ECONOMíA

Alimentos o energía

 Por Marcelo Zlotogwiazda

“Si de lo que se trata es de ganar dinero con la tierra, sembremos marihuana, coca u opio, que son más rentables que el maíz. Pero así como esas alternativas son moral y militarmente rechazadas y combatidas, también hay que rechazar el uso del maíz para producir etanol, que no es conveniente para el país porque quiebra la ecuación alimentaria e incrementa los precios de productos de consumo básico.” De esta manera provocativa el ingeniero Enrique Martínez, que es nada menos que el titular del Instituto Nacional de Tecnología Industrial, suma su voz a varias otras que se enfrentan al feroz avance que se ha desatado a favor del uso de los biocombustibles en reemplazo de los derivados del petróleo, que fue el tema central del encuentro entre los presidentes George Bush y Lula da Silva, y que es un asunto de directo impacto para la Argentina, por ser el segundo exportador mundial de maíz y porque el Gobierno también se ha subido a la ola de los combustibles vegetales.

En la semana que pasó los biocombustibles (biodiesel para mezclar con gas oil y etanol para mezclar con nafta) tuvieron un impulso extraordinario. El miércoles pasado fue el ex vicepresidente de Estados Unidos Al Gore quien en un congreso mundial sobre el tema señaló que “tienen un fantástico potencial para hacer frente a los retos de la crisis del cambio climático” e instó a la industria automotriz a “adaptar sus productos a la nueva generación de biocombustibles”. Al día siguiente, la cumbre de presidentes de la Unión Europea acordó un plan de acción en materia energética que plantea como objetivos para el año 2020 que una quinta parte del consumo total de energía sea renovable, y que como mínimo un 10 por ciento del total sea de biocombustibles.

Y todo coronó anteayer, cuando los dos principales productores mundiales de etanol, Brasil (con la caña de azúcar como insumo) y Estados Unidos (usando maíz), sellaron una alianza para promover un mercado mundial que facilite el uso de biocombustibles, para extender la plantación de los insumos agrícolas necesarios en América Central, y para agilizar inversiones en destilerías por miles de millones de dólares.

En esos dos países el etanol avanza a ritmo febril. En Estados Unidos ya hay más de 120 plantas funcionando y se inaugura a razón de una por semana. El año pasado destinaron a producir ese combustible un 20 por ciento de la cosecha de maíz (es por lejos el primer productor mundial), y se estima que el año que viene la mitad del cereal no tendrá fines alimentarios sino energéticos. El objetivo del gobierno de ese país es quintuplicar la producción en los próximos diez años, con lo cual se podría llegar a reemplazar un 20 por ciento de la nafta.

Aunque este fenómeno en Brasil viene de mucho antes (un 40 por ciento del combustible para transporte es etanol) y está apoyado en la caña de azúcar, también hay un furor en seguir expandiendo el negocio. Algunos imaginan que el Amazonas puede convertirse en la Arabia Saudita del etanol. Hay inversiones de la estatal Petrobras, de la multinacional Cargill, del magnate George Soros y muchas otras más, que representan parte importante del programa de aceleración del crecimiento que lanzó Lula semanas atrás.

Ventajas

Hay tres motivos elementales que explican el auge. El primero es que tras la estampida en el precio del petróleo pasó a ser conveniente mezclar la nafta con una parte de etanol (o el gasoil con biodiesel), lo que no requiere adaptaciones significativas de los motores ni desarrollos de nuevas redes de distribución: se mezcla en las refinerías y se expenden por el mismo surtidor en la estación de servicio. Hay una razón ecológica, ya que según el criterio dominante los biocombustibles están en la categoría de energía limpia, aunque si se considera el uso de la tierra se abre la controversia (ver más adelante). En tercer lugar está la necesidad productiva de encontrar fuentes alternativas a un recurso en extinción como el petróleo, con la ventaja de que los biocombustibles son energía renovable.

Esto último se enhebra con el interés que tienen muchos países de reducir su dependencia del petróleo importado. Bush lo dijo claramente: “depender del petróleo que viene de afuera afecta la seguridad nacional”. Claro que la movida de Bush en Brasil muestra la pretensión de Estados Unidos de contar con fuentes de abastecimiento extranjeras de etanol o de sus insumos. Hay expertos que conjeturan con que en un futuro no demasiado lejano la mitad del biocombustible usado en ese país sería importado.

