Domingo, 16 de octubre de 2011 | Hoy
ECONOMíA › OPINION
Por Alfredo Zaiat
Los ministros de Economía del G-20 se reunieron en París en la última escala preparatoria de la cumbre de presidentes de ese club de potencias y emergentes en Cannes, el 3 y 4 de noviembre próximos. Desde el primer encuentro en noviembre de 2008, en Washington, se han convocado los principales líderes mundiales ya en cinco oportunidades y van para la sexta. Si se evalúa el estado de la economía de EE.UU. y Europa en ese período, el saldo no es alentador, con tasas de desocupación record, estancamiento productivo, abultadas deudas soberanas impagables y corrida de depósitos contra bancos al borde de la quiebra. Una mirada académica condescendiente apuntaría a que la situación hubiera sido peor sin esa cobertura política global. Es un escenario imposible de apropiar pero el crecimiento del movimiento de los indignados, en Europa, y de Occupy Wall Street, en Estados Unidos, refleja que el G-20 bajo los dictados de los países dominantes se ha demostrado inoperante para abordar con firmeza la crisis internacional.
Resulta tan potente la hegemonía de las finanzas y la corriente de pensamiento ortodoxa que la convalida que, pese a los evidentes costos de esta debacle, esa estructura de poder continúan siendo el (des)ordenador de la economía global. Ese lugar privilegiado lo preservan en el núcleo del liderazgo político mundial a pesar del fracaso para rescatar a esas economías de la crisis con medidas de ajuste fiscal, cuyo objetivo real es garantizar el pago de la deuda y el salvataje de bancos. Si bien es una declaración protocolar y exculpatoria, no deja de sorprender la presentación en la página web de la próxima cumbre del G-20 en Francia. Se afirma que “las acciones concertadas y decisivas del G-20, con su composición equilibrada de los países desarrollados y en desarrollo ayudaron al mundo a hacer frente eficazmente a la crisis financiera y económica, y el G-20 ya ha emitido una serie de resultados importantes”.
La reacción contra esas políticas que las potencias consideran exitosas se está multiplicando en movilizaciones sociales que cuestionan a gobiernos y financistas. A estos últimos se los acusa como los principales responsables de la debacle. Existen múltiples motivos para concentrar en esas figuras el repudio social: honorarios extravagantes, beneficios obscenos, arrogancia sin límites, comportamientos de nuevos ricos e impunidad. Conductas que se han reforzado en estos años a pesar de que tuvieron que ser auxiliados con millonarios fondos públicos para evitar quiebras generalizadas en el sistema financiero.
Una de las claves para entender esta crisis y pensar caminos alternativos es precisar el tipo de “responsabilidad” por ese desmoronamiento. No es una tarea sencilla porque banqueros y financistas reúnen cualidades que provocan el rechazo inmediato, como el Gordon Gekko de Michael Douglas en Wall Street. Eludir esa legítima y comprensible reacción es el primer paso para comprender que la crisis no es sólo por el accionar de hombres inescrupulosos, sino por las reglas establecidas para el funcionamiento de la economía con predominio de las finanzas. El documental Inside Job es la acusación moral a unos individuos que violentaron las bases del sueño americano, mientras que el realizado por griegos, Debtocracy, es una explicación de las estructuras y regulaciones de la actual globalización que crearon las condiciones para la obscenidad financiera que precipitó la debacle. En el primer documental se expresa el pensamiento liberal-individualista, que glorifica como denigra a la persona como sujeto autónomo y responsable. En la otra, la estructura económica y las fuerzas sociales determinan el accionar de los individuos.
No era ni es previsible esperar un comportamiento diferente del que tienen diariamente banqueros y financistas luego de que durante décadas se diseñó e implementó una descomunal desregulación de los mercados de capitales a nivel global. También se han perfeccionado los instrumentos de especulación financiera, con los denominados “derivados” como estrellas de ese casino global. Se constituyó así un universo de oportunidades de ganancias fuera de control. No debería sorprender entonces la voracidad de esos operadores si su principal objetivo es la maximización de ganancias especulativas. En otras palabras, lo describió el economista francés Frédéric Lordon en Adiós a las finanzas. Reconstrucción de un mundo en quiebra, señalando que “pedirle a un trader que no haga una jugada rentable en nombre de reservas morales o escrúpulos de conciencia es pedirle que sabotee su propia carrera cuando está jugando un juego declarado lícito por el que le pagan por jugar”. “Dar por descontado que en nombre de tales razones un banquero no presione a todo su banco, con la trade room a la cabeza, para obtener la máxima rentabilidad y sostener ante sus accionistas la comparación con sus competidores, es pedirle que trabaje para su propio despido”, concluye Lordon.
El origen, expansión y persistencia de esta crisis se aborda con más complejidad si se desvía un poco la mirada sobre los individuos, aunque sin perderlos del foco, para orientar el análisis principal en las características del funcionamiento de las finanzas globales. La desregulación de las normas bancarias, el cada vez mayor predominio de las calificadoras de riesgo, la deliberada decisión de Estados Unidos de mantener la opacidad de las finanzas de los paraísos fiscales, la intervención-gendarme del FMI con sus recetas de ajuste ortodoxo y la resistencia al control del flujo de capitales especulativos han definido en conjunto la arquitectura financiera internacional que hoy ha sumergido al mundo desarrollado en una crisis de proporciones.
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