arriba para correr pelotazos. Franz Beckenbauer debutó esa noche del miércoles 12 de agosto como técnico del seleccionado alemán. Y colocó en la cancha, entre otros, a Schumacher, Brehme, Matthaus, Magath y Völler.
Canal 13 transmitió el partido desde un sitio insólito. Como el presupuesto no daba para enviarlo a Alemania, Ricardo Arias relató, desde el living de la casa de Enzo Trossero, una actuación maciza, sin fallas, de las mejores de todo el ciclo de Bilardo. La zurda de Ponce dioespectáculo esa noche en el Rheinstadion de Düsseldorf. Un toque delicado puso el 1-0. Y un tiro libre majestuoso trajo el 2-0. Ricardo Bochini estuvo a punto de marcar el mejor gol de su carrera: recibió la pelota en mitad de cancha, lo vio adelantado a Schumacher, se la mandó por encima y el arquero desvió al corner. Después, entraron Camino (por Brown) y Jorge Rinaldi (por Trobbiani), Falkenmayer señaló en contra el 3-0 y Jakobs descontó como para mitigar la vergüenza. Al cierre del partido, Beckenbauer fue al banco argentino y le auguró a Bilardo un gran futuro al frente de ese equipo. No estaba equivocado. Menos de dos años más tarde, Argentina con Bilardo le ganaba la final del Mundial de México, a Alemania, con Beckenbauer. Y aquella hazaña a puro fútbol de Düsseldorf quedaba reducida al ínfimo tamaño de la anécdota.
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