Argentina

La Argentina tiene el potencial para transformarse en un actor clave del fenómeno, por la sencilla razón de que es uno de los líderes mundiales tanto en la producción y exportación de soja (y de otras oleaginosas que sirven de materia prima para el biodiesel) como de maíz. Dos tercios de los 90 millones de toneladas de la cosecha total de granos de la actual campaña son soja o maíz.

Y de hecho el año pasado se sancionó la Ley de Biocombustibles 26.093, reglamentada el mes pasado, que establece en resumidas cuentas un régimen de desgravaciones y otros incentivos para promover la producción de esa energía, y fija como obligatorio que a partir del año 2010 un 5 por ciento del gasoil y de la nafta sea biodiesel o etanol respectivamente. Aunque la sanción es reciente, ya hay numerosos proyectos en preparación de empresarios locales, de multinacionales del sector y también de inversores extranjeros.

El país ya tuvo una frustrada experiencia en el pasado con el programa alconafta durante el gobierno de Alfonsín, que consistió en subsidiar la producción de etanol a base de caña de azúcar en las provincias del norte, y que se fue diluyendo cuando el cambio en el precio relativo del petróleo y del azúcar lo tornó inviable. En cambio en Brasil nunca se desactivó, lo que se explica entre otras cosas porque tenían menor dotación de petróleo y abundancia de caña. Pero tanto para la Argentina como para Brasil el atractivo de hoy es mucho mayor, porque hay veinte años menos de petróleo y el barril está a 60 dólares.

Desventajas

Pero el boom de los biocombustibles no está exento de efectos negativos que lleva a muchos a pararse contra la corriente. Para Enrique Martínez, que acaba de ser confirmado por el presidente Kirchner para un nuevo período como titular del INTI, “producir etanol a partir de maíz no es conveniente para el país. El uso de soja o maíz con fines energéticos afectará seriamente el precio de esos granos como materias primas alimenticias por el simple hecho de que hay una demanda incremental sostenida”, según escribió en el último numero de la revista del INTI. En efecto, el acelerado uso de los biocombustibles en varias partes del mundo ha contribuido de manera determinante a que el precio internacional del maíz se duplicara en el último año.

Otro cuestionador de los biocombustibles es el prestigioso Lester Brown, director del influyente Earth Policy Institute y ex funcionario de varios gobiernos estadounidenses. En un reciente artículo sostuvo que “la competición por los granos entre los 800 millones de automovilistas y los 2000 millones de personas más pobres que hay en el mundo puede conducir a revueltas populares”. Si a primera vista suena exagerado, obsérvese que en un artículo del diario español El País del 17 de enero pasado titulado “Los mexicanos pobres se quedan sin tortillas”, se lee que “el aumento del precio del maíz importado de Estados Unidos, que se ha disparado un 150 por ciento, amenaza con provocar un estallido social”. En México la tortilla es un producto de consumo muy básico, y la palabra etanoinflación ha pasado a ser un neologismo de uso cotidiano.

Sin llegar a esos niveles, el alza del maíz también afectó los precios en la Argentina. De manera directa los alimentos derivados de ese cereal, pero también el valor de productos cárnicos que usan maíz como insumo: el pollo y la carne engordada en los llamados feedlots. Los efectos económicos no se agotan ahí. Si la presión por sembrar maíz sigue creciendo, el precio de la tierra se encarece para el maíz y para todo el resto; además, como la tierra es finita, si se la ocupa con más maíz se desplazan otros cultivos, que pueden escasear y encarecerse. De hecho, el gobierno argentino ya está subsidiando el maíz para contrarrestar los efectos descriptos.

Martínez además pone en duda que lo que se conoce como balance energético del etanol sea positivo. En otras palabras, dice que “hay estudios que demuestran que la energía gastada para producir una tonelada de etanol puede llegar a ser mayor que la energía que genera esa tonelada”.

Lester Brown, que aboga para que el gobierno de su país cese de otorgar licencias para construir plantas de etanol, plantea el dilema de una manera muy didáctica: “La cantidad de cereal que se necesita para llenar un tanque de 25 galones (casi 100 litros) con etanol una sola vez alcanza para alimentar a una persona un año entero”.

No obstante, pareciera que la ola de los biocombustibles es de tal envergadura que tapa cualquier crítica y ahoga el debate.

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