Domingo, 16 de octubre de 2011 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Pablo Ferreyra
“Si quiero me toco el alma
pues mi carne ya no es nada
he de fusionar mi resto con el despertar
aunque se pudra mi boca por callar.”
L. A. Spinetta
A casi un año del asesinato de Mariano Ferreyra, mi hermano, sigo sin poder tener una foto enmarcada, un retrato de él. Hay uno por ahí que atesoro, Mariano con cara seria. Se la saqué con una cámara de 6x6, es una foto chiquita, un contacto, nunca la copié en grande. Ahora no sé dónde está el negativo. La puse en una repisa al lado de un gatito de madera. No sé si es cierto que el gato acompañaba al egipcio en su camino hacia la muerte pero creo que ésa es la razón por la que dejo la foto ahí, para que esté acompañado. Aunque a veces la llevé encima, en el bolsillo. No me importa que se arrugue, se estropee o se moje. Envejezco la imagen como si fuera que el tiempo pasa para Mariano también. Todos artilugios para engañar a la muerte, a lo finito.
Mariano me dejó un rollo de 35 mm para revelar. Son fotos que sacó él con una cámara mía. Tendría que buscarlo para revelarlo pero estoy paralizado por las imágenes que están adentro. Tengo miedo a mirar con sus ojos ahora, mirando lo que vio alguna vez. Imágenes que han sido tomadas por alguien que dejó de existir. El famoso noema “Esto ha sido” de Roland Barthes. Es eso lo que me aterra.
Casi no tengo fotos pero lo veo bien claro. Ahora me da por verlo de diferentes edades. A veces lo imagino chiquito, de 4 años. A veces de 20. Pero habla como hace un año, de política, del PO, de música y cine. Es que siempre lo vi como un par, nos separaban muchos años, pero era tan compañero que se podía volver igual a uno. Una de las últimas veces que compartimos juntos nos acostamos a ver una película del Corto Maltés. ¡Corto Maltés! Un pibe de 23 años viendo a este marinero de mi infancia, un anarquista que vive la vida como un juego, entre la revolución, burdeles, dinero sucio y borracheras. Mariano era de la generación de Matrix y los Simpson pero se tomaba el tiempo de mirar con mis ojos, de pensar que me atraía de ese aventurero, de darse cuenta de que eso me representaba y reconocía en mí esa educación, ese anhelar mío por ser Corto Maltés. Y dejaba que me lo crea, acostado a mi lado, viviendo esa fantasía conmigo, regalándome el último recuerdo de mi vida con él. La última foto.
